El paseo del Pendón marca el inicio de la feria navideña que termina el 6 de enero. Los cinco barrios de la capital guerrerense pasean cada uno su estandarte que abandera el pueblo, el barrio o la danza.
A la cabeza del paseo venía la señorita ‘Flor de Noche Buena', un concurso que ganó Laura Patricia Barragán de la Cruz quien llamó la atención de todos los presentes este año, porque se bajó del carro alegórico preparado para pasearla y encabezó el desfile caminando y arrastrando su vestido. Fue la primera vez que se vio a una Flor de Noche Buena caminando con su barrio.
Detrás de los barrios venían danzantes de las siete zonas de Guerrero: la costa chica, la costa grande, Acapulco, la montaña, centro, norte y Tierra caliente. Todos juntos bailando y respaldando a los capitalinos.
La música resonó por las calles, que pareció amplificarse y retumbar en las montañas que rodean Chilpancingo. Los tambores y la flauta del Pintero llevan el ritmo de la danza de los "tlacololeros". Junto a él varios hombres bailan con vestimenta de costal y látigos que imitaban el gruñido de un jaguar al azotarlo en el aire.












Así, el jaguar se paseaba entre los tlacololeros, escabulléndose con sus pasos de baile hasta que alguno de los otros lo veía y lo perseguía con el látigo sonando en el aire. Pero el tigre se defendía, empezando una pelea de vida o muerte. Pocas veces, el tigre lograba escapar antes de la llegada del ‘maizo', otro personaje que representa a un viejo enmascarado que dispara al tigre, para entregar su cuerpo a la tierra pidiendo que lleguen las lluvias.
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También estaba el personaje de las mojigangas, que son hombres con máscara femenina que robaban besos a parejas descuidadas durante su desfile, y que si alguno se negaba, varias mojigangas capturaban al rebelde hasta lograr besarlo y liberarlo entre risas y el sonido de los latigazos de los jaguares en el aire.
Los tlacololeros hacían lo mismo con alguna que otra mujer, incitando a una riña por la muchacha, que se actuaba como una danza. El mezcal, una bebida alcohólica típica que se extrae del maguey, corría por los vasitos de todos en las calles, donde todos los presentes se convidaban y bailaban.
No faltó el asistente disfrazado de sicario o de militar que se sumó a la multitud bailando al ritmo del Pitero, aunque se convirtieron en la burla de los asistentes a esta fiesta popular de un estado que lleva décadas militarizado. Por la fuerza de la costumbre, han terminado formando parte de la vida cotidiana de los guerrerenses. También las empresas y casas de empeño locales portaron sus mantas que develaban la publicidad del Gobierno del estado.

Todo Chilpancingo fue adornado para recibir su mayor fiesta, los negocios cerraron durante la jornada y las familias sacaron su fiesta a la calle: sentados en mesas y sillas en la vereda, compartieron cerveza y mezcal, que amenizaron la fiesta y que ofrecían a los transeúntes ante la menor provocación.
"¡Hasta milagros hace el Pendón!", exclamó uno de los espectadores al ver que un joven que venía en silla de ruedas se paró y la cargó para acelerar su paso entre la gente. Los balcones que daban hacia el paseo estuvieron llenos de personas, familias enteras que acomodaron sus sillas para disfrutar una vista panorámica de las danzas y la buena música de la fiesta, que es un hecho colectivo central en los pueblos del sur de México. El majestuoso desfile terminó en la plaza de toros, donde los tigres de cada barrio se enfrentaron hasta lograr un ganador.
Primero el tigre de San Antonio peleó contra el de San Francisco, y ganó el primero. Luego peleó de Santa Cruz contra el de Tequicorral y ganó el primero. La final fue entre los tigres de Tequicorral y San Francisco, ganando éste último, que por segundo año consecutivo se llevó el triunfo de la pelea de tigres del Pendón guerrerense.
Cuando se anunció la victoria del tigre de San Francisco, todo su barrio se abalanzó hacia él, quien desesperado buscó a su novia entre la gente hasta que la encontró, la besó y le agradeció su victoria.
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La gente lo paseó sobre sus hombros mientras la multitud que estaba en el ruedo explotaba de júbilo. Hasta los más de 1.000 militares y policías que custodiaban la fiesta bebían afuera de la plaza de toros.

La noche cayó a medida que los mezcales fueron bajando mientras los cuetes tronaban en el cielo estrellado. Algunos ya borrachos caían rendidos en las banquetas de las calles. No hay duda que el inicio la feria navideña dejará a los guerrerenses con una resaca del tamaño de la fiesta que se echaron.