El 1 de diciembre de 2018 se vivieron dos sucesos inéditos en la historia de este país. El primero fue la toma de posesión del izquierdista Andrés Manuel López Obrador en la Cámara de Diputados. En la ceremonia, el nuevo presidente de la nación fue elocuente y astuto con el uso de sus palabras a la hora de dirigirse a la nación y al mundo entero. Desapareciendo prejuicios y fortaleciendo la confianza en el Gobierno hasta cierto punto. Dicho discurso merece un análisis complejo y profundo que en otra ocasión realizaré.
Esas raíces olvidadas de las cuales nos enorgullecemos en la teatralidad de un nacionalismo vacío, inculcado por una educación asquerosamente podrida, pero que aborrecemos en los hechos y de las que nos avergonzamos frente a otras naciones por temor a parecer 'incivilizados' o 'salvajes' a comparación de las modas burguesas y huecas, que hoy identifican al decadente y débil Occidente. Tal cosa se debe a que en el transcurso de nuestra historia, nos desconectamos de estas tierras atávicas cargadas de una poderosísima esencia espiritual atada al recuerdo de nuestros ancestros aborígenes.
Peor aún era darse cuenta que el puritanismo, esa filosofía radical de la teología protestante y que identifica a los WASP —acrónimo en inglés de 'blanco, anglosajón y protestante'—, esos mismos que arrasaron a muerte con casi todos los nativos americanos del norte, aún invade las conciencias de unos cuantos ingenuos que vieron invocaciones satánicas, castigos de dios, actos de brujería y rituales demoníacos en las 'limpias' que se llevaron a cabo en el Zócalo capitalino, antes de la entrega del bastón de mando.
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Y para los escépticos o ateos modernos que detestan fanáticamente —más que los propios religiosos, a los que tanto critican, pero a los que tanto se asemejan— todo aquello que no tenga que ver con la ciencia, la tecnología y los impresionantes avances humanos, temo decirles que la entrega del bastón de mando no es un vulgar evento religioso que nos va a condenar al atraso y regresarnos a las épocas del oscurantismo medieval.
📇 La primera batalla perdida del Gobierno de AMLO https://t.co/mwtQ5z7nfC
— Sputnik Mundo (@SputnikMundo) 9 декабря 2018 г.
Estas dos visiones —totalmente alteradas por el odio irracional— están muy alejadas de la verdad. Debemos ahondar un poco en la historia y en las tradiciones de nuestros indígenas para entender con claridad qué fue lo que paso el 1 de diciembre, día en que oficialmente López Obrador se convirtió en el presidente de la nación.
El significado de la entrega del bastón de mando
Cabe destacar que el presidente López Obrador no es el primero en la lista presidencial mexicana que recibe un bastón de mando por parte de las comunidades indígenas. En décadas pasadas, algunos presidentes 'populistas' como López Mateos, Echeverría Álvarez, López Portillo y Salinas de Gortari, también llegaron a recibirlo. Tampoco es el primer bastón de mando que se le da al ahora presidente de la república.
Sin embargo, lo que destaca en esta ocasión es que el bastón de mando fue entregado por las 68 comunidades indígenas de México que existen desde antes de la conquista y la concepción de la raza mexicana, que se dio con el choque de dos mundos totalmente distintos entre sí tras la llegada de Hernán Cortés a tierras americanas, hace ya más de cuatro siglos. Y además, la simbología que contiene es profunda y poderosamente única, pues en la punta del bastón se encuentra un adorno que representa a la Serpiente Emplumada del panteón mesoamericano, también llamada Kukulkán dentro de la cosmología maya, o Gucumatz en la mitología quiché y que conocemos mejor como Quetzalcoatl para culturas como la tolteca, la olmeca, la teotihuacana y la mexica.
El báculo representa el centro del universo y un pacto comunal entre gobernante y pueblo, de que debe mandar obedeciendo al pueblo, y de acuerdo al significado prehispánico de México —Ombligo de la Luna— el pacto se firmó ante los ojos del universo y en el centro de la Tierra para recordarle a López Obrador, y a todos los habitantes de este planeta, que no tiene derecho a fallar y mucho menos puede ignorar ya los gritos ahogados de los pueblos indígenas.
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Es el equivalente a la banda presidencial dentro de las costumbres y tradiciones ancestrales, con ello es respetado por los indígenas y recíprocamente debe respetarlos a ellos. Los coloridos listones que tiene destacan al representar las tradiciones y los simbolismos de la cosmovisión de todos los pueblos indígenas. Ellos lo eligieron, no solo por medio del voto, sino que por medio de sus propios usos y costumbres en aprovechamiento pleno de su autonomía.
El bastón —que está fabricado con madera de ahuehuete, un árbol endémico de México y de gran connotación espiritual—, antes de entregárselo al presidente, fue preparado por un grupo de chamanes y guías en los restos del Templo Mayor para cargarlo de energía y poder. A su vez, se encargaron de decorarlo y arreglarlo para que contenga todos los elementos representativos de estos pueblos.
Por ende, como primer presidente de nuestra historia en recibirlo por parte de todas las comunidades indígenas nacionales, y con tantos honores como ninguna otra entrega que se haya hecho, AMLO tiene un compromiso mayor al que él se consagró como candidato en los últimos años y como presidente tras su elección el pasado 1 de julio. Los líderes indígenas le han otorgado un báculo que le concede poder y autoridad dentro de la jerarquía del pueblo, representando a los más de 10 millones de habitantes que pertenecen a los pueblos originarios.
¿Ritual ancestral o puro show?
Entendamos ahora que la ceremonia, por más espiritual y extraordinaria que haya sido, no deja de ser un evento público organizado por un cuerpo semipolítico como es la Gubernatura Nacional Indígena creada por el PRI. Y todo evento público en este país, autorizado por el Gobierno, es un evento político.
¿Por qué? Porque hay ciertos detalles que, debido a las pruebas que demuestran que los rituales de la entrega del bastón de mando son mucho más antiguos que la colonia, solo los iniciados en la materia lograrán comprender e identificar. Por ejemplo tenemos que no hay forma alguna de representar a todos los pueblos indígenas del país con la creación de institutos u organismos de Gobierno, por el simple hecho de que son tantos los que hay y son tantas las diferencias que existen entre ellos, que simplemente los pueblos no aceptarían tal imposición. Por eso ni el EZLN, ni el CNI, ni la GNI ni los que entregaron el bastón de mando a Obrador representan en su totalidad a los pueblos.
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Quien debe entregar el bastón de mando es un hombre y no una mujer. Esto se debe a que los pueblos indígenas —como la mayoría de las civilizaciones occidentales y orientales más importantes— son sociedades patriarcales y no matriarcales, esto es que quienes detentan el poder y la autoridad por cultura, costumbres y usanzas siempre son hombres. No puede haber una 'transferencia' de poder si se modifica esto dándole el poder y autoridad a una mujer. En la ceremonia supuestamente estuvieron presentes todos los pueblos indígenas, empero, solo un grupo fue el que realizó el ritual de entrega y por lo menos debieron haberse hecho otros rituales para que el bastón de mando representara verdaderamente a todos los presentes.
La omisión, por interés político, de estos detalles fue lo que terminó ocasionando que la ceremonia se asemejara más a una tradicional limpia y a un show, que a una auténtica entrega de poder por parte de los representantes espirituales de cada pueblo, pues le faltó más certeza de la que vimos el sábado pasado. Pese a esto, no pierde su valor y no debe malinterpretarse esta crítica u observación con repulsión o aversión a las costumbres ancestrales de nuestro pueblo, la Ceremonia fue única y le dio a Obrador un poder que pocos han ostentado.
El llamado de la madre patria y los hijos que se reencontraron
Pero creo yo, que lo que esencialmente sucedió ese 1 de diciembre y que nunca se va a olvidar no fue un simple evento político, a pesar de los detalles expuestos, ya que se vivió un reencuentro entre los tres mundos o culturas que forman a México. Presenciamos cómo los indígenas del mundo prehispánico entregaron el bastón de mando a López Obrador en una ceremonia plagada de simbolismos, y dentro de esa ceremonia se manifestó la herencia española de nuestra cultura con los nombramientos a la Virgen de Guadalupe y las palabras que anteriormente AMLO le dedicó al rey de España dentro de la Cámara de Diputados.
Miles de personas llenaron la plancha del Zócalo como en pocas ocasiones se ha visto y fueron parte de un ritual que hizo del llamado de una madre a sus hijos para reconciliarse y reencontrarse consigo mismos, para mirarnos al espejo y decir, con total orgullo y convicción en el futuro: "Esto somos. Esto es México".
Y no, esto no es una apología a Andrés Manuel, ni al socialismo, ni al 'populismo' —sea lo que signifique eso—, ni a Morena, ni a ningún bando político que hoy contiende en el país para mantener viva la polarización partidocratica —véase PRI, PAN, PRD, MC, etc.—. Es la opinión de un mexicano que, como muchos, se sintió conmovido y totalmente identificado con esa manifestación tan peculiar de nacionalismo. Pues años de una campaña de propaganda masiva para desenraizar a los mexicanos de México ha surtido efecto, engendrado una nación que, en su mayoría no sabe qué es ni hacia dónde va.
Vienen seis largos y duros años, mucho más que los anteriores. La situación internacional no es propicia y se espera un reacomodo tetrapolar que sacuda al globo. Por esos cambios tan radicales que marcarán el porvenir geopolítico de todas las naciones, este sexenio va a ser la prueba de fuego que nuestro país necesita. Un país que se parte en dos por manejos políticos egoístas y que en medio de la incertidumbre, se debate si debemos comenzar a decepcionarnos por un Gobierno que apenas empieza —y se está desgastando a sí mismo— o si debemos mantener la esperanza en que se avecina un cambio.
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Sea como sea, confío en que el futuro nos tiene preparadas grandes cosas y que al final, si la tormenta amenaza con destruirlo todo, nos levantaremos como lo hemos hecho otras tantas veces y gritaremos al mundo que, con todo y sus intentos de destruirnos, aquí seguimos y seguiremos por mucho tiempo.
México no morirá.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK