Sanbar nació en Haifa en 1947, pero él y su familia formaron parte del éxodo palestino posterior a la Guerra Árabe-Israelí de 1948. Transcurrió su infancia y su juventud en el Líbano y en 1967 viajó a Francia, donde cursó su doctorado en Derecho Internacional.
Ese compromiso se ha mantenido "muy activo" desde entonces y ha asumido responsabilidades como la preparación de las negociaciones de Madrid en 1991 o por el derecho al retorno de los refugiados palestinos.
En paralelo, ha mantenido siempre su actividad profesional docente, literaria —tradujo al francés toda la obra del poeta palestino Mahmoud Darwish— y de creación de pensamiento, dado el carácter honorario de sus tareas en la causa palestina. Por primera vez asumió un cargo formal cuando aceptó la representación palestina ante la Unesco.
— Sanbar, usted ha tenido una vida dedicada a la causa palestina.
Pero fue difícil, con muchas pérdidas de amigos cercanos, no apenas conciudadanos palestinos. Estamos hablando de intelectuales comprometidos, que no es alguien que apenas analiza. Un intelectual comprometido es alguien que analiza y que actúa. A menudo, los intelectuales que se consideran comprometidos son comentaristas de actualidad. Comentan, pero, ¿por dónde pasa el compromiso? La reflexión se acompaña con la acción, y es lo que hice toda mi vida.
— Donald Trump decidió reconocer Jerusalén como la capital de Israel y en Brasil, el presidente electo, Jair Bolsonaro, dijo que haría lo mismo.
Los primeros enfrentamientos en Palestina fueron en 1896. Theodor Herzl todavía no había publicado su libro, 'El Estado Judío'. Balfour no había emitido una declaración para el hogar nacional judío, de 1917. Todo comenzó en 1896. Ya es casi 2019 y aún no hemos salido de escena.
Si quieren divertirse, pueden hacerlo, pero no saldremos de escena. No porque seamos excepcionales ni porque seamos una potencia. Nadie nos puede sacar de escena justamente porque somos la cuestión misma, no somos simples actores.
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Hace un año Trump dijo que anunciaría el plan de paz del siglo. ¿Sabe por qué no lo anuncia? Porque no está seguro de que diremos que sí. No es porque no lo tenga: tiene un plan, uno muy malo. Pero como sabe que diremos que no, espera. Nosotros, lamentablemente, hace más de un siglo que estamos esperando.
— Usted suele hablar de la complejidad del exilio palestino.
— En general, los pueblos o grupos humanos exiliados se encuentran en tierra extranjera. Por ejemplo, los armenios en Marsella. Marsella no es Armenia: la lengua y muchas otras cosas son diferentes. Eso es lo que suele pasar con los exiliados corrientes.
Es distinto cuando usted tiene que ir a una tierra totalmente extranjera. Nosotros estamos en un exilio forzado, pero no en una tierra extranjera. Es por eso que no podemos decir que nos hayamos tenido que integrar. No lo necesitamos, porque conocíamos la lengua. Estábamos un poco como en casa.
— ¿Eso es a causa de la unidad de una nación árabe?
— La nación árabe es una cosa muy distinta. Es el espacio es el mismo, la territorialidad es la misma. La nación árabe es un concepto que viene luego, algo que se construye. Una realidad política. Yo le hablo de una realidad natural: de lengua, de espacio, de territorio, de cultura, de cocina y de música. La nación es algo distinto, es el compromiso en un proyecto nacional.
Palestina es muy chica. Si usted suma la superficie de Israel, Cisjordania y Gaza hay 30.000 kilómetros cuadrados. Pero es una caja de resonancia, como la de una guitarra o una viola. En Palestina resuenan un montón de cosas que no son de Palestina en sí.
Es un territorio extraño, el único en el mundo que es santo para las tres grandes religiones. Arabia es tierra santa para el Islam. Pero el único lugar en el mundo bendito para el judaísmo, el islam y el cristianismo es Palestina.
— ¿Palestina es el centro del conflicto árabe?
— No únicamente. Está la cuestión colonial. Y la cuestión judía, qué respuesta se le daba a la barbarie nazi y la justicia para las víctimas. Hacía falta la justicia, pero no para hacerle pagar el precio a nuestro pueblo. Esa es la cuestión.
Roosevelt le pidió su ayuda porque hacía falta "a todo precio" darle Palestina a los judíos. Bin Saúd le respondió que él no era más que un beduino, alguien no muy sofisticado. "Ya que los alemanes los hicieron sufrir, ¿por qué no les dan las tierras más bellas y fértiles de Alemania?", le preguntó.
Roosevelt le dijo que no era eso lo que querían, sino Palestina. Bin Saúd le dijo que eso era algo muy complicado. "Soy un simple beduino, no entiendo", dijo. Era una ironía, y la conversación se paró ahí.
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— La mayoría de los judíos que bregaban por el Estado de Israel estaban en Alemania, Polonia o Rusia…
La primera es sociológica. No había una comunidad judía campesina, porque son urbanos. Y el proyecto sionista es rural, de volver a la tierra, de cultivarla, de fundar kibutz, colonias de producción. No es su sociedad ni su manera de ser. Tenían más ganas de ir a Nueva York que a Galilea.
Luego, eran muy europeos. Es decir, el gran sufrimiento de los judíos de Berlín, por ejemplo, es que eran muy alemanes: tenían la lengua, la cultura y la música alemana. No eran una comunidad que estuviera de paso. La idea de desarraigarse era muy pesada, muy difícil para ellos.
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¿Por qué? Porque la convicción estadounidense y británica era que los judíos europeos eran todos comunistas, y no querían comunismo bajo ningún concepto. Estas personas que huían del nazismo, un poco estaban obligadas a ir a Palestina. Soñaban con ir a Londres, a Nueva York. Y eso, ni los ingleses, ni los estadounidenses lo cuentan.
— ¿Cree usted que la solución de dos Estados, Israel y Palestina, se alcanzará?
— Hoy está muy lejana. Creo que es una buena solución y puede preparar una verdadera reconciliación, porque puede hacer nacer una nueva relación de vecindad. Primero los pueblos comienzan a ser buenos vecinos y luego se consolida la paz.
Hubo más de un siglo de guerra, sufrimiento y tristeza. La paz no puede venir simplemente firmando un papel. Hace falta trabajar por una reconciliación que derive en una verdadera paz, mucho más sólida que apenas un papel firmado.
Eso es apartheid: un 20% de la población de Israel son palestinos, cerca de 1,8 millones de personas. Son los descendientes de los que no partieron en la Nakba [la expulsión de cientos de miles de palestinos de sus tierras en 1948]. Y ahora no existen más a los ojos de la ley israelí.
Ahora buscan preparar una ley para establecer la pena de muerte para los que consideran palestinos que cometen actos terroristas. Pero ellos definen qué es terrorismo y todo es terrorismo. Israel va hacia la extrema derecha de una manera muy clara, pero es el ambiente mundial.
— ¿Cómo es la situación en Gaza?
Gaza es uno de los problemas de Israel. Israel querría que el Estado palestino fuera solo Gaza. Ellos quieren Cisjordania, pero Gaza no les interesa. Piensan que Egipto puede controlarla, que pueden dar un pequeño Estado y luego mostrarlo al mundo. Pero no funciona así.
Ellos apoyaron el nacimiento de corrientes islamistas palestinas, pensando que así iban a debilitar a Yasser Arafat. Ahora se volvió engorroso y quieren deshacerse de eso. Es exactamente como los estadounidenses y Bin Laden, una invención de ellos en Afganistán. Luego les explotó en la cara.
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— ¿Cómo son las relaciones con América Latina?
— Son buenas con muchos países. Tenemos muchas comunidades palestinas en Chile, Argentina, Colombia y Brasil. La más importante está en Chile, luego en EEUU. Si bien las relaciones son buenas, puede cambiar. Usted mencionaba a Brasil, algo que no es un detalle. Los Gobiernos están virando a una derecha más dura. Trump ha provocado un desorden importante y trae consecuencias.