La troika Canadá, Estados Unidos, México salta alborozada cuando su candidatura conjunta derrota a Marruecos por la celebración de los mundiales de 2026. Los informadores recalcan que los vencedores habían prometido a la FIFA unos beneficios de 14.000 millones de dólares. "Los mundiales más lucrativos de la historia", afirman. Marruecos había prometido "solo" cinco mil millones.
Pero volvamos a la política. México y Canadá son, a ocho años del evento, dos enemigos comerciales del actual mandatario de la Casa Blanca. En el caso del país centroamericano, para Donald Trump se trata de algo más que un rival económico. La nueva diplomacia de EEUU, o la 'no diplomacia', fue sorprendida en plena resaca tras la 'cumbre' de Donald Trump con Kim Jong-un. El 'twitopresidente' improvisó un mensaje sin euforia, de circunstancias, como si no se hubiera enterado de que su país concurría a la celebración del 2026.
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Nadie, tampoco él, sabe quién será el ocupante de la Casa Blanca en ocho años. Pero a Trump no se le escapará la importancia que tal acontecimiento supone para el 'softpower' de un país.
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La concesión de la organización del 2022 a Catar fue objeto de críticas por sospechas de corrupción. El caso salpicó además a los dirigentes de la FIFA en ese momento, como el exjugador francés, Michel Platini, e incluso al expresidente francés, Nicolas Sarkozy, a quien se le reprochaban sus lazos con la familia real catarí.
Es más, hay quien asegura que Arabia Saudí va a hacer todo lo posible para echar abajo la organización del Mundial de Fútbol de 2022 en Сatar.
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Si para el prusiano Von Clausewitz "la guerra es la continuación de la política por otros medios", se podría decir que el fútbol es hoy el medio para hacer la guerra a pelotazos.
El fútbol como terreno de juego político ha tenido otros ejemplos. Una de las imágenes más tristes del fútbol internacional es la del encuentro entre el Dínamo de Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado, del 1e de mayo de 1990. Los croatas del Dínamo y los serbios de Belgrado se enfrentaron violentamente en las gradas y en el terreno de juego, en un presagio de la guerra civil que desmembraría a la antigua Yugoslavia, tras una de las más cruentas guerras protagonizadas por europeos.
Perversa fue también la política 'futbolística' del régimen de Augusto Pinochet, que, mientras degollaba opositores, presionaba al combinado nacional elegido para las eliminatorias del campeonato que se celebraría en Alemania, en 1974. La víctima principal fue Carlos Caszely, uno de los pocos futbolistas que pasará a la historia por sufrir las consecuencias de su compromiso político.
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El Estadio Nacional de Santiago se convirtió solo un día después del golpe militar del 11 de septiembre del 73 en un inmenso campo de detención de "opositores" al putsch. En sus galerías interiores se torturó y asesinó a cientos de personas.
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Cuando Pinochet recibió al combinado nacional para felicitar a sus componentes, "el chino Caszely" le negó el saludo y le habló de la situación en el estadio y en el país. El sátrapa se tapó los oídos con las dos manos. La madre del jugador fue torturada brutalmente como castigo a su hijo. Desestabilizado, Caszely fue expulsado en el primer encuentro de la fase preliminar de Alemania por un puñetazo al local Berti Vogts. La prensa pinochetista babeó de placer titulando, "Caszely, expulsado por no respetar los derechos humanos".
El compromiso político de algunos futbolistas se ha ido difuminando. Por una parte, es un signo positivo: hay menos regímenes dictatoriales en el planeta. Pero también hay que reconocer que sería mucho más difícil hoy mantener un perfil de compromiso político cuando se representa no solo a un club pensado esencialmente para el negocio, sino a decenas de patrocinadores comerciales que no aceptarían mezclar su imagen con defensores de causas 'extradeportivas'.
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Solo en algunos países y en ciertas circunstancias, un futbolista, eso sí, jubilado, pude dedicar su retiro deportivo a la política. El caso más exitoso es el de George Weah, estrella del Milán, Chelsea y París Saint Germain, que ocupa ahora la Presidencia de su país, Liberia. Por cierto, no clasificado para Rusia.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK