Esta es la historia de la emocionante visita al cementerio de Darwin, este lunes 26 de marzo, de más de 200 familiares de 90 soldados cuyos restos fueron identificados y que ahora ya no son "soldados solo conocidos por Dios".
La foto de la tumba de Eleodoro Monzón ocupa una página entera del Clarín. Mirta, su hermana, posa orgullosa con el diario, mientras habla con Sputnik sobre sus impresiones del histórico viaje de este 26 de marzo para visitar las tumbas que ahora sí tienen nombre, 36 años después de la guerra por el archipiélago entre Gran Bretaña y Argentina.
Eleodoro fue uno de los 22 soldados de la provincia del Chaco que dejaron su juventud en "Las Hermanitas", como muchos argentinos llaman a las Islas, y que cuyos restos fueron identificados en el cementerio de la isla Soledad. Mirta recuerda que su hermano se fue a los 19 años a prestar el servicio militar en Tierra del Fuego.
"Se fue contento, pero nunca pensamos que se iba para no volver. Esa es una herida que jamás va a cerrar", cuenta emocionada y con lágrimas en los ojos en Buenos Aires, al volver de la visita al cementerio y antes de tomar el avión que la llevará a ella y a los demás familiares a tierras chaqueñas.
"Mis padres sufrieron muchísimo la muerte de mi hermano. Se los llevó a la tumba, primero a mi papá, luego a mi mamá. Ahora que se hicieron los ADN y se reconocieron los cuerpos me hubiera gustado que estuviera mi madre porque fue la que más sufrió, la que siempre quiso saber dónde estaba su hijo, pero yo sé que va a estar contenta que yo haya ido a estar allá con él", murmuró Mirta.
Tras la guerra en 1982 el coronel inglés Geoffrey Cardozo fue el encargado de recoger los cuerpos de los campos de batalla y darles digna sepultura. Su labor fue clave en el proceso de identificación de los caídos durante el conflicto. A esta tarea se le sumó la de un veterano del Regimiento 6 de Mercedes, Argentina, Julio Aro, fundador de No me Olvides, la organización social a través de la que se logró aunar esfuerzos de familiares, periodistas, excombatientes, políticos e incluso organizaciones internacionales con el fin de ponerle nombre a los cuerpos enterrados no identificados.
Para Mirta el viaje fue "muy triste", porque "era mi hermano, con quien jugaba e iba a la escuela, hacíamos nuestras travesuras, y de golpe se fue y nunca más lo vimos". Eleodoro murió de forma heroica el 14 de junio, al final de la guerra, en la Colina de Sapper Hill, donde un pequeño escuadrón de soldados argentinos siguió resistiendo y provocando terribles daños a los ingleses.
"Recuerdo que llegaron unos militares a la casa, mi papá salió a recibirlos y luego llamó a mi mamá, nosotros espiábamos detrás de la puerta y vimos que se abrazaban y lloraban fuerte. No sabíamos qué pasaba, era una imagen terrible, jamás la olvidaré, tampoco el grito desconsolado de mi mamá. Le informaron que su hijo había desaparecido", recuerda con la voz cortada por el llanto y agrega que a partir de entonces su madre nunca volvió a ser la misma. Conservaba la ilusión de que Eleodoro pudiera estar con vida.
Mirta ya había ido a las Malvinas pero esta vez viajó con su hijo Facundo. "Las dos horas que estuve en el cementerio lloré, lloré, me conecté con él, le hablaba, le decía que por qué me había dejado de tan chica, pero gracias a dios él ahora tiene su nombre y su placa ahí", dijo. En el viaje anterior lloró en todas las cruces, no tenía la certeza de cuál podía ser la de su hermano.
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Mirta es docente de un pueblo alejado de la capital del Chaco, en la región que se conoce como "El Impenetrable", y siempre habla de las Malvinas en sus clases. "Lo hago con una emoción tremenda, y mis alumnos me preguntan por qué sé tanto. Pero es parte de mi historia, de la nuestra, y hay que contarla", explica.
La muerte de un hijo no tiene nombre
Orlando Ramírez ya sabe dónde está el cuerpo de su hermano. La última vez que lo había visto con vida tenía 11 años, en San Bernardo, un pueblo ubicado a 260 kilómetros de Resistencia, capital del Chaco.
"Mi papá y mi mamá le hicieron todos los papeles para que no prestara servicio pero él decidió hacerlo igual. Después se vino la guerra y tuvo la mala suerte de quedar ahí", recuerda de su hermano.
"Murió convencido de que iba a llegar a una tregua con un batallón de ingleses que se habían cruzado en batalla. Al deponer sus armas comenzaron a llover bombas. No sobrevivieron", recuerda.
En 2009, Orlando visitó el cementerio de Darwin por primera vez. No encontró el nombre de Rubén Norberto en ninguna de las más de 200 cruces blancas. "Nos habían dicho que eligiéramos una cruz cualquiera e hiciéramos nuestro duelo en una tumba sin nombre", recuerda. Ahora, con la identidad de Rubén confirmada, se dio cuenta que en aquella ocasión se había parado a tan solo dos metros de donde estaba enterrado.
Para Orlando, lo más emotivo de este regreso al cementerio fue ver a las madres de los demás soldados que pudieron reconocer las tumbas de sus hijos por primera vez en más de tres décadas.
"Mis padres fallecieron sin poder saber nada de Rubén. Mi madre murió convencida de que él no había muerto. Lo esperó hasta el último momento. Estoy convencido de que cuando nos dieron la identificación ellos nos miraban desde el cielo", aseguró.
La tumba marcada de paz eterna
Ana Monzón, hermana de Juan Carlos Monzón, es otra de las familiares del Chaco que inició esta búsqueda siete años atrás. Ya había estado en Malvinas en 2009, pero no encontró el nombre de su hermano en las tumbas del cementerio.
"Nosotros nos preguntábamos cómo es no tener nombre, si ellos fueron con nombre".
En 2012 les informaron que existía la posibilidad de hacer este proceso de identificación, que ellos apoyaron como familia. "Queríamos que nuestro hermano tenga su nombre y apellido, y gracias a Dios hoy con mucha alegría podemos decir que nuestro hermano descansa en paz con su nombre y apellido".
Juan Carlos hizo el servicio militar en el Regimiento de Infantería Mecanizado No. 12 de la provincia de Corrientes. Eran ocho hermanos, todos trabajaban en la cosecha de maíz y algodón, recuerda Ana, que era muy chica cuando su hermano se fue a la guerra.
"Nosotros mandábamos cartas, no sabemos si las recibía o no, y cuando sucedió la guerra vinieron y le avisaron a mis padres que había muerto en combate", recuerda.
Este viaje fue especial porque si bien Ana ya había estado, las cruces del cementerio no tenían nombre. "Fue muy emotivo ver a cada uno con un rosario, con una flor, fue fuerte, fue lindo saber que en el próximo viaje ya podemos ir sabiendo dónde está".
La última carta de un héroe
Olga Genes es la hermana del sargento Ramón Gumercindo Acosta, un gendarme que combatió en Malvinas y que murió a los 42 años. Según cuenta Olga, su cuerpo no pudo ser localizado porque un inglés se llevó una insignia que lo distinguía como trofeo de guerra.
Acosta recibió la medalla al Valor en Combate por su acción heroica el 30 de mayo de 1982, cuando su helicóptero fue atacado por los ingleses y él logró salvar la vida de varios compañeros, pero el 10 de junio su patrulla fue emboscada por tropas británicas en las cercanías del Monte Kent, donde fue herido de muerte.
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Desde Malvinas alcanzó a escribir a su hijo: "Te cuento que hace dos días iba en un helicóptero y me bombardearon, cayó el helicóptero y se incendió, murieron varios compañeros míos pero yo me salvé y ahora estamos esperando el ataque final. Yo salvé a tres compañeros de entre las llamas. Te cuento para que sepas que tienes un padre del que puedas sentirte orgulloso (…) Nosotros no nos entregaremos, pelearemos hasta el final y si Dios y la Virgen permiten nos salvaremos. En estos momentos estamos rodeados y será lo que Dios y la Virgen quieran. Recen por nosotros y fuerza hasta la victoria final".
El mar lo devolvió
Ana María Spanghero es la viuda de Miguel Aguirre, un marino mercante alistado como voluntario que era jefe de máquinas en el ARA Isla de los Estados, un barco de transporte de pertrechos, víveres y medicinas. El 10 de mayo la fragata inglesa HMS Alacrity lo hundió en el Estrecho de San Carlos. Solo dos de sus 25 tripulantes se salvaron. A bordo murieron 15 civiles.
"Siempre pensamos que su tumba era el mar, pero sucedió algo incomprensible", comenta Ana María, de 82 años. Su hijo Sergio había donado sangre para hacer el ADN con el fin de descartar que el cuerpo de su padre estuviera entre los cadáveres no identificados del cementerio de Darwin. Pero el 6 de diciembre de 2017 les dieron la noticia: "Habían localizado el cuerpo de mi esposo, que nosotros nunca creímos que estaba en tierra", dijo a Sputnik Ana María.
Las corrientes marinas lo fueron arrastrando hasta la costa y el 22 de agosto de 1982 Geoffrey Cardozo halló su cuerpo y especificó dónde lo había encontrado. Al recibir la noticia, Sergio empezó a estudiar las corrientes marinas y se dio cuenta de que el punto donde hundieron el barco estaba casi en línea recta con el sitio donde hallaron el cuerpo desnudo de su padre. "Mi esposo era un civil y no tenía ninguna identificación", recuerda Ana María.
"Desde el momento que pudieron identificarlo es como si él nos diera una paz que antes no teníamos", expresa aliviada.
Una causa que perdura
A pocos días de un nuevo 2 de abril, fecha del desembarco de las tropas argentinas para recuperar la soberanía de las islas ocupadas por los ingleses desde 1833, el conflicto continúa fresco en la memoria nacional. Tras dos meses largos de guerra y la muerte de 649 soldados, Argentina se rindió, un 14 de junio, pero las huellas del cruento conflicto perduran. En las vísperas de este nuevo aniversario, muchos de los familiares siguen desbordados por lo que les tocó vivir. Mirta Monzón todavía lucha por entender.
"¿Qué pensaron en ese momento? Llevar a chicos tan jóvenes, de unos 18 años, mi hermano jamás había tocado arma. Él no dejó por defender ese pedacito de tierra. Nosotros nos criamos en el campo, sabemos lo que es el esfuerzo, el trabajo, mi papá nos levantaba temprano para que le ayudemos porque él sembraba de todo. Yo creo que por eso mi hermano dio todo por defender ese pedacito de territorio", dice como intentando aplacar una intriga que no la ha dejado en paz desde que Eleodoro se marchó hace 36 años.
Lo cierto es que ese 'pedacito' de territorio sigue estando en el corazón de un país. "Los argentinos abrazamos esa meta de las Malvinas, que nos une a todos, sin ninguna diferencia política y de ninguna especie. Todos amamos Malvinas, y esperemos que algún día se recuperen no con guerra, sino con la palabra, porque la guerra sólo es dolor y no beneficia a nadie", cierra Ana María Spanghero.