La muerte de Santiago Maldonado y el asesinato del referente comunitario Rafael Nahuel dejaron de manifiesto una enorme tensión entre los pueblos originarios y los terratenientes, que gozan de la posesión de sus sitios ancestrales. Lejos de ser nueva, esta realidad se remonta a finales del siglo XIX, como propone Minieri en su libro 'Ese ajeno sur'.
Según cuenta Minieri, una sociedad llamada The Argentine Southern Land Company (TASLCo, en español, Compañía de Tierras del Sur Argentino), recibió "como regalo del Gobierno nacional la propiedad de casi un millón de hectáreas en el norte de la Patagonia". A través de un complejo entretejido de testaferros y sociedades intermediarias, la TASLCo comenzó a explotar la ganadería en esas tierras, ubicadas en la actual provincia de Chubut.
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De este modo, la compañía, con sede en Londres, "operó como un enclave escasamente vinculado a la economía argentina". Los insumos provenían de Europa, mientras que su horizonte exportador se proyectaba hacia Chile y el Pacífico, valiéndose de una suerte de zona franca.
"En algún momento, su extensión dio pie a un proyecto geopolítico imperial: un corredor terrestre bajo el poder británico, que hubiera vinculado a Inglaterra con Australia a través de la Patagonia y el sur de Chile", hipotetiza Minieri.
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La empresa, en uno de sus documentos fundacionales, establecía que la compañía iba a "erigir edificios, pueblos, caminos, puentes, trenes, canales, telégrafos, prensas de algodón, explotar bosques y minas; establecer agencias para promover la emigración".
"Nuestro principal objetivo es subdividir la tierra en granjas para colonos, y alentar a inmigrantes para que se establezcan allí", se afirma en el texto del 'Prospectus', que define la misión de la TASLCo.
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No obstante, no fue la compañía, bajo la tesis de Minieri, la que atrajo a los inmigrantes. El investigador afirma que la mayoría de las personas que se aventuraron a bajar al Sur y a establecerse allí fue por propia iniciativa, y no por el incentivo de la TASLCo u otras empresas británicas que operaban de manera similar.
La intención de llenar la zona de mano de obra británica no prosperó, pues italianos y españoles representaron la mayoría de quienes llegaban a la Patagonia con ambición de establecerse a trabajar. Los ingleses y escoceses eran "personal jerárquico y administrativo de las empresas ganaderas organizadas desde el Reino Unido".
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Las tierras ganadas en la Conquista del Desierto llegaron a pertenecer "entre un 67 y un 62%" a propietarios extranjeros, principalmente británicos. Las empresas presionaban a los pequeños comerciantes y a los establecimientos de menor entidad a cerrar, lo que según el historiador favoreció la concentración de latifundios en unas pocas manos.
"El poblamiento del sur argentino se llevó a cabo a pesar y en contra de las grandes empresas terratenientes. Estas fueron a menudo agentes de expulsión de los primeros pobladores", propone Minieri en base a documentos con testimonios de la época.
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A su vez, el rol de los expedicionarios británicos durante la época brindó a los forasteros un mayor conocimiento de las características geográficas y de los recursos en comparación con el que tenía el Gobierno.
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"Los agentes británicos conocían la ubicación de cada paradero, cada yacimiento aurífero y cada curso de agua en las tierras nuevas. Este conocimiento les dio superioridad frente a una burocracia y a una diligencia argentina que podían recitar de memoria el nombre de más de una calle de París, pero no tenían noción del país que administraban", propone el autor.
Los gobiernos pasaban, pero ni siquiera aquellos de corte "nacional y popular" se atrevieron a quebrar este statu quo de la Patagonia. Durante la administración de Juan Domingo Perón, el partido oficialista recibía "un centavo por cada kilo de lana esquilada", aunque logró que se mejoraran las condiciones de vida de los peones.
En 1975, la TASLCo sufre su primer cambio de dueños. Ya no era propiedad de accionistas británicos, sino de una sociedad establecida en el paraíso fiscal de Luxemburgo y controlada en Buenos Aires.
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Con 1982 y la Guerra de Malvinas comenzó una ola de patriotismo que surgió de la lucha armada contra los británicos en el archipiélago. El nombre de la empresa fue españolizado a "Compañía de Tierras del Sud Argentino", pues el nombre original dejaba en evidencia la presencia del enemigo dentro de las fronteras nacionales.
"El nuevo nombre ha durado más que el espasmo nacionalista de la opinión corriente argentina, que poco después de la euforia antibritánica y antinorteamericana de 1982 recuperó su afición a los términos en inglés, al viaje a Disneylandia o Nueva York, y al prestigio del Citibank", ironiza Minieri en el libro.
En 1996, ya bajo el mando de Benetton, además de los ‘nobles' fines de propiciar un desarrollo que hasta el día de hoy falta, en los estatutos de la Compañía de Tierras se incluyó la explotación minera. A partir de entonces, los yacimientos de oro y plata descubiertos por exploradores británicos un siglo antes, se volvieron un jugoso botín para el capital trasnacional y no para el beneficio de las comunidades locales.
"La Patagonia sigue siendo en gran parte una provincia imperial, quizás en trance de una sustitución de algunos de sus dueños por otros, no muy distintos de los anteriores. La soberanía, que se traduce en libertad, en la posibilidad de disponer de la propia vida, está pendiente de realización", reflexiona Minieri.