Con la nieve más blanca, las indescriptibles auroras boreales y sus 587.400 kilómetros cuadrados, la óblast de Arjánguelsk se convierte en un paraíso para aquellos viajeros que quieran conocer la esencia del norte ruso. Así lo afirmó a Sputnik Svetlana Zenovskaya, viceministra de Cultura que atiende el turismo en esta región.
Más de 400.000 visitantes llegan anualmente aquí, muchos por negocios o estudios y otros con fines puramente turísticos. Pero no es suficiente. Las autoridades de Arjánguelsk bien saben que guardan un tesoro por descubrir y se muestran dispuestos a compartirlo.
"De los que vienen, solo 8.000 son extranjeros y en su mayoría visitan solo la ciudad ", precisa Zenovskaya. "Llegan de todas partes, de China, la India, Alemania, España, en fin, de más de 60 países. Pero nos gustaría que nos conocieran aún más", afirma.
Y sin dudas vale la pena la escapada, en la que por cuenta propia o de la mano de alguno de los 24 turoperadores de la región, se podría conocer, por ejemplo, alguno de los tres parques nacionales que tiene la óblast, entre ellos el 'Ártico ruso'.
Pero la oferta va más allá e incluye lugares mágicos como Malie Koreli, un museo de arquitectura de madera (el mayor museo al aire libre de Rusia), donde parece que el tiempo se hubiera detenido.
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Se puede conocer el helado mar Blanco, el más pequeño mar interior de Rusia. O Solovki, considerado por muchos como la perla de la región, un archipiélago que es patrimonio de la Unesco y donde todavía funcionan los antiguos molinos situados más al norte del mundo.








Podría tal vez el visitante llegar hasta la ciudad-museo Kargopol, y al parque nacional Kenozerski.

Pero si escoge la región de Pinezhie se podrá adentrar en la Rusia profunda, con aldeas perdidas en el mapa que se mantienen tal cual estaban hace siglos. Todo un tesoro de tradiciones antiguas conservadas que se puede descubrir al encuentro con una cultura intacta.
Para los más atrevidos hay opciones como hacer el largo recorrido que hacen los renos por el norte, viviendo en las mismas condiciones en que lo hacían los habitantes del Ártico hace cientos de años… a temperaturas de hasta —42 grados Celsius. Eso sí, la fecha exacta y el ritmo los ponen los propios renos, que emprenden camino siguiendo su instinto ancestral.
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Y si quiere probar otra experiencia única, puede viajar a bordo de un rompehielos y convivir con los marineros.
Varios festivales tradicionales, como el del arte de las campanas, llaman la atención de los forasteros. Pero sin dudas el evento preferido sigue siendo el de los baños helados con que los rusos celebran la Epifanía y que en estas regiones son particularmente asombrosos por las duras condiciones del invierno ártico.
Con esto y más, Arjánguelsk te espera. ¿Te atreves?