El impacto de la Revolución rusa en 1917 influyó en la expresión del Muralismo mexicano y en uno de sus principales exponentes, Diego Rivera, quien defendió la vanguardia europea y sus ideales comunistas con el mismo fervor que asumió su herencia artística de la Revolución mexicana.
Sin embargo para Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, sus principales exponentes, la idea del Muralismo era principalmente dar rostro a los obreros y sus realidades convirtiéndolos en protagonistas de las obras.
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En declaraciones a Sputnik, Shanon Jazzan, curadora del Museo Nacional de Arte de México, reveló que también el Muralismo promovió la ideología de la Revolución rusa, aun cuando sus principales representantes transitaran entre la militancia y el realismo.
"Definitivamente Rivera estaba de acuerdo con estos ideales, incluso realizó varios viajes a Rusia, así como Siqueiros, quien estuvo involucrado de manera activa en los esfuerzos comunistas rusos, marcando su manera de pensar y de hacer arte, y con ello los mensajes que daban a través de sus murales", expresó Jazzan.

La curadora explicó además como en el mural 'El hombre en el cruce de caminos' de Rivera existe la dicotomía de cómo este artista veía el mundo político, donde de un lado está el capitalismo en el que todo es decrépito y todo está mal, y del otro lado está el comunismo en el que todos están unidos.
"Existía el interés de usar un arte figurativo que apelara a las masas, como en Rusia, antes de la Revolución estaba muy en moda el arte abstracto y después de la revolución se volvió un arte figurativo, un arte que hablaba a las masas, pues en ese sentido el muralismo mexicano tiene una estética muy similar al arte ruso", destacó Jazzan.
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Viajó a Rusia también como parte de la delegación oficial del partido Comunista Mexicano, para participar de los festejos por el décimo aniversario de la Revolución bolchevique donde se relacionó con el mundo cultural, dio clases, dictó conferencias y colaboró con diferentes revistas artísticas.
Una de las anécdotas más sorprendentes de su compromiso político fue el episodio con la familia Rockefeller, por tratarse de una de las más representativas del sistema capitalista.

El mexicano recibió del magnate Nelson Rockefeller el encargo de pintar un mural gigante para decorar el vestíbulo del Rockefeller Center que acababa de erigirse en Nueva York, con la idea de que los visitantes se detuvieran a pensar. Esta anécdota fue incluida en varias películas de Hollywood.
Sin embargo, los que le encargaron el mural intentaron que reemplazara la cara de Lenin por la de un trabajador anónimo, a lo que el pintor se negó.
Ocho meses después, a principios de 1934, Rockefeller ordenó a los obreros que destruyeran el mural, una acción que fue calificada como "vandalismo cultural" por el mexicano.