Una historia de espanto que sin dudas estremecía el corazón de cualquiera. Contaba la pareja que llegaron a la capital rusa en noviembre de 2016, como muchos otros cubanos para comprar ropa y otros artículos y luego venderlos en la isla, pero que casualmente habían lavado el pasaporte de él, por lo que no pudieron regresar y se encontraron en la calle, sin saber el idioma, sin dinero ni documentos, en lo más crudo del invierno ruso.
Alegan que no tuvieron apoyo por parte de los cubanos residentes en Rusia con quienes habían coordinado el viaje (que por el contrario les cobraron de más) ni tampoco del Consulado cubano en Moscú, aunque reconocen que solo en abril contactaron con la representación diplomática.
En la nota publicada posteriormente por las autoridades cubanas se aclara que "Hanoi Llorca Redondo y Yenifer Graverán Perdomo han sido asistidos en todo momento por los funcionarios consulares cubanos, recomendándoles las mejores formas de actuación para regresar a su país de forma inmediata, incluso, en momentos, cuando Yenifer Graverán Perdomo solo tenía pocos meses de embarazo".
Aunque ante las versiones encontradas vale preguntarse qué puede o debe una representación consular hacer en situaciones similares, más allá de intentar delimitar responsabilidades por las increíbles circunstancias en las que una niña cubana casi nace en una sala de espera de aeropuerto, este caso denota otras realidades.
Especulando un poco, algunos podrían sospechar que el despiste de Hanoi y Yenifer pudo tener en un inicio otras motivaciones. ¿Podrían ser, quizás, parte de la nada despreciable cantidad de personas que intentan aprovecharse de la exención de visado que ofrece Rusia a los cubanos con la intención de emigrar?
En el momento de la llegada de la pareja y hasta enero pasado, la meta final de muchos era EEUU, aunque tras la derogación de la política de 'pies secos pies mojados', ese destino está cada vez más distante.
Las leyendas urbanas que aseguran que ha habido cubanos que hicieron el viaje a través de la península de Kamchatka hasta Alaska, no son más que mitos, pero que han llevado a más de uno a tomar el Transiberiano para intentarlo, desconociendo que las particularidades geográficas y de seguridad de ese territorio extremo de Rusia hacen imposible tal travesía.
Según datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), a principios de este año, 168 cubanos permanecían en centros de retención de ese país de la antigua Yugoslavia.
No pocas veces se enfrentan a estafadores en ese empeño. Cuentan (no me crean) que a cierto cubano le prometieron montarlo en un tren que en unas horas cruzaría la frontera rumbo occidente a cambio de una gruesa suma de dinero… y acabó dando vueltas en la línea circular del metro moscovita.
Pero la mayor parte de los cubanos que arriban en los vuelos diarios de Aeroflot tienen planes a más corto plazo, los mismos que asegura haber tenido esta pareja.
La meca de la 'pacotilla'
"Si quieren ver donde compran los cubanos tienen que ir a Liublinó", nos dijeron varias personas.
Y es que esa estación de metro en las afueras, al sur de Moscú, están varios de los lugares más frecuentados por los 'empresarios' de la isla.
Pero volviendo a Liublinó, desde la propia estación del metro se pueden reconocer fisonomías con rasgos poco eslavos y que parecen salidas de cualquier rincón de Centro Habana.
Desde lejos se divisa el centro comercial Moskva. Al entrar sorprende una inmensa nave llena de puestos individuales de venta, repletos de mercancía barata al por mayor.
Un gigantesco cartel en perfecto español, que se repite en cada una de las muchas puertas, da la bienvenida: "Estimados clientes cubanos, tenemos una oferta especial para ustedes en el pasillo 3, puesto H".
De camino, varios vendedores (procedentes en su mayoría de las repúblicas asiáticas de la Federación de Rusia) aunque a veces apenas hablan ruso llaman nuestra atención en algo parecido a un 'cubañol' chapurreado: "amigos, buenos precios", "amigos, tengo jabas (bolsas)" y hasta alguno ofrece pantalones "ripiaos (rotos)".
Al llegar al punto indicado, un mostrador oficial de información detalla la oferta, "alojamiento especial para cubanos, servicios de traducción".
Y es que hay toda una red que existe por esas decenas de miles de cubanos que vienen de compras. Algunos lucran con el desconocimiento de los que llegan, ofreciendo alojamiento y otros servicios a precios exorbitantes. Los hay que cobran 15 dólares por día por un lugar en una litera, donde según testimonios hay que dormir con un ojo abierto y el otro también.
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El despacho de equipajes adicionales o el envío de carga no acompañante es un negocio donde unos pocos parecen tener el 'monopolio', haciendo que las salidas del vuelo de Aeroflot Moscú-Habana parezcan un circo o campamento de refugiados, con pasajeros que se ven obligados a dormir desde la noche anterior si quieren llevarse algún equipaje extra.
Entre estos últimos, sobre todo, hay algunos que caen en broncas, hurtos o delitos peores, dejando una mala impresión al punto de provocar que alguno de los, por lo general, hospitalarios vendedores exclamen "¿Cubanos? No, no".
De este modo, la imagen que durante décadas nos ganamos los cubanos en Rusia, donde se nos conocía como personas educadas, honestas y sensibles, corre peligro.
Detrás de todo el fenómeno están realidades a 9.550 kilómetros de distancia. Una economía en crisis, el desabastecimiento crónico, los altos precios del mercado cubano y unas leyes aduanales que rayan en lo absurdo tienen buena parte de responsabilidad.
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Hanoi y Yenifer ya consiguieron los pasajes para regresar a La Habana con su pequeña el próximo 17 de octubre, tras una campaña de recogida de fondos que llevó a cabo una organización humanitaria rusa, que también les ayudó en su alojamiento en los últimos tiempos.
Pero historias como esta van más allá de lo tristemente anecdótico y se convierten en la punta del iceberg de un contexto mucho más complejo.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK