Del "bullying" a la "hiperpaternidad"
Las razones para "explicar lo inexplicable" son muchas. El suicidio de menores es un fenómeno tan extremadamente complejo que no puede ser encorsetado en un móvil y responsable únicos. Según un estudio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el 60% de los suicidios infantiles en México es resultado del acoso escolar (bullying); el mismo estudio fija entre los 12 y los 16 años la edad en la que infantes y adolescentes suelen atentar contra su vida.
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El aislamiento, la inapetencia, el insomnio, la irritabilidad…, deben verse como respuestas a problemas de fondo —dígase acoso o fracaso escolar, dígase agresiones o traumas intrafamiliares—, no pasajeros extravíos de comportamiento atribuibles a las inconsistencias de carácter propias de la adolescencia. Que el acoso sea un mal padecido por el 65 % de los niños y niñas en México, que el 5 % de sus víctimas presenten pensamientos suicidas, habla del alto factor de riesgo que representa, mucho más en una sociedad con niños y adolescentes "ludodependientes" que los vuelve en extremo vulnerables a las agresiones del mundo real, niños y adolescentes para los cuales, a pesar de su corta edad, la vida puede resultar desesperanzadamente difícil y no un divertido juego de PlayStation.
México necesita más fundaciones y programas sociales para erradicar de raíz el problema que representa el acoso escolar. pic.twitter.com/saVxzDxW0J
— Rodrigo Samperio. (@RodrigoSamC) 10 июня 2017 г.
Porque, justo es decirlo, esa tendencia moderna hacia la sobreprotección de los hijos no puede ser esquivada a la hora de analizar los suicidios de menores. "Hiperpaternidad" la llama en el libro homónimo la periodista y escritora española Eva Millet, quien asegura que este fenómeno hace ver "a los hijos como seres intocables, a los que hay que defender a toda costa y solucionarles todos sus problemas", además de catalogarlo como un "modelo de crianza" que produce niños y niñas sin autonomía y sin capacidad para lidiar con la frustración, "niños y niñas con más miedos que nunca".
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De ahí que a la pregunta retórica de "qué mundo le estamos dejando a nuestros hijos" cabría añadirle otra igual de preocupante como el de esa epidemia silenciosa de menores frágiles y potencialmente suicidas: "¿qué hijos le estamos dejando a nuestro mundo?".
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK