Muchos responsables políticos reconocen que hay que acostumbrarse al terror, y renuncian a enfrentar sin vendas en los ojos y apartando la enfermedad de lo políticamente correcto muchas de las causas que coadyuvan a multiplicar las acciones de los yihadistas nacionales o extranjeros.
Desde Londres se ha acusado durante años al laicismo oficial francés de fomentar el extremismo de sus ciudadanos musulmanes o de extranjeros inmigrados. Los atentados en Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Alemania o Suecia demuestran que el cáncer islamista se adapta a cualquier sistema.
Algunos políticos reconocen ahora que han sido demasiado tolerantes con el "extremismo no violento". Curioso lo del "extremismo no violento". Es el reconocimiento confesado por la "Premier" británica, Theresa May, de que ignorar la secesión cultural y territorial del Islam en muchos barrios de ciudades británicas durante años ha sido un error.
Islamismo y clientelismo
Y si esta actitud se denuncia, llueve el insulto supremo: islamofobia! El antídoto moderno contra la libertad de crítica a una religión específica.
Ley coránica en barrios europeos
Todavía hay algunos políticos, analistas y muchos sociólogos que siguen intentando explicar el radicalismo islamista de sus conciudadanos en razones sociales. O se trata de pereza mental, o bien de cerrazón ideológica sin remedio. Basta repasar las biografías de la mayoría de los asesinos que han protagonizado los últimos atentados para advertir que la mayoría proviene de la clase media y que han accedido a la educación y al mundo del trabajo sin problema.
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Otros representantes del llamado pueblo prefieren hacerse el inevitable "selfie" —sin mujeres— con alguna organización musulmana para festejar el ramadán. Banal campaña electoralista si lo hicieran también por el resto de las religiones. Pero en esa Europa que justifica su suicidio, los ciudadanos musulmanes, sin pedirlo, se han convertido para una parte de la izquierda es los nuevos proletarios. A falta de obreros, emigrados hacia las formaciones de la derecha nacional-populista, esos mismos políticos adaptan a Franz Fanon a los nuevos tiempos.
En esa misma Europa se encienden los monumentos con los colores de los países víctimas de los atentados, excepto cuando se trata de Rusia. Pero la estupidez de los símbolos no puede ocultar que la colaboración con Moscú es necesaria para erradicar, como en el pasado, el fascismo. En el caso de hoy, un fascismo teñido de verde.
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LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK