"Como los que marcharon el 10 de mayo, como millones de argentinos, quiere que los genocidas condenados mueran en la cárcel. Que su padre, el excomisario Miguel Osvaldo Etchecolatz, muera en la cárcel", indica el reportaje, firmado por el periodista Juan Manuel Mannarino.
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Sin embargo, a raíz de una sentencia de la Corte Suprema de Justicia que redujo la pena para el caso de otro represor, pidió acogerse al mismo beneficio. El dictamen del máximo órgano de Justicia provocó el rechazo de la mayoría de la sociedad y movilizó a miles de personas en las plazas de toda Argentina. Una de las manifestantes fue Mariana, quien desde 2014 ya no lleva el apellido de su padre en sus documentos.
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"Siento calma, perdí el miedo y adquirí la madurez necesaria. Lo de la marcha fue conmovedor. Hay que tener la memoria despierta. Me siento acompañada porque somos millones", aseguró Mariana.
"Su sola presencia infundía terror. Al monstruo lo conocimos desde chicos, no es que fue un papá dulce y luego se convirtió. Vivimos muchos años conociendo el horror. Y ya en la adolescencia duplicado, el de adentro y el de afuera. Por eso es que nosotros también fuimos víctimas. Ser la hija de este genocida me puso muchas trabas", afirmó Mariana en el reportaje publicado por Anfibia.
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"Etchecolatz hizo todo lo que un padre no hace. Era un ser invisible, que usaba la violencia y no se le podía decir nada. Aparentaba tener una familia, pero nos tenía asco y era encantador con los de afuera. Vivíamos arrastrados por él, mudanzas todo el tiempo, sin lazos, sin amigos, sin pertenencias. Una realidad cercenada. Nos cagó la vida. Pero nos pudimos reconstruir", dijo Mariana.
En 2014, la psicóloga acudió a la Justicia para cambiar su nombre, luego de años de verse "confrontada" y "cuestionada" por buena parte de su entorno.
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"Permanentemente cuestionada y habiendo sufrido innumerables dificultades a causa de acarrear el apellido que solicito sea suprimido, resulta su historia repugnante a la suscripta, sinónimo de horror, vergüenza y dolor. No hay ni ha habido nada que nos una, y he decidido con esta solicitud ponerle punto final al gran peso que para mí significa arrastrar un apellido teñido de sangre y horror, ajeno a la constitución de mi persona. Pero además de lo expuesto, mi ideología y mis conductas fueron y son absoluta y decididamente opuestas a las suyas, no existiendo el más mínimo grado de coincidencia con el susodicho. Porque nada emparenta mi ser a este genocida", expuso Mariana ante un juzgado de Familia.
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En los relatos de la hija del represor, Etchecolatz aparece como un hombre frío, a quien nunca lo vieron sufrir, "ni siquiera cuando una vez le pusieron una bomba en la jefatura de policía y le habían roto el oído". Asimismo contó que los hijos de otros represores "al menos recibieron algo de amor", a diferencia de lo que vivieron ellos en su hogar. Solo lo conmovía lo religioso.
"Se persignaba dándoles besos a las estampitas. Él se consideraba por debajo de Dios pero por encima de los mortales. Con mi hermano decíamos que cuando rezaba se estaba comiendo los santos", narró.