Ezequiel, hijo del piloto fallecido, viajó a Malvinas esta semana y desde allí dio un sentido testimonio sobre su padre a nuestro enviado especial.
En su libro "Sea Harriers sobre las Malvinas: La muerte negra", 'Sharkey' Ward describe el momento en que, desde su avión de combate, dispara el primer misil Sidewinder, que impactó contra el ala derecha y los motores del Hércules argentino. A renglón seguido, con el avión de carga ya averiado e incendiándose, descargó la munición de sus cañones en la cola del Hércules, que se hundió en el mar, eliminando toda posibilidad de salvación de sus tripulantes.
HMS Minerva era el barco de Control del Área Local y todavía no habíamos salido de su radiofrecuencia. La peñascosa costa norte de la Isla East Falkland [Isla Soledad] estaba bien abajo nuestro cuando los auriculares de mi casco crepitaron con una llamada desde el Minerva.
No debía preocuparse; ni yo ni Steve dejaríamos pasar la menor oportunidad de enfrentar al enemigo. Antes de que hubiera terminado la llamada, ya había empezado a girar, con Steve siguiéndome […]
'¡Judy! Contacto en 38 millas. ¡Investigando!'. Esta era una posibilidad que no podíamos perder. ('Judy' es el nombre usado para informar al oficial de dirección de aire que el piloto de combate está a cargo de la intercepción aérea)
El rango se redujo rápidamente a 34 millas, 30 millas, y luego pareció mantenerse. Solo había una razón para eso.
'Steve, creo que se está yendo. Está a la derecha a 10 grados a 28 millas y 4000 pies abajo'.
Bloqueé el radar en el objetivo otra vez. Seguía 4.000 pies por debajo, pero nosotros ya habíamos descendido a 10.000 pies.
'Se está yendo y está descendiendo. Deben habernos visto'. Los radares costeros de control de las fuerzas argentinas deben haber monitoreado el comienzo de nuestra interceptación y les pasaron esta información.
'Vamos a estar cortos de combustible después de esto. ¿Pueden preguntar a los buques de asalto a ver si nos pueden recibir en San Carlos?'
Corta pausa antes de la respuesta del Minerva. 'Tenemos pistas listas para recibirlos si lo necesitan'.
Habiendo resuelto el problema del combustible, podía concentrarme en seguir al blanco, que ahora se dirigía al occidente y que estaba descendiendo a un nivel por debajo de las nubes. Todavía estábamos encima de las nubes con un cielo radiante. Verifiqué mis switches de misiles y armas; los flaps de seguridad estaban arriba y todo estaba listo […].
Ya nos aproximábamos a la parte superior de las nubes a 6000 pies, y nos estábamos acercando rápido a la nave en huída. Para sobrevivir, el blanco, que era más lento, debería permanecer entre la capa de nubes y tratar de evadirnos con maniobras difíciles. Pero había muy pocas posibilidades de que tuviera éxito porque yo tenía mucha práctica contra blancos grandes escapando entre las nubes de dia y de noche […].
'¡Tally ho, un pájaro Herky! Ven junto a mí, Steve'.
Me acerqué muy rápido al transporte de cuatro motores y cuando sentí que estaba en el alcance del misil […] disparé mi primer Sidewinder. Como siempre, fue una eternidad antes de que saliera y se dirigiera hacia el objetivo. La traza de humo blanco espeso se diluyó al quemarse el motor y el misil continuó dirigiéndose hacia el ala izquierda del Hércules. Estaba seguro de que iba a llegar, pero a último momento se quedó increíblemente corto y bajo y cayó al agua.
No hubo error con el segundo misil. Dirigí el Sidewinder a los motores derechos del avión, sentí su rugido al encenderse y disparé desde una distancia menor a 1 ¼ millas. El misil salió de los rieles con su ruido característico y se dirigió inevitablemente hacia el ala derecha del Hércules, impactando entre los motores. Inmediatamente ambos motores y la superficie del ala estallaron en llamas.
[…] Me puse nuevamente a rango de tiro y disparé el gatillo. Mi objetivo era la puerta de atrás y la cola del avión, y todas las 240 piezas de municiones de 30 mm altamente explosivas dieron en su blanco. Ni una sola cayó al mar.
Al terminar de disparar, con sus controles del timón y su elevador destruidos, la aeronave se ladeó gentilmente a la derecha y se precipitó al mar. No podía haber sobrevivientes.
[…] Llamé a Minerva. '¡Splash, un Hércules! ¡Bien hecho por haberlo detectado!'
[…]En las semanas anteriores habíamos hablado mucho entre nosotros sobre bajar a un Hércules u otro avión similar. Si teníamos la posibilidad, todos estaban a favor de volar al lado de la cabina y hacerle señales a la tripulación para eyectarse. No sentíamos ninguna animosidad frente a los pilotos argentinos. Estaban haciendo lo que tenían que hacer y si sus vidas pudieran salvarse, así se haría. Desafortunadamente en esta ocasión no había tiempo para caballerosidad. La opción era darle al enemigo la oportunidad de sobrevivir y, tal vez, de quedarnos sin combustible o de tener una rápida victoria. Las circunstancias y en particular el nivel de combustible, imponían la segunda opción. Sinceramente deseé que hubiéramos tenido más tiempo para maniobrar.
29 años después del final de la guerra pude hablar sobre esto con el hijo del piloto, Ezequiel Rubén Martel Barcia, que tenía solo diez meses cuando su padre, el capitán Rubén Héctor Martel, murió de manera tan trágica.
Fue muy conmovedor para los dos y entiendo que le ayudó a él, a su madre y a sus hermanas, lograr cierto cierre a su trágica pérdida. Él me pidió con mucha cortesía si le podía enviar un ramo de flores para colocar en el homenaje a su padre —era lo mínimo que podía hacer".