Los ciudadanos europeos han sido insensibles durante los años que precedieron a la crisis de 2008 a la procedencia de sus principales productos de consumo. La apertura de fronteras comerciales, el libre cambio, el mercado global ocultaba que las zapatillas deportivas que calzaban para intentar rebajar su exceso de peso estaban fabricadas por niños/esclavos en países donde la inexistencia de sindicatos y de leyes sociales propiciaban el bajo coste de producción a las multinacionales que, de vez en cuando, celebran manifestaciones solidarias con el llamado Tercer Mundo, para calmar su culpabilidad con una dosis de supuesta solidaridad.
Los propagandistas de Bruselas defienden como un éxito sin fronteras los tratados de comercio que la UE firma con socios como EEUU o Canadá. Las protestas de muchos productores europeos eran hasta ahora apagadas y burladas como una resistencia de reaccionarios a las maravillas de la apertura al comercio global.
De la eurofilia al europesimismo
La eurofilia como obligación ha dejado paso a un europesimismo que ha roto la barrera sicológica que antes existía sobre el abandono puro y simple de la moneda única o de la propia UE. Los conservadores británicos han ofrecido el ejemplo con el inestimable apoyo de sus rivales de izquierda, el Partido Laborista.
Una batalla ideológica divide a Europa entre los que siguen creyendo que la Unión es sinónimo de progreso y garantía de fortaleza, y los que consideran que el retorno a la soberanía nacional es la mejor arma para hacer frente a los problemas económicos, sociales e identitarios que el continente europeo enfrenta.
Pro comunitarios y anti-UE se enfrentan en cada contienda electoral nacional con argumentos que no logran sacar de la duda a una ciudadanía confundida por los argumentos de eminentes economistas que, desde cada lado, les bombardean con las consecuencias de la salida de la UE.
Los británicos han roto el tabú. Los agoreros preveían consecuencias dramáticas desde minutos después del referéndum que dio la victoria al Brexit. Aún es pronto para hacer balance y, además, la salida efectiva se hará progresivamente, pero los primeros datos económicos alejan los peores designios de los partidarios del "remain" y de sus apoyos al otro lado del Canal de la Mancha.
En un reciente programa de la televisión francesa, la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, defendió ante especialistas en economía que el abandono de la moneda única europea no tendría consecuencias dramáticas para los ciudadanos de su país. Sus interlocutores europeístas no supieron contrarrestar los argumentos de la favorita en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Las amenazas de "corralitos" y otras calamidades del "eurexit" no cuajan ante el desmoronamiento de unos ideales comunitarios que no han sabido responder a la mayor crisis que vive el Viejo Continente desde los años 30 del siglo pasado.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK