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La desaparición de la URSS, vista desde el malecón habanero

© Sputnik / Eduard Pesov / Acceder al contenido multimediaFlag of USSR and flag of Cuba in Havana, Cuba
Flag of USSR and flag of Cuba in Havana, Cuba - Sputnik Mundo
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A principios de diciembre de 1991, los cubanos estaban inmersos en el acontecimiento cultural de cada año, el Festival de cine latinoamericano. A muchos les preocupaba más no perderse ni una de las mejores películas que lo que ocurría en Moscú, a 9.550 kilómetros de distancia.

Ya no llegaban a la isla aquellas 'Novedades de Moscú', ni siquiera la entrañable revista Sputnik (nuestro ascendiente directo) que en sus últimos números incluía demasiadas veces términos 'preocupantes' para los más inmovilistas, como 'glastnost' o 'perestroika'.

Por eso, el anuncio de la firma del Tratado de Belavezha por parte de los presidentes de la RSFS de Rusia, RSS de Ucrania y RSS de Bielorrusia, Borís Yeltsin, Leonid Kravchuk y Stanislav Shushkiévich, respectivamente, tomó desprevenidos a los cubanos.

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Pero no fuimos los únicos sorprendidos aquel 8 de diciembre. El propio presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, se enteró por una llamada telefónica de ese acuerdo, que de facto marcaba la muerte de una de las grandes superpotencias del siglo XX.

Los soviéticos también asistieron atónitos a ese inesperado desenlace, ya que poco antes, en marzo de ese mismo año, habían votado mayoritariamente 'sí' a la preservación futura de la Unión Soviética.

Ni siquiera sus enemigos podían prever que la URSS se desmoronara de esa forma, que el mismo país que había resistido guerras y amenazas se cayera como un castillo de naipes dinamitado desde adentro.

Atrás quedaron los evidentes errores cometidos, que con el desplome se antojaron más obvios, y los intentos de Gorbachov de reformar el sistema, poniendo en marcha cambios políticos y económicos que para esa fecha se le habían ido de las manos.

La desintegración de la Unión Soviética está considerada como una de las pérdidas territoriales más repentinas y dramáticas que haya acontecido a algún Estado en la historia. En muy breve espacio de tiempo, el Kremlin perdió un tercio del territorio soviético y casi la mitad de su población. La URSS se fue, marcando el fin de una época.

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"La caída de la Unión Soviética ha sido la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. La epidemia de destrucción se expandió incluso en Rusia. El ahorro de los ciudadanos fue aniquilado y los viejos ideales destruidos", rememoró tiempo después el presidente ruso, Vladímir Putin.

Y así fue. Tras la disolución de la URSS, las exrepúblicas soviéticas afrontaron una severa crisis económica y una caída catastrófica de los niveles de vida y de las conquistas sociales. Incluso antes de la crisis financiera rusa de 1998, el PIB de Rusia era la mitad de lo que había sido a inicios de los años 1990 y, para otras regiones, esta situación se extendió hasta bien comenzado el nuevo siglo.

Para el resto del mundo, la consecuencia principal de la desaparición de la Unión Soviética fue el cambio provocado en el sistema universal de relaciones humanas, que afectó a casi todos los países. El fin de la bipolaridad dejó el terreno libre a las potencias occidentales para implantar el denominado Nuevo Orden Mundial.

En América Latina, en sentido general, la Revolución de Octubre y la URSS eran referentes para muchos movimientos sociales de izquierda, que la veían como la 'hermana mayor' de la Revolución cubana y de pronto se vieron sin muchos paradigmas.

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Volviendo a Cuba, el "desmerengamiento" de la URSS, como lo calificó Fidel Castro, marcó el inicio de la etapa económica más negra por la que ha atravesado el país, que de buenas a primeras se quedó sin aliados políticos y militares, perdió los mercados seguros y los precios preferenciales con la URSS y los países socialistas integrados en el Comecon o CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica), con los que tenía el 85% de sus relaciones comerciales hasta 1989. En dos años, el PIB cayó un 35% y nos llevó más de 15 años recuperar aquellos niveles. Para colmo, la etapa coincidió con un recrudecimiento del bloqueo estadounidense a través de las leyes Torricelli y posteriormente, Helms-Burton.

Tras el colapso de la URSS, en Cuba nos quedamos de algún modo 'colgados de la brocha', en una isla a oscuras y en bicicletas, a falta de combustible. El 'período especial', que en algunos aspectos nunca ha terminado, lo único que tenía de especial era el nombre. Fue el tiempo del picadillo de cáscara de plátano o el bistec de toronja y otros tristes 'inventos'. Fueron años duros, de hambre y necesidades, y también de pérdida de sueños y valores, de los que aún hoy no nos recuperamos.

Pero más allá, la URSS dejó una huella que se recuerda con cariño, en Cuba y buena parte del mundo, donde soviético sigue siendo sinónimo de solidaridad y amistad. "Cualesquiera que hayan sido los errores, la construcción del socialismo y los logros alcanzados por la Unión Soviética son de las más grandes proezas de la historia", reconoció Fidel Castro en aquellos 90.

Hoy en Rusia (donde, según un reciente sondeo, más de la mitad de los habitantes lamenta el desmoronamiento de la Unión Soviética, pero sin embargo no quiere que resurja) han sabido recuperar lo mejor de ese legado, renaciendo de sus propias cenizas como potencia capaz de plantar cara a Occidente y revertir la unipolaridad del mundo, a la vez que alcanza niveles económicos y sociales admirables para su gente y tiende una mano amiga a Latinoamérica y Cuba.

La historia tiene sus caprichos y quién sabe cómo podría ser hoy el mundo si no hubiera desaparecido la URSS. Pero lo que sí está claro es que la humanidad le debe mucho, tal vez hasta su propia existencia, a la Unión Soviética.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK Y LOS TEXTOS ESTÁN AUTOEDITADOS POR LOS PROPIOS BLOGUEROS

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