Ya no llegaban a la isla aquellas 'Novedades de Moscú', ni siquiera la entrañable revista Sputnik (nuestro ascendiente directo) que en sus últimos números incluía demasiadas veces términos 'preocupantes' para los más inmovilistas, como 'glastnost' o 'perestroika'.
Por eso, el anuncio de la firma del Tratado de Belavezha por parte de los presidentes de la RSFS de Rusia, RSS de Ucrania y RSS de Bielorrusia, Borís Yeltsin, Leonid Kravchuk y Stanislav Shushkiévich, respectivamente, tomó desprevenidos a los cubanos.
Los soviéticos también asistieron atónitos a ese inesperado desenlace, ya que poco antes, en marzo de ese mismo año, habían votado mayoritariamente 'sí' a la preservación futura de la Unión Soviética.
Ni siquiera sus enemigos podían prever que la URSS se desmoronara de esa forma, que el mismo país que había resistido guerras y amenazas se cayera como un castillo de naipes dinamitado desde adentro.
Atrás quedaron los evidentes errores cometidos, que con el desplome se antojaron más obvios, y los intentos de Gorbachov de reformar el sistema, poniendo en marcha cambios políticos y económicos que para esa fecha se le habían ido de las manos.
La desintegración de la Unión Soviética está considerada como una de las pérdidas territoriales más repentinas y dramáticas que haya acontecido a algún Estado en la historia. En muy breve espacio de tiempo, el Kremlin perdió un tercio del territorio soviético y casi la mitad de su población. La URSS se fue, marcando el fin de una época.
Y así fue. Tras la disolución de la URSS, las exrepúblicas soviéticas afrontaron una severa crisis económica y una caída catastrófica de los niveles de vida y de las conquistas sociales. Incluso antes de la crisis financiera rusa de 1998, el PIB de Rusia era la mitad de lo que había sido a inicios de los años 1990 y, para otras regiones, esta situación se extendió hasta bien comenzado el nuevo siglo.
Para el resto del mundo, la consecuencia principal de la desaparición de la Unión Soviética fue el cambio provocado en el sistema universal de relaciones humanas, que afectó a casi todos los países. El fin de la bipolaridad dejó el terreno libre a las potencias occidentales para implantar el denominado Nuevo Orden Mundial.
En América Latina, en sentido general, la Revolución de Octubre y la URSS eran referentes para muchos movimientos sociales de izquierda, que la veían como la 'hermana mayor' de la Revolución cubana y de pronto se vieron sin muchos paradigmas.
Tras el colapso de la URSS, en Cuba nos quedamos de algún modo 'colgados de la brocha', en una isla a oscuras y en bicicletas, a falta de combustible. El 'período especial', que en algunos aspectos nunca ha terminado, lo único que tenía de especial era el nombre. Fue el tiempo del picadillo de cáscara de plátano o el bistec de toronja y otros tristes 'inventos'. Fueron años duros, de hambre y necesidades, y también de pérdida de sueños y valores, de los que aún hoy no nos recuperamos.
Pero más allá, la URSS dejó una huella que se recuerda con cariño, en Cuba y buena parte del mundo, donde soviético sigue siendo sinónimo de solidaridad y amistad. "Cualesquiera que hayan sido los errores, la construcción del socialismo y los logros alcanzados por la Unión Soviética son de las más grandes proezas de la historia", reconoció Fidel Castro en aquellos 90.
Hoy en Rusia (donde, según un reciente sondeo, más de la mitad de los habitantes lamenta el desmoronamiento de la Unión Soviética, pero sin embargo no quiere que resurja) han sabido recuperar lo mejor de ese legado, renaciendo de sus propias cenizas como potencia capaz de plantar cara a Occidente y revertir la unipolaridad del mundo, a la vez que alcanza niveles económicos y sociales admirables para su gente y tiende una mano amiga a Latinoamérica y Cuba.
La historia tiene sus caprichos y quién sabe cómo podría ser hoy el mundo si no hubiera desaparecido la URSS. Pero lo que sí está claro es que la humanidad le debe mucho, tal vez hasta su propia existencia, a la Unión Soviética.
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