"Demasiadas personas parecen sentirse perfectamente cómodas con esta animosidad contra Rusia. Ello ha hecho a los políticos y periodistas absurdamente tuertos, lo que tiene sentido teniendo en cuenta la viga que está en su otro ojo", expresa su opinión Tim Black, el columnista británico.
Al mismo tiempo, Occidente hace la vista gorda ante su propia complicidad en la destrucción de Siria, su "deseo ignorante" de derrocar al presidente Bashar Asad y su apoyo a los yihadistas, sin mencionar sus propios bombardeos de Siria e Irak durante años.
Lo mismo sucedió durante los Juegos Olímpicos en Río cuando los medios de comunicación expresaban tanto clamor contra el 'sistema estatal de dopaje' e instaban a excluir a todos los atletas rusos, aunque los escándalos más grandes relacionados con la corrupción en el mundo deportivo —como "el caso de Lance Armstrong, la empresa BALCO y los valientes ciclistas británicos, cada uno con asma", entre otros mencionados por el autor—, tuvieron lugar en el mundo deportivo occidental.
"No tiene que ser estudiante de relaciones internacionales para darse cuenta de que la indignación por la injerencia de Rusia —según Occidente— en las elecciones norteamericanas, es 'un poco exagerada', teniendo en cuenta que los mismos EEUU han intervenido en los asuntos democráticos de otras naciones durante décadas", explica Black.
El sueño del restablecimiento de un tipo de Imperio ruso no es un sueño de Putin, es el sueño de ciertos políticos occidentales que echan de menos "las 'certezas' asociadas con la época de la guerra fría", reza el artículo.
"El problema aquí no es Rusia, sino la imagen de Rusia que está arraigándose en la mente colectiva de Occidente. Eso alimenta las tensiones ya existentes y potencialmente convierte disputas negociables en conflictos abiertos", afirma.
"Rusia no es el némesis mortal de Occidente, pero la admisibilidad de los sentimientos antirrusos es tan notable que evoca sospechas de que se busca lograr exactamente eso", hace un balance el autor.