La situación en el centro educacional no siempre fue así. "Hace 18 años que estoy acá luchando para que los niños de la colonia rusa se integren. Antes no venían. El año pasado nos dieron la sorpresa, se anotaron 35. Comenzamos a trabajar con mucho esfuerzo, paciencia, dedicación y cariño. La situación se revirtió. Antes eran los criollos los que recibían a los rusos. Ahora son los rusos los que reciben a los criollos", explicó Laquintana, quien empezó a trabajar en esta institución en 1998, sola, con 26 alumnos.

La tarea no es nada fácil
Ofir fue fundada en 1966 por inmigrantes rusos de la comunidad conocida como 'Starovieri' (ortodoxos del rito antiguo). Antes de llegar al país, debido a persecuciones religiosas, peregrinaron por distintas partes del mundo. El origen de su religión se remonta al siglo XVII cuando se produjo una división en la Iglesia ortodoxa rusa porque un grupo no aceptó las reformas a los ritos. Muchos debieron emigrar. El principal destino fue China donde sufrieron nuevos acosos. En 1958, amparados por la ONU, viajaron a América.
La religión organiza la vida en la colonia. Los sábados a la tarde van a la iglesia. Los domingos son su único día de descanso. Se dedican a la agricultura y la ganadería.
Como muchos de los chicos no hablan español, hubo que implementar un sistema de enseñanza solidario. Todos se ayudan entre sí. "Tenemos niños de 4 a 17 años. Los chiquitos solo hablan ruso. Los que van aprendiendo un poco de español los ayudan. Hacemos una especie de cadena. El que ya entendió le explica al que sigue, y ese al otro y así vamos avanzando. Se requiere mucha dedicación. Si uno no entendió hay que volver a empezar. Es más lento el aprendizaje", admitió esta maestra, a quien se le nota su amor por lo que hace. "Nuestros alumnos llegan y nos abrazan. Se van y nos saludan. Hasta que no les contestas se quedan paraditos esperando", comentó.