Después de haberse formado con artistas como Bruno Dubner e Hito Steyerl y de haber estudiado en Austria y Alemania, Volman se encuentra finalizando su tesis como licenciado en Sociología acerca de las representaciones sociales de la fotografía a partir de la llegada de la fotografía digital.
Sputnik se reunió con el artista en Moscú, quien nos mostró su obra y nos habló de su visión de la fotografía, de su obra El Valor Residual, de la situación política en Argentina y de su amor innato por la comida rusa.
¿Qué opinas de la participación de varios artistas latinoamericanos en la Bienal de Moscú? Muchos de estos creadores residen o estudian en Europa, ¿crees que es una emigración voluntaria u opcional? ¿Cómo ves el arte latinoamericano en relación con Europa?
La verdad es que en América Latina hay muchas limitaciones. El artista, en Argentina por lo menos, tiene que ser todo y hacerlo todo: él es su gestor cultural, su gestor de prensa y está presente en todas las esferas posibles. En otros países los artistas tienen un poco más de apoyo, otras personas los ayudan en prensa, en montaje, etc.
Hacerlo todo es mucho más desafiante, pero ese trabajo va más allá del trabajo del artista, el cual termina quedando en segundo plano, porque tienes que preocuparte de otras cosas.
Pero la formación en el exterior es muy importante. Antes de regresar a Buenos Aires, donde trabajo en este momento, había estado viviendo de intercambio, como estudiante de sociología, en Passau, una ciudad al sur de Alemania, justo en la frontera con la República Checa y Austria. Allí, por ejemplo, contacté con un artista austriaco, quien me invitó a estudiar en la Universidad de las Artes de Linz. Y también tuve la oportunidad de escribirle a Hito Steyerl y visitarla un par de veces en Berlín. Es una gran apertura, porque pude estudiar con gente de primer nivel.
Por otro lado, creo que el arte latinoamericano es cada vez más reconocido afuera, en el exterior. Está muy bien visto hoy por hoy. Además, muchos artistas europeos tienen interés en América Latina, en exponer, en visitar, etc.
Cuéntanos un poco de tu trabajo. Antes de venir a la bienal trabajaste en un proyecto llamado Mínima Unidad…
Sí, mi primer proyecto se titulaba Mínima Unidad. Al principio era un trabajo más de arquitectura, fotos de fachadas y de venecitas —mosaico veneciano—; tenía por un lado fotos de las fachadas de los grandes edificios, de los que en Moscú hay un montón, y por otro lado las venecitas. Sin embargo, yo no quería que quedara catalogado como un trabajo de arquitectura o un proyecto urbano.
Lo que me interesaba era la parte más conceptual: la metáfora del píxel. El píxel es como la mínima unidad de representación de la imagen, de la información. Mi deseo era trasladarlo a la ciudad. Como una ida y vuelta entre esos elementos. Porque por un lado tienes las fachadas, una visión a lo grande, y por el otro las venecitas, como si te acercaras al 4000% de aumento y vieras un detalle.
Además, es como un juego, porque a partir de una foto real creé una venecita digital, que al final es casi lo mismo: cuando ves esa foto no te das cuenta si es una venecita real o digital. Es un trabajo conceptual, una revisión de la fotografía digital desde la fotografía misma.
¿Y el proyecto en el que trabajas ahora, Mavica, continúa con esa problemática?
Exacto. Continuando con la historia de la fotografía digital, me interesaba analizar cómo eran los primeros aparatos digitales. Por eso estoy actualmente trabajando con una Sony Mavica, una cámara digital de 1998, que marcó el inicio de la popularización de la fotografía digital. Es una cámara que emplea disquetes, que también es una tecnología obsoleta, porque puedes guardar tan sólo 1,44 megabytes de información, lo que en nuestros días es prácticamente nada.
Creo que la fotografía tiene de por sí una relación intrínseca con el tiempo, omnipresente: el tiempo de exposición, el tiempo antes del revelado, etc. O también la idea de la fotografía como algo que congela el tiempo o se enfrenta al paso del tiempo, etc. Y con lo digital eso se acentúa más. Por eso yo me pregunto cómo es en el 2016 mirar al mundo con 'los ojos' de 1998. Porque con lo analógico esa diferencia no se notaba. Con lo digital, año a año, hay muchísima diferencia. Por eso me interesaba ir al principio de la fotografía digital y ver cómo era, con todas las limitaciones que puede tener.
El Valor Residual es el título de la obra seleccionada para la Bienal de Moscú. Háblanos de ella.
Bueno, todo empezó por casualidad. Yo tenía un escáner de oficina, nada profesional, y estaba escaneando un documento cuando noté que la superficie estaba muy sucia, porque hace mucho tiempo no lo usaba. En ese momento pensé: "Por qué no aprovecharlo a favor y empezar a mezclar distintos elementos, como un alquimista". Probando, sin pensar mucho, comencé a combinar distintos materiales —líquidos, sal, pimienta, salsa de soja, pino, aceite, piedras—, incluso elementos un poco peligrosos.
Entonces me di a la tarea de escanear distintas cosas, por ejemplo, una piedra con muchas puntas que el escáner no podía enfocar bien porque no está pensado para escanear piedras. A medida que iba pasando el tiempo, el resultado se transformaba más y más. Yo no limpiaba la superficie, sino que los materiales se iban acumulando. Era una recolección de restos de cada experimento, que al final fueron más de 300.
Hasta que al final, a causa de la suciedad, sin importar qué hubiera sobre el escáner, el resultado eran líneas de colores, estéticamente muy bonitas. Pero a mí lo que más me interesaba era la parte conceptual del error del aparato, que en realidad para él no era un error, porque continuaba haciendo el barrido para escanear. Me gustaba el tema del error, provocarlo y posponerlo a la misma vez. Además, yo no sabía con qué me iba a encontrar, nunca me hubiera imaginado que iba a terminar con unas líneas así.
Por un lado, el tema del error, y por otro lado eso, en contraposición con la fotografía. Porque están expuestas como si fueran fotografías, en la pared, con un marco, etc., pero se contraponen a la fotografía en la que normalmente el fotógrafo está atrás del sujeto —la cámara—, mientras que con el escáner es al revés, porque lo que se escanea está boca arriba: el aparato digital te da la espalda. Es un cambio de posición entre el fotógrafo y la persona que está escaneando.
Al final el escáner es una cámara, pero no de las normales. No la puedes sacar a la calle.
¿Cuál crees, desde tu experiencia, que puede ser el futuro de la fotografía?
La llegada de la fotografía al mercado del arte fue muy tardía, hace 20 o 30 años. La idea de la fotografía como un arte serio es reciente, aunque la posibilidad de tomar fotos haya nacido oficialmente en 1829. Pero siempre estuvo relegada, como arte, y en mi opinión lo que puede ocurrir es que las fronteras entre la fotografía y otras artes se mezclen más y más. Yo no me siento identificado con la mezcla de la fotografía con otros soportes, pero creo que eso puede pasar, que se empiecen a mezclar más y más.
Eso mismo sucede en el arte contemporáneo. Hablando con los artistas de la bienal de Moscú, que tienen todos menos de 35 años, les preguntas: '¿A qué te dedicas?', y hacen de todo: fotografía, escultura, pintura.
Y, finalmente, ¿cuál es tu relación con Rusia y qué impresión te llevas después de tu visita a la Bienal?
Y, desde que llegue a Moscú, estoy sorprendido y ahora estoy triste de irme, porque conocí a mucha gente increíble. En todo el mundo existen estereotipos, y las ciudades no son la excepción. Y cuando vas a esas ciudades —Paris, Amsterdam— se parecen a lo que te habían dicho que serían. Pero Moscú no se parece en nada a sus estereotipos. Nunca antes me había pasado algo parecido con una ciudad. Estar tan sorprendido y que todo sea tan distinto a lo que me habían hablado: la amabilidad de la gente, la apertura, las ganas de ayudar, por ejemplo, cuando te ven perdido en el metro. La gente te acompaña, te dejan su número de teléfono, su correo electrónico. Es una amabilidad increíble, te hacen sentir muy bien.
Igualmente acá, en la Bienal, es un equipo grandísimo. Y no podía creer la buena predisposición de todos. Así que estoy por un lado triste de tener que irme, pero con ganas de aprender ruso, pedir una residencia y volver. Hasta antes de venir a Moscú, quería irme a estudiar a Alemania, pero ahora estoy dudándolo.