Este viraje de la política exterior estadounidense tiene un claro reflejo en la campaña electoral de ese país. Mientras Donald Trump se ha ganado —por mérito propio—, el mote del ‘Frankenstein republicano', Hillary Clinton sigue siendo la favorita de Wall Street en la carrera presidencial. Pese a que sus históricos lazos con Goldman Sachs y otros poderosos bancos están muy bien documentados, su veneración por el libre comercio al servicio de las políticas de EEUU, es también muy conocida.
Es posible que las piezas centrales de este proyecto sean el controvertido Tratado Transpacífico (TTP) y el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP), que podrían crear una infraestructura comercial corporativa de índole supranacional, que esencialmente subordinaría cada una de las naciones a la hegemonía de las corporaciones y al capital. Con el avance de los modelos neoliberales en el continente y con el juicio político a la presidenta brasileña Dilma Rousseff, los sectores que representa Clinton están de parabienes. Estos movimientos requerían la destitución del gobierno de Dilma Rousseff que, a pesar de estar dispuesta a dialogar sobre el TTIP, seguía apostando a la construcción de un bloque contra hegemónico a través del Mercosur y del BRICS, el grupo de países emergentes conformado por Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica.
"¿Sobrevivirá el mundo una presidencia de Hillary Clinton?", se pregunta el analista político y económico de Sputnik, Paul Craig Roberts, quien se desempeñó como subsecretario del Tesoro durante la presidencia de Ronald Reagan y actualmente es columnista del Wall Street Journal.
Hillary Clinton es una "candidata de teflón", por su singular talento para 'escurrirse' de los problemas, escribe Craig Roberts. En su artículo, Craig señala que Clinton se encuentra bajo investigación por el mal uso de información clasificada y por el fallido proyecto de creación del nuevo Estado libio, actualmente la mayor fuente de terroristas de la región. "Delitos por los cuales muchos se encuentran ya en prisión".
"Hillary Clinton representa los intereses de los bancos, del complejo militar, así como del grupo de presión israelí y no representa los intereses del pueblo norteamericano y de sus aliados europeos".
Craig Roberts acusa a la exsecretaria de Estado de liderar los proyectos de desestabilización llevados a cabo en Libia, Siria, Honduras y Ucrania. Por todo esto, el analista resume que "como presidenta, Hillary nos garantiza que habrá guerras y más guerras".
Insisten en que es un monstruo creado durante años, tal vez décadas, de políticas y retórica de republicanos, desde la ola antimigrante hasta la misoginia rampante, antiderechos civiles, racismo, y las respuestas bélicas a todo problema tanto interno como externo.
El analista Robert Kagan, columnista del Washington Post, lo define así: "Dejémoslo claro: Trump no es una rareza. Ni está secuestrando al Partido Republicano o al movimiento conservador, si existe tal cosa. Es, más bien, la creación del partido, su monstruo Frankenstein, llevado a la vida por el partido, alimentado por el partido y ahora lo suficientemente fuerte para destruir a su creador".
Nadie duda que este bufón enchapado en oro sea un racista, pero hay otra manera de interpretar el fenómeno Trump. El mapa de sus apoyos combinado con búsquedas racistas también se puede entender mejor con la desindustrialización y la desesperación, con zonas de miseria económica provocadas por 30 años de un libre mercado dictado por Washington.
Muchos de sus seguidores son fanáticos, no hay duda, pero muchos más, probablemente, estén entusiasmados con la perspectiva de un presidente que parece decir lo que piensa cuando critica los acuerdos comerciales y promete acabar con el empresario que los despidió y que destrozó ciudades como Detroit, que había sido la cuna de la industria automotriz y hoy está en la bancarrota.
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"La gente tiene más miedo que odio", es la descripción del estudio que hace Karen Nussbaum, directora de Working America. La encuesta "confirma lo que escuchamos siempre. La gente está harta, la gente sufre, están descontentos por el hecho de que sus hijos no tienen futuro" y "porque no ha habido una recuperación tras la recesión, porque todas las familias sufren de una manera u otra".
En cada uno de sus discursos, Trump dedica una buena parte de su tiempo a hablar de una preocupación que podría calificarse de izquierda: Trump parece estar obsesionado con los tratados de libre comercio, las numerosas empresas que han trasladado sus centros de producción a otros lugares, las llamadas que hará a los presidentes de esas empresas para amenazarlos con elevar los aranceles si no vuelven a Estados Unidos.
El comercio es un tema que divide a los estadounidenses en función de su estatus económico. Para la clase media, que incluye a la amplia mayoría de las estrellas mediáticas, los economistas, los altos cargos federales y los demócratas poderosos, lo que denominan 'libre comercio' es algo tan bueno que no requiere explicación o consulta, ni siquiera que se piense mucho en ello. Los líderes republicanos y demócratas están de acuerdo en esto, y nada puede hacerles salir de su modelo económico.
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Para el resto, el 80% o el 90% de Estados Unidos, el comercio significa algo muy diferente. Hay un video que recorre Internet en los últimos días que muestra una sala llena de trabajadores en una fábrica de aparatos de aire acondicionado en Indiana a los que informan de que la empresa se va a trasladar a Monterrey, México, y que todos van a perder sus puestos de trabajo. Ese video es la mejor explicación del fenómeno Trump.