Preferirían a Marco Rubio, un candidato más moderado y joven —44 años-, de ascendencia cubana, pero no lo hicieron público en su momento. Pensaban que Trump se iba a estrellar, se iba a cocer en su propio jugo. Se equivocaron de cabo a rabo. Y ahora están preocupados, incluso se diría que asustados. Ya han reaccionado al "fenómeno Trump" y son legión los que animan a Rubio con dinero o apoyo. Pero el cambio puede llegar tarde.
Pese a todos estos riesgos, y según muestran los gráficos de los analistas, Trump, de 69 años, está haciendo crecer el número de simpatizantes no sólo entre quienes le apoyan abiertamente y con ello protestan contra la clase política convencional sino también entre quienes se inclinan por Rubio o por Ted Cruz, otro de los que aún se mantiene en competición con posibilidades.
La participación republicana ha aumentado de forma relevante en los cuatro primeros Estados que ya han decidido sus compromisarios (Iowa, New Hampshire, Carolina del Sur y Nevada), mientras que la del bando demócrata ha descendido.
En primer lugar, Trump está diciendo en voz alta lo que muchos de sus compatriotas no se atreven a decir por miedo o por prejuicio. Con su mensaje populista, xenófobo y beligerante, este multimillonario neoyorquino ha sabido llegar principalmente a esos ciudadanos norteamericanos que se sienten abandonados económica y culturalmente, pero también ha sabido captar la atención de muchos cristianos evangelistas que antes miraban a Cruz en Carolina del Sur y en Nevada, y la de muchos otros moderados de New Hampshire que antes se habían decantado por Rubio. En general el caladero de votos de Trump se encuentra entre los rebeldes que no son conservadores. Así lo cree Yuval Levin, director de la revista estadounidense National Affairs, citado por el diario multisoporte Politico.
Aunque Trump dice que hay muchos hispanos que le siguen, el verdadero perfil de su votante medio es el del ciudadano anglosajón de clase trabajadora y pocos estudios que ha terminado convirtiendo su amargura y su odio en un instrumento arrojadizo y peligroso. El éxito arrollador de Trump radica en haber sabido canalizar esos sentimientos negativos, dándoles forma hacia el exterior.
El Partido Republicano no sólo está secuestrado por su falta de reflejos. También se está fracturando en tres partes, cada una personificada por los tres candidatos con más oportunidades. Cruz representa a los conservadores puristas y tradicionales; Rubio, a la ortodoxia neoliberal; y finalmente Trump, a ese grupo de electores enfadados con el sistema.
Pero en 2016 el Tea Party se fragmentó en sus componentes: los auténticamente conservadores (que están con Cruz) y los auténticamente enfadados (que están con Trump). Ambos alimentaron el resentimiento hacia el orden establecido, aunque los primeros lo enfocaron hacia la ortodoxia política y los segundos hacia la frustración pura y dura.
Como apuntan los expertos de Politico, el surgimiento del Tea Party "arrastró a todo el Partido Republicano tanto a la derecha que Rubio, que era un rebelde anti-establishment en 2010, ahora es el predilecto de la corriente general".
Si Trump consigue la nominación en la Convención de Cleveland, algo que ya no resulta nada inverosímil, los quebraderos de cabeza estarán garantizados, porque eso le convertiría en la cabeza visible del partido de Lincoln, Eisenhower y Reagan, aunque no sea republicano militante.
A Trump le gusta airear sus insultos, compartir su desconfianza, descalificar a sus adversarios con palabras soeces, agitar las teorías de la conspiración (como la del lugar de nacimiento de Obama) e incluso divulgar bulos si es preciso. Su falta de decoro es inaudita, tan grande como lo es su ansia de alcanzar el poder. Y si mete la pata, no suele pedir perdón, aunque los medios le den esa oportunidad.
Todas estas divisiones republicanas no hacen más que subir su popularidad y colocarle de nuevo como favorito ante el reto del llamado Supermartes, que cae el 1 de marzo. El Supermartes se llama así porque en el mismo día de la semana se llevan a cabo varias citas electorales en diferentes territorios. Esas diversidades sociales y demográficas hacen que el Supermartes sea un excelente termómetro nacional.
Este año los republicanos celebran caucus (asambleas) y primarias en 12 Estados: Alabama, Alaska, Arkansas, Colorado, Georgia, Massachusetts, Minnesota, Oklahoma, Tennessee, Texas, Vermont y Virginia. Se elige casi la mitad de los delegados necesarios para ganar la nominación presidencial (595 de 1237). Los delegados son los miembros del partido que acudirán a la Convención de Cleveland con el voto ya asignado en función de lo que decidieron los electores en sus respectivos Estados. Es pues un sistema indirecto.
En cualquier caso, la remontada tendrá que ser importante, porque bien pesa el hecho de que Rubio no ha ganado todavía ninguna primaria y no se prevé ninguna victoria clara en el Supermartes.
Sin embargo, la decisión de Jeb Bush de apartarse de la carrera presidencial ante las derrotas cosechadas y la nueva actitud, mucho más firme y segura, de Rubio en el último debate electoral, celebrado el 25 de febrero, han supuesto una dosis de optimismo para quienes buscan y patrocinan esa delicada operación de ingeniería política contrarreloj. Estos señores consideran que el premio extra sería que los donantes de Bush y su influyente familia texana ayudaran a alimentar con dólares la voraz campaña de Rubio, que se enfrenta a la autofinanciada de Trump y a la bien surtida de Cruz.
¿Cui prodest? se preguntaban los latinos, es decir, ¿quién se beneficia de todo esto? El Partido Demócrata particularmente. Hillary Clinton está encantada con los navajazos entre republicanos y sueña con que la pelea se prolongue todo lo posible para que su adversario, sea quien sea, llegue débil y cansado.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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