El líder máximo de la Iglesia cristiana del Vaticano planteó a la jerarquía católica de México, conocida por su conservadurismo y cercanía al poder: "sean por lo tanto obispos de mirada limpia, de alma trasparente, de rostro luminoso, no tengan miedo a la transparencia; la Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar".
Francisco trató de colocarse en sintonía con las angustias de sus seguidores en México: "Conozco la larga y dolorosa historia que han atravesado, no sin derramar tanta sangre, no sin impetuosas y desgarradoras convulsiones, no sin violencia e incomprensiones" dijo a los obispos de un país donde más de 50 religiosos murieron en forma violenta en los últimas dos décadas.
El papa reclamó a sus máximos líderes a volverse hacia la gente: "Reclínense pues, con delicadeza y respeto, sobre el alma profunda de su gente, desciendan con atención y descifren su misterioso rostro", les reclamó.
El jerarca católico reforzó su exhorto con una interrogación: "¿la familiaridad con el dolor y la muerte no son formas de coraje y caminos hacia la esperanza?"
En un lenguaje a veces críptico, pero señalando a las flaquezas de sus obispos, Francisco les pidió citando pasajes del libro del Éxodo bíblico: "Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa".
"No pongan su confianza en los "carros y caballos" de los faraones actuales –exclamó con pausa-, porque nuestra fuerza es la "columna de fuego" que rompe dividiendo en dos las marejadas del mar, sin hacer grande rumor", dijo con una metáfora sobre las tentaciones del poder, en un extenso discurso de casi 4.000 palabras.
El cristianismo ante el futuro
Francisco, quien llegó a México tras un histórico encuentro con el patriarca de la iglesia Ortodoxa de Rusia, Kiril, dijo sin embargo, que el cristianismo fue "capaz de reconciliar el pasado, frecuentemente marcado por la soledad, el aislamiento y la marginación, con el futuro relegado a un mañana que se escabulle".
El papa dividió su largo discurso en cuatro partes, comenzando con una apelación a la Virgen de Guadalupe, estandarte de la evangelización de los pueblos originarios, tras la conquista española de la capital azteca, Tenochtitlán, donde hoy se levanta la Catedral colonial.
"¿Podría el sucesor de Pedro, llamado del lejano sur latinoamericano, privarse de poder posar la propia mirada sobre la Virgen Morenita?", interrogó el jesuita exarzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio.
La Guadalupana "recoge sus alegrías y sus lágrimas (…) como en los albores de la evangelización de este Continente", dijo para dar lugar a la empatía del argentino con México.
En la segunda parte, se refirió a los indígenas y a las "huellas mestizas" de México: "sean obispos capaces de imitar esta libertad de Dios eligiendo cuanto es humilde", instó.
Francisco apeló a la historia de Jesús: "hoy tantos reconocen en su imagen ensangrentada y humillada, como figura de su propio destino".
A continuación les pidió "una mirada de singular delicadeza para los pueblos indígenas y sus fascinantes, y no pocas veces masacradas culturas".
"Los indígenas de México aún esperan que se les reconozca efectivamente la riqueza de su contribución y la fecundidad de su presencia", les dijo.
El papa recordó un pasaje sobre el destino incumplido de México en su vecindad con EEUU en un 'Laberinto de la Soledad', citando sin mencionarlo al premio nobel Octavio Paz, quien retrata una identidad nacional "aprisionada de la geografía como destino que la entrampa", dijo.
En tercer lugar les suplicó custodiar a sus sacerdotes: "No los dejen expuestos a la soledad y al abandono, presa de la mundanidad que devora el corazón" y también para sostener, "en comunión con Cristo, cuando alguno, abatido, saldrá con Judas en la noche".
Finalmente, en un cuarto capítulo les pidió "una mirada de conjunto y de unidad".