La desaparición del jeque Nimr Baqir al Nimr, anunciada el pasado 2 de enero, ha desatado una ola de protestas sociales y reacciones diplomáticas en cadena por todo el Golfo Pérsico, protestas y reacciones que ponen de manifiesto el delicado equilibrio que persiste desde hace siglos entre las dos principales corrientes musulmanas: el sunismo y el chiísmo.
No es la primera vez que pasa algo así en esas latitudes. Ya en 1979 un grupo de estudiantes iraníes tomó por la fuerza la embajada de Estados Unidos en los albores de la Revolución Islámica. Ahora las circunstancias son diametralmente distintas, pero no dejan de ser explosivas y preocupantes.
Gran prvocación o mayúsculo error
La respuesta chií al ajusticiamiento de Nimr se multiplicó por toda la región, e incluyó desde la dura condena vertida por el presidente Hasán Rohaní hasta la amenaza explícita lanzada por el ayatolá Alí Jamenei, líder supremo de la Revolución Islámica iraní. "La injustificada sangre derramada de este mártir oprimido tendrá sin duda consecuencias bien pronto y la divina venganza caerá sobre los políticos saudíes", declaró Jamenei sin pelos en la lengua.
Estados Unidos hizo gala una vez más de su política de doble moral. El Departamento de Estado se limitó a expresar su "preocupación" por la ejecución del clérigo chií, sin ir más lejos en un comunicado muy matizado y aséptico, especialmente redactado para su tradicional aliado estratégico árabe en el Golfo Pérsico.
Tibia también fue la respuesta de la Unión Europea, aunque, al menos Federica Mogherini, alta representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la Unión, condenó las ejecuciones pues Europa es una férrea opositora a la pena capital.
El impacto político resultó inmediato. Tras el asalto a la embajada, Arabia Saudí rompió abruptamente relaciones diplomáticas con Irán y poco después hizo lo propio uno de sus 'satélites' del Consejo de Cooperación del Golfo: Bahréin. Kuwait, Qatar y Emiratos Árabes Unidos retiraron a sus respectivos embajadores en señal de solidaridad.
El análisis de la crítica situación evidencia que el caso de Nimr ha sido o bien una provocación pura y dura o bien un error de cálculo mayúsculo. En ambos casos se originarán consecuencias indeseables a nivel geoestratégico.
Punto de inflexión
Nimr, de 56 años, se había transformado en una figura icónica desde 2011, en el arranque de la llamada Primavera Árabe, por luchar contra la marginación que sufre la minoría chií (10% de la población), en el reino Saudí con una evidente mayoría suní. Tras ser arrestado en 2012, el jeque había sido sentenciado a muerte por fomentar la violencia y la sedición.
"Con estas ejecuciones Arabia Saudí está exacerbando las tensiones sectarias. Este asesinato podría marcar un punto de inflexión en la situación y añadir más leña al fuego a una región atravesada de conflictos como los que ocurren en Bahréin, Yemen, Siria e Irak", estima Ignacio Álvarez Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante.
El asunto, por otro lado, saca a flote la gran hipocresía de estas dos potencias regionales, ya que ambas apoyan a grupos extremistas fuera de sus fronteras, pero se enfrentan a los críticos internos con medidas represivas. Tanto Irán como Arabia Saudí practican con asiduidad la pena capital. La decapitación es una de las formas principales de eliminar a los condenados en ese vasto país desértico y rico en petróleo.
Pelea por el liderazgo regional
¿Qué buscaba Riad con el ajusticiamiento de Nimr? En opinión del profesor Álvarez Ossorio, "es una apuesta por el sectarismo del nuevo rey" Salman, quien no ha dudado en sofocar las revueltas en Yemen o en Bahréin. Salman lleva poco en el poder. Subió al trono hace ahora un año, en enero de 2015, como consecuencia del fallecimiento de su hermanastro Abdalá.
No nos debería extrañar, admite el profesor Álvarez Ossorio, que Teherán busque "diferentes fórmulas, diferentes escenarios", donde se puedan materializar esas amenazas lanzadas por Jamenei, por ejemplo, a través del brazo ejecutor de grupos proiraníes como Hezbolá que actúa habitualmente en Líbano y ahora también se encuentra en Siria.
Ahora se abre un incierto periodo de máxima tensión donde sólo queda descartada la confrontación bélica directa. Una etapa que sólo servirá para enfrentar aún más a suníes contra chiíes.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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