Los suburbios de la capital registraron una concentración de partículas PM2,5 (las más peligrosas porque su diminuto tamaño les permite adentrarse en los pulmones y el corriente sanguíneo) que rozaba los 700 microgramos por metro cúbico, muy por encima de los 25 recomendados.
Los colegios prohibieron las actividades al aire libre, muchas carreteras de acceso a la capital fueron cortadas y decenas de vuelos fueron cancelados por la casi nula visibilidad, los accidentes de tráfico aumentaron y miles de fábricas y obras fueron obligadas a detenerse después de que las autoridades decretasen la alarma naranja.
Los diferentes órganos involucrados se han echado mutuamente la culpa, lo que muestra la desorganización y falta de acción conjunta para luchar contra un problema que solivianta a la población.
El Ministerio de Vivienda y Desarrollo Urbano señaló las emisiones de los automóviles como la principal causa de la última crisis, mientras el Centro de Monitorización Medioambiental de Pekín respondió al día siguiente apuntando a la quema del carbón para defenderse del crudo invierno.
Mientras el público ha criticado el lavado de manos de las autoridades, los expertos han subrayado la falta de coordinación.
Las máscaras han sido ubicuas durante los días pasados en Pekín para defenderse de los efectos nocivos de la contaminación.
Zhu Yifang, experto medioambiental de la Universidad de California, ha asegurado que la reciente concentración de partículas podría acercarse a la de la crisis que causó 4.000 muertes prematuras en Londres en 1952.
El presidente Xi Jinping anunció el pasado año la "declaración de guerra" contra la contaminación y el país ha adoptado ambiciosas medidas, pero los resultados se retrasan debido a la complejidad de cambiar un modelo productivo aún muy dependiente en el carbón.