De ser estrictos, tales “destapes” bien se pudieran considerar como actos de precampaña. Sin embargo, toda vez que la ley electoral vigente no reconoce que haya iniciado la campaña hacia el 2018, para el INE no constituyen delito alguno las declaraciones de Margarita Zavala Gómez del Campo, esposa del ex presidente mexicano Felipe Calderón, y de Miguel Ángel Mancera Espinosa, alcalde de la Ciudad de México, en las que manifiestan su interés por aparecer en las boletas de los comicios a efectuarse dentro de tres años. Menos aún en el caso de Andrés Manuel López Obrador, quien no necesita declarar absolutamente nada para evidenciar su vocación presidencial: le bastó con crear un partido a la medida de sus aspiraciones: el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA). Lo que resulta evidente es que desde ya, cualquier actividad pública de estas tres figuras tendrá el tamaño de sus aspiraciones; cualquier declaración, parejo sesgo.
Sin embargo, por ambas vías son escasas las posibilidades para el sueño presidencial de la licenciada Margarita Zavala. Las divisiones internas de un partido escindido entre “maderistas” (incondicionales de su actual presidente, Gustavo Madero) y “calderonistas” (partidarios de Felipe Calderón) tornan difícil que se convierta en una candidata de unidad con independencia de cómo quede la correlación de fuerzas cuando este año el PAN renueve su dirigencia nacional.
Un escenario cercanamente escabroso tiene ante sí Miguel Ángel Mancera. Si bien su condición de alcalde de la populosa Ciudad de México le otorga una visibilidad mayúscula, y su gestión al frente de la misma constituye un monumental acto de campaña que ya va para tres (de seis) años, el descalabro sufrido por Partido de la Revolución Democrática (PRD) en las elecciones del pasado 7 de junio con la pérdida de varias delegaciones en la capital del país presagia el advenimiento de jornadas tristes para un instituto político que se debate entre la refundación o la muerte.
Para López Obrador, y él lo sabe, el 2018 es su última oportunidad para contender por la Presidencia de México (cualquier fecha posterior sólo servirá para datar su caducidad como político). Tiene a su favor la experiencia acumulada, dos sexenios de precampaña que lo han hecho conocido en toda la geografía mexicana y un instituto político que por destilación selectiva (del PRI salió el PRD que engendró a MORENA) presume estar ajeno a las marrullerías de los otros partidos. Obran en su contra el ser percibido como un político intolerante por un sector bastante amplio de la sociedad (sobre todo por las formas en que reaccionó ante sus dos derrotas en las urnas) y esa obsesión casi patológica por conducir los destinos de México que lo llevó a la farsa de proclamarse “presidente legítimo” y a nombrar un gabinete paralelo tras perder ante Felipe Calderón las elecciones del 2006.
“Ad triarium ventum est” (a la tercera va la vencida) reza un viejo adagio latino, que alude a la confianza absoluta depositada en los “triarios”, soldados que integraban la tercera fila de la milicias romanas y cuyo valor y experiencia eran el sostén de las dos filas que les precedían, adagio que se ajusta perfectamente a las aspiraciones del PAN, que busca por tercera vez ser partido de gobierno; a las del PRD que irá con su tercer candidato por parejo cometido, y a las de López Obrador, quien anhela por tercera ocasión la presidencia del país. ¿Quién ganará de estos tres presidenciables si llegan a las boletas del 2018? En tres años lo sabremos.