La consecución de este objetivo estratégico implica un gasto extra de 40.000 millones de dólares anuales como máximo, es decir, del 0,2% al 0,25% del PIB englobado de la UE. El importe no incluye las posibles reclamaciones de Gazprom a raíz de los contratos "toma o paga" a largo plazo, pero tampoco es un obstáculo insalvable, señala el economista.
En 2013 el consumo de gas en la UE disminuyó un 14% en relación con 2008 y bajará entre el 4% y el 6% más en 2014. De los 472.000 millones de metros cúbicos que los Veintiocho consumieron el pasado año, el 27% fue importado de Rusia.
Más que renunciar del todo al gas ruso, la opción realista para la UE sería reducir como mínimo en un 40% el volumen que se compra a Gazprom.
Para el gigante energético ruso, ello significa perder entre 18 y 20 mil millones de dólares en los próximos dos o tres años, hasta que monte la infraestructura del suministro a China. Además, Gazprom no tendría adónde reorientar las ventas y afrontaría problemas colosales con la conservación de los pazos y el mantenimiento de las estaciones de compresión ociosas.
Rusia mantiene hoy su influencia en el mercado energético más importante para ella, pero es gracias a la desunión de los países de la UE, fuertes cabilderos locales y estable resistencia de los europeos a pensar en términos estratégicos, escribe Inozémtsev. La desaparición de al menos uno de estos factores, a juicio del experto, tendría consecuencias dramáticas.