Como una suerte de bestia hibrida bicéfala, en que una de sus cabezas es la de Dios y la otra de un 'sheriff' del lejano Oeste de las películas que protagonizaba John Wayne a mediados del siglo pasado, William Barr, fiscal general de Estados Unidos, desenfundó su revólver para aplicar la justicia divina que todo dirigente imperial estadounidense cree tener para juzgar a cualquier persona sobre la tierra que no se arrodille ante la fuerza letal de su superior estupidez.
El caso no pasaría de ser una anécdota más dentro de la continuada, insensata e ineficaz política de sanciones que Estados Unidos aplica contra 37 países en el mundo si no fuera porque William Barr es un frustrado agente de la CIA, cuya mayor ambición era llegar a ser director general de esa agencia de inteligencia, tiene antecedentes en esto de dictaminar fantasiosas acusaciones sin pruebas, para después, moviendo su segunda cabeza, ofrecer recompensa por la vida de cualquier jefe de Estado.
En esa ocasión, Barr argumentó por escrito que el FBI podría ingresar en cualquier país sin autorización de su Gobierno para detener un fugitivo buscado por la justicia de Estados Unidos por cargos de narcotráfico o terrorismo, incluso violando el derecho internacional.
Años después, el mismo Barr, ya como fiscal general adjunto durante el mismo Gobierno en el año 1991 dio justificación legal a la invasión de Estados Unidos en Irak. No fue en esta ocasión, pero posteriormente, durante la segunda guerra del golfo en 2003, Washington ofreció 25 millones de dólares por Sadam Husein y 15 millones por cada uno de sus dos hijos.
De la misma manera, ofrecieron un millón de dólares por Muamar Gadafi en 2011 previo a su captura y muerte cuando la psicópata perdedora en las últimas elecciones de Estados Unidos sonriendo dijo: "Fuimos, vimos y murió" haciéndose cargo pública e impúdicamente del asesinato del jefe de Estado Libio.
Visto desde esta perspectiva, se podría asegurar que la invasión de un país por Estados Unidos puede ser antecedida por el ofrecimiento de una recompensa monetaria por la captura del jefe de Estado.
En la rueda de prensa que hizo Barr —en la que como juez divino no aportó ninguna prueba— y ante la pregunta de una periodista dijo que este era el mejor momento, en medio de la pandemia para hacer este anuncio, respondió que: "Este es el mejor momento porque los venezolanos necesitan un Gobierno capaz de afrontar la pandemia".
Evidentemente se confundió de país, debió decir en realidad: "Este es el mejor momento porque Estados Unidos necesita un Gobierno capaz de afrontar la pandemia". Es sabido que a través de la historia, siempre que Estados Unidos afronta una crisis interna, recurre a una acción internacional para ocultar la situación a su fácilmente engañable opinión pública.
Pero, en el trasfondo esta noticia que pretende trasladar el centro de atención mundial del desastre producido por la ineptitud de Trump y su Gobierno en el manejo de la pandemia intenta ocultar dos problemas mucho mayores.
El primero, el desprestigio casi terminal del Gobierno de Colombia, que ante el total desenmascaramiento de los incesantes hechos de corrupción que brotan todos los días, el resguardo cotidiano de los paramilitares como fuerza de choque de reserva de las fuerzas armadas, la incapacidad para solucionar los grandes problemas sociales se ha venido a sumar el vínculo directo de Álvaro Uribe e Iván Duque con el narcotráfico como vehículo para ganar las elecciones y sostenerse en el poder.
El segundo aún peor: el tema central de controversia en la campaña electoral de Estados Unidos es el tema de la salud, en casi todos los demás y en especial el de la política exterior, republicanos y demócratas tienen casi plena coincidencia.
Ahora Trump, conociendo su país pretende comprar los votos de los atribulados estadounidenses a quienes les quieren llenar el bolsillo de un dinero que no saben si van a poder usar porque a lo mejor antes estarán muertos.
El coronavirus puede hacer renacer a Bernie Sanders de las cenizas, disputar y vencer a Joe Biden e incluso al mismo Donald Trump. Hasta ahora han fallecido 1.174 ciudadanos estadounidenses, no se sabe cuántos más lo harán, pero el coronavirus pudiera ser la tumba política del presidente de Estados Unidos.
Entonces, su imperial reacción natural es agredir, es invadir, es amenazar suponiendo que la generación de terror derivará en su sobrevivencia política y en su mantenimiento en el poder. No hay intimidación alguna contra el liderazgo del país que pueda impedir que Venezuela salga adelante, derrote el coronavirus y avance hacia un futuro luminoso.
Esta situación me hizo recordar el año 1820 cuando Bolívar para evitar que siguiera produciéndose muerte y destrucción, a pesar de tener virtualmente ganada la guerra, aceptó negociar con el jefe español Pablo Morillo. Este, pensando que los patriotas lo hacían por debilidad pretendió imponer condiciones. La respuesta del Libertador fue contundente: "Si VE, adelanta sus posiciones, pensando venir a dictar las condiciones de este armisticio, yo aseguro a VE que no lo aceptaré jamás y que VE será responsable ante la humanidad y su nación, de la continuación de esta sangrienta lucha, cuyo resultado final será la emancipación de toda la América, o su completo exterminio, si aún se puede someterla".