Las fuerzas políticas europeas a la izquierda de la socialdemocracia agonizante se plantean, por fin, la pregunta que durante lustros han preferido dejar debajo de las alfombras: "¿Qué hemos hecho mal para haber perdido el apoyo de las clases populares?"
Pero un simple estudio sociológico al alcance de un estudiante de primer año de universidad ya demostraba hace años que entre los nuevos votantes de los partidos execrados por la moral de izquierda se encontraban miles de ciudadanos que tradicionalmente, de abuelos a nietos, habían confiado su esperanza en organizaciones de izquierda, y, especialmente, en los partidos comunistas.
La izquierda francesa, desde la más radical hasta el Partido Socialista, han navegado lejos de la realidad y han pagado las consecuencias. La literatura que hoy —desde Estados Unidos hasta Europa— denuncia la ceguera de la izquierda y el distanciamiento de la "intelligentsia" con lo que antes se llamaba el pueblo, fue ya objeto de debate en Francia hace más de 20 años.
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Pero no se trata ya de un simple dilema entre pro y antiinmigrantes, sino en subrayar que los seis millones de parados franceses y el aumento de la desigualdad pueden hacer reconducir un debate que aleja el foco de atención de los votantes.
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El simple hecho de abordar el asunto de la inmigración como una de las causas de la desafección popular origina las mismas tiranteces que en los países vecinos. El politólogo Wolfgang Streeck se preguntaba en el semanario Die Zeit este verano si "puede uno ser considerado xenófobo por ver a los inmigrantes como competidores para la obtención de empleos, plazas en las guarderías o viviendas de protección social".
"La tiranía de lo políticamente correcto"
Una reflexión similar ha provocado un seísmo ideológico dentro de la izquierda española. Políticos como Julio Anguita, exsecretario general del Partido Comunista Español, y profesores como Manuel Monereo —considerado padre espiritual del líder de Podemos, Pablo Iglesias— han destacado algunos puntos del programa social del nuevo Gobierno italiano, y, en especial, "su capacidad para conectar con las víctimas de la globalización".
En el mismo documento se denuncia la "tiranía de lo políticamente correcto" y el "elitismo cultural", y se subraya que "englobarlo todo bajo la etiqueta de fascismo puede ser cómodo para evitar cierta fatiga intelectual, pero nada aporta al conocimiento de la realidad".
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LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK