El último sondeo de opinión, realizado por la empresa Kantar, refleja la desilusión creciente, cuando no el enfado, con un mandatario que creen no escucha lo suficiente a la ciudadanía y no reconoce sus errores.
La hiperactividad reformista del primer dirigente no solo no consigue animar a la sociedad, sino que la sume en una confusión de datos y cifras, difícilmente digeribles. A la vuelta de sus vacaciones de verano, Macron decidió dar un giro social a su política, hasta ahora considerada de derechas y favorecedora de "los ricos".
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Pero la dimisión en directo, en una emisora de radio y sin avisar a Presidencia, de su ministro estrella, el ecologista Nicolas Hulot, acaparó las primeras páginas de la actualidad y certificó la poca consideración efectiva de Macron con los asuntos relacionados con el medio ambiente y, según el dimisionario, su dependencia de los lobbies.
La moralidad de la vida pública y la regeneración prometidas por el candidato Macron quedaron muy comprometidas tras esta serie negra. Para muchos de los franceses que habían apostado por las promesas de ética y deontología del líder de La República En Marcha la conclusión estaba clara: "Macron es como los demás". La vieja política que él consideraba superada volvía como un guantazo a la cara del presidente.
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Quizá esta sucesión de "pequeños" escándalos hubiera podido ser más perdonable si la situación de la economía fuera mejor. Pero los indicadores no sirven precisamente para levantar el ánimo. Francia está a la cola de los todavía 28 miembros de la UE en crecimiento económico durante el segundo trimestre del año: un 0,2%, por el 0,6% de España, o el 0,5% de Alemania.
Estancamiento económico
Todo ello, a pesar de las reformas que Macron lanzó al inicio de su mandato. Desde entonces, los franceses solo han podido comprobar una bajada de su poder adquisitivo, empujado por el aumento de precios e impuestos, en la que las principales víctimas han sido los pensionistas, castigados a ver la revalorización de sus pensiones muy por debajo del índice de aumento de precios.
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Pero el presidente Macron cree que no todas las dificultades se pueden achacar al sistema que rige la vida económica y social de Francia desde hace décadas. En una visita a Dinamarca, criticó la actitud de sus compatriotas, "galos refractarios a las reformas". Era una forma de elogio a la flexiseguridad que los daneses han puesto en marcha para agilizar el mercado laboral, obviando las características administrativas y humanas que hacen que ese país haya podido resolver el problema del empleo; entre otras cosas, la existencia de un sistema eficaz de formación permanente, inexistente en Francia.
Macron parece a veces creer que su país funciona como Estados Unidos o el Reino Unido, donde la facilidad para contratar y despedir es amplia, y donde la movilidad geográfica no supone un trauma para el ciudadano, como ocurre en Francia. El desfase entre el país que Macron sueña y la realidad parece jugarle malas pasadas.
En menos de una semana, el presidente es capaz de lanzar reformas que, por falta de perspectiva de futuro o por su complejidad, no son bien entendidas por un público que tiende considerar esas medidas como simples anuncios de márketing político, sin repercusión concreta real. Así, la "Ley contra la pobreza" pasa casi inadvertida y queda solapada por "La reforma de la Sanidad". Ni una ni otra logran despejar el ánimo crítico y la decepción de los franceses, porque los anuncios pensados para atraer titulares quedan anulados cuando se lee la letra pequeña de las nuevas normas llamadas a mejorar el presente y el futuro de los ciudadanos.
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Pero reducir esa batalla a un enfrentamiento de ese tipo puede ser peligroso, Para empezar, la izquierda francesa y europea se movilizará también para deshacer esa visión sin alternativas que busca Macron. Sabiendo, además, que liberales como él se unirán después a los conservadores del Partido Popular europeo contra los nuevos disidentes continentales, los "populistas", que ya están haciendo reflexionar a una parte de la izquierda europea que quiere volver a preocuparse de sus conciudadanos, antes que de los nuevos inmigrantes.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK