La historia del librero de García Márquez y el volumen más buscado de Colombia
La historia del librero de García Márquez y el volumen más buscado de Colombia
Sputnik Mundo
Álvaro Castillo se hizo famoso en 2015 luego de que robaran una primera edición de 'Cien años de soledad' de su propiedad. Esta es la historia del hombre que... 23.05.2023, Sputnik Mundo
La primera vez que Álvaro Castillo vio al escritor Gabriel García Márquez fue en 1997, pero la primera vez que cruzaron palabras fue dos años después. Castillo era muy amigo de Eligio García Márquez, hermano del Nobel y a quien ayudó, durante mucho tiempo, a buscar las primeras ediciones de los libros que había leído Gabriel.En 1999, Castillo, un librero con olfato y paciencia para encontrar primeras ediciones de grandes obras, consiguió una de Cien años de soledad. Al venderla, el cliente le pidió el favor de conseguir que García Márquez la firmara. Castillo pidió la ayuda de Eligio un tanto incrédulo, pues el gran escritor colombiano era como un fantasma que iba y venía entre México y Colombia sin ser detectado."Eligio me llamó y me dijo: 'Ten el libro contigo mañana'. Me marcó unas horas después y me dio indicaciones para que fuera al norte de Bogotá, a la sede de la Revista Cambio". Todo fue misterioso, enigmático. Castillo llegó a la entrada de la revista, subió por unas escaleras oscuras y llegó hasta una oficina en la que García Márquez esperaba sentado. "Lo vi ahí, tan hermoso como el sol. Y me puse nervioso".García Márquez, tan natural con la palabra, le preguntó "Ajá, ¿cómo va la vaina [el asunto]?" a lo que Castillo respondió con la lengua amarrada, tartamudeando, la historia del cliente y de la primera edición de Cien años de soledad. "Le dije que yo vivía de la generosidad de aquel hombre que me compraba muchos libros y García Márquez puso la siguiente dedicatoria: Para… de cuya generosidad tantos vivimos de taquito", recuerda el librero.Castillo no volvió a ver al Nobel, al menos en Colombia. El resto de encuentros se dieron en Cuba. En el Hotel Inglaterra de La Habana o en una casa del barrio Colón en la que Álvaro pasaba largas temporadas. "Entró al lugar como si nada, con una humildad enorme. Compartió con mis anfitriones y recuerdo que rechazó el café, porque, a diferencia de lo que se dice, no le gustaba el café".Así comenzó una relación que se fortaleció a través de largas llamadas en las que Castillo lo ponía al tanto de la literatura colombiana del momento. Tal fue la conexión que cuando García Márquez empezó a escribir sus memorias (Vivir para contarla), Álvaro se convirtió en uno de sus ocho dateros, personas que le ayudaron en el proceso de investigación, a encontrar desde libros recónditos, hasta sonetos de poemas que el Nobel necesitaba para darle una mano a una memoria que ya hacía aguas.Castillo nunca cobró por ese trabajo. Recibió una que otra primera edición como regalo del Nobel, libros que fueron a una colección completa de toda la obra que vendió en 2006. "No le voy a decir en cuánto, tampoco a quién".El libro más buscado en ColombiaEn 2006, en uno de los tantos viajes a Montevideo y caminatas por la calle Tristán Narvaja, Castillo entró a una librería y encontró una primera edición de Cien años de soledad. La reconoció por el color del lomo y por el grosor. "La miré detalladamente. No lo podía creer. Le pregunté al librero y me dijo que costaba 200 pesos uruguayos de la época, unos nueve dólares, creo".Castillo empezó a sudar y, para tratar de mantener la naturalidad y no generar sospechas frente a su gran hallazgo, pidió una rebaja y pagó ocho dólares. Cuando lo estaba empacando en una bolsa, el dueño le dijo que nunca había visto esa carátula. Castillo se hizo el "boludo" y cuando iba a salir, como si su cuerpo quisiera alargar el momento, le entraron unas ganas enormes de orinar."Oriné un buen momento. Ya el libro era mío, pero no podía controlar la ansiedad. Salió del baño, dio las gracias, cogió el tomo grueso y dejó la librería. Corrió como si se lo hubiese robado por miedo a que el librero cayera en cuenta y lo buscara furibundo para recuperar ese tesoro. No pasó nada. A los 20 días, Castillo volvió a Colombia con tres maletas repletas de hallazgos y la primera edición de la obra cumbre de García Márquez.La noticia fue de tal magnitud, que la Policía tomó el caso como si se tratase de la desaparición de una personalidad pública. Se hicieron interrogatorios, se notificó a la Interpol, encontrar la primera edición fue un asunto de Estado.Una semana después, un amigo de Castillo lo llamó y le contó que las autoridades habían encontrado el libro. A Castillo lo contactó el entonces comandante de la Policía, le devolvió el ejemplar autografiado y en una rueda de prensa se le comunicó la buena nueva a todo el país.Resulta que la Policía, como pocas veces, realizó un plan candado, un operativo exhaustivo por las calles de Bogotá y encontraron a una banda que quería venderlo al exterior por una fuerte suma de dinero. Cuando Castillo vio su libro lloró.Castillo donó la obra a la Biblioteca Nacional. Lo hizo para evitar cualquier ataque en su contra, también porque sentía que luego de las muestras de cariño y preocupación colectiva, el libro ya no era solo suyo, era de Colombia entera. "Allá está para que quien quiera lo visite, para que lo admiren".No es la única primera edición de Cien años de soledad que Castillo ha encontrado. En 32 años de librero ha ubicado más de una decena. Todas las ha vendido. No dicen en cuánto, mucho menos a quién. Su reserva es absoluta.Hace un tiempo también tomó la decisión de donar su biblioteca personal a una institución educativa (entre 12.000 y 15.000 tomos). Será paulatinamente, como si estuviera despegándose de sus recuerdos antes de que se le olviden, como si estuviera entregando pedazos de su vida hasta que su existencia se apague del todo.
Álvaro Castillo se hizo famoso en 2015 luego de que robaran una primera edición de 'Cien años de soledad' de su propiedad. Esta es la historia del hombre que se convirtió en el buscador de confianza del Nobel de literatura.
La primera vez que Álvaro Castillo vio al escritor Gabriel García Márquez fue en 1997, pero la primera vez que cruzaron palabras fue dos años después. Castillo era muy amigo de Eligio García Márquez, hermano del Nobel y a quien ayudó, durante mucho tiempo, a buscar las primeras ediciones de los libros que había leído Gabriel.
"Tenía una obsesión por leer lo que había leído su hermano, como por ejemplo Las palmeras salvajes de William Faulkner en edición de Sudamericana. No recuerdo si conseguí todo lo que me pidió, pero la mayoría sí", relata Castillo a Sputnik.
En 1999, Castillo, un librero con olfato y paciencia para encontrar primeras ediciones de grandes obras, consiguió una de Cien años de soledad. Al venderla, el cliente le pidió el favor de conseguir que García Márquez la firmara. Castillo pidió la ayuda de Eligio un tanto incrédulo, pues el gran escritor colombiano era como un fantasma que iba y venía entre México y Colombia sin ser detectado.
"Eligio me llamó y me dijo: 'Ten el libro contigo mañana'. Me marcó unas horas después y me dio indicaciones para que fuera al norte de Bogotá, a la sede de la Revista Cambio". Todo fue misterioso, enigmático. Castillo llegó a la entrada de la revista, subió por unas escaleras oscuras y llegó hasta una oficina en la que García Márquez esperaba sentado. "Lo vi ahí, tan hermoso como el sol. Y me puse nervioso".
García Márquez, tan natural con la palabra, le preguntó "Ajá, ¿cómo va la vaina [el asunto]?" a lo que Castillo respondió con la lengua amarrada, tartamudeando, la historia del cliente y de la primera edición de Cien años de soledad. "Le dije que yo vivía de la generosidad de aquel hombre que me compraba muchos libros y García Márquez puso la siguiente dedicatoria: Para… de cuya generosidad tantos vivimos de taquito", recuerda el librero.
Antes de terminar el encuentro, Castillo le pidió al Nobel un abrazo. Se entrelazaron, Castillo le contó que todos los años leía Cien años de soledad y García Márquez se limitó a decirle que de su obra el libro que iba a perdurar era El amor en los tiempos del cólera. "Es un libro con los pies en la tierra", enfatizó el escritor.
Castillo no volvió a ver al Nobel, al menos en Colombia. El resto de encuentros se dieron en Cuba. En el Hotel Inglaterra de La Habana o en una casa del barrio Colón en la que Álvaro pasaba largas temporadas. "Entró al lugar como si nada, con una humildad enorme. Compartió con mis anfitriones y recuerdo que rechazó el café, porque, a diferencia de lo que se dice, no le gustaba el café".
Así comenzó una relación que se fortaleció a través de largas llamadas en las que Castillo lo ponía al tanto de la literatura colombiana del momento. Tal fue la conexión que cuando García Márquez empezó a escribir sus memorias (Vivir para contarla), Álvaro se convirtió en uno de sus ocho dateros, personas que le ayudaron en el proceso de investigación, a encontrar desde libros recónditos, hasta sonetos de poemas que el Nobel necesitaba para darle una mano a una memoria que ya hacía aguas.
"Un día me dijo que necesitaba el nombre de un poema de Guillermo Valencia, pero que solo recordaba unas cuantas palabras. Duré toda una noche mirando, poema por poema, hasta que lo encontré. Pero con él era todo para ya, no servía tener la información más tarde", rememora.
Castillo nunca cobró por ese trabajo. Recibió una que otra primera edición como regalo del Nobel, libros que fueron a una colección completa de toda la obra que vendió en 2006. "No le voy a decir en cuánto, tampoco a quién".
En 2006, en uno de los tantos viajes a Montevideo y caminatas por la calle Tristán Narvaja, Castillo entró a una librería y encontró una primera edición de Cien años de soledad. La reconoció por el color del lomo y por el grosor. "La miré detalladamente. No lo podía creer. Le pregunté al librero y me dijo que costaba 200 pesos uruguayos de la época, unos nueve dólares, creo".
Castillo empezó a sudar y, para tratar de mantener la naturalidad y no generar sospechas frente a su gran hallazgo, pidió una rebaja y pagó ocho dólares. Cuando lo estaba empacando en una bolsa, el dueño le dijo que nunca había visto esa carátula. Castillo se hizo el "boludo" y cuando iba a salir, como si su cuerpo quisiera alargar el momento, le entraron unas ganas enormes de orinar.
"Oriné un buen momento. Ya el libro era mío, pero no podía controlar la ansiedad. Salió del baño, dio las gracias, cogió el tomo grueso y dejó la librería. Corrió como si se lo hubiese robado por miedo a que el librero cayera en cuenta y lo buscara furibundo para recuperar ese tesoro. No pasó nada. A los 20 días, Castillo volvió a Colombia con tres maletas repletas de hallazgos y la primera edición de la obra cumbre de García Márquez.
Ya en 2015, un año después de la muerte del premio nobel, Álvaro lo prestó para la Feria del Libro de Bogotá, que rendía homenaje al escritor más importante de Colombia. Sin embargo, días después, recibió una llamada. "Se lo robaron". La noticia se viralizó, Castillo atendió decenas de entrevistas, no durmió durante una semana, comió poco. "Solo les importaba el valor del libro. Incluso hubo gente que creó el rumor de que era un autorrobo para obtener dinero".
La noticia fue de tal magnitud, que la Policía tomó el caso como si se tratase de la desaparición de una personalidad pública. Se hicieron interrogatorios, se notificó a la Interpol, encontrar la primera edición fue un asunto de Estado.
Una semana después, un amigo de Castillo lo llamó y le contó que las autoridades habían encontrado el libro. A Castillo lo contactó el entonces comandante de la Policía, le devolvió el ejemplar autografiado y en una rueda de prensa se le comunicó la buena nueva a todo el país.
Resulta que la Policía, como pocas veces, realizó un plan candado, un operativo exhaustivo por las calles de Bogotá y encontraron a una banda que quería venderlo al exterior por una fuerte suma de dinero. Cuando Castillo vio su libro lloró.
"Entendí, por la solidaridad de las personas, que no había sido un robo a cualquiera, era el robo a un país entero. Sin embargo, fue incómodo porque el general Rodolfo Palomino dijo, en plena rueda de prensa, que el libro costaba 60.000 dólares. Me puso una cruz encima, me puso en el mapa. Sentí miedo", recuerda.
Castillo donó la obra a la Biblioteca Nacional. Lo hizo para evitar cualquier ataque en su contra, también porque sentía que luego de las muestras de cariño y preocupación colectiva, el libro ya no era solo suyo, era de Colombia entera. "Allá está para que quien quiera lo visite, para que lo admiren".
No es la única primera edición de Cien años de soledad que Castillo ha encontrado. En 32 años de librero ha ubicado más de una decena. Todas las ha vendido. No dicen en cuánto, mucho menos a quién. Su reserva es absoluta.
Hace un tiempo también tomó la decisión de donar su biblioteca personal a una institución educativa (entre 12.000 y 15.000 tomos). Será paulatinamente, como si estuviera despegándose de sus recuerdos antes de que se le olviden, como si estuviera entregando pedazos de su vida hasta que su existencia se apague del todo.
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