"Primero hay que saber sufrir": ¿por qué Argentina habla a través de su fútbol?
"Primero hay que saber sufrir": ¿por qué Argentina habla a través de su fútbol?
Sputnik Mundo
La obtención de la Copa Mundial en Catar generó el desahogo de un país que necesitaba celebrar un triunfo en un clima signado por la crisis y la incertidumbre... 20.12.2022, Sputnik Mundo
Argentina respira un aire de euforia y optimismo. La conquista del Mundial de Catar se tradujo en una efervescencia popular, como pocas veces se ha visto en los últimos años, en el marco de una crisis económica que azota a la población desde hace cinco años.El camino del héroe de Messi es, también, el de un país que aprendió a sufrir cada victoria. La pregunta es: ¿qué lugar ocupa la superación en la idiosincrasia nacional?El ansiado golpe anímico"Los argentinos teníamos muchas ganas de ser felices: lo que estaba en juego era la necesidad de festejar algo", dice a Sputnik Pedro Saborido, conocido escritor y guionista.El país sudamericano —uno de los más pasionales en cuanto al fútbol respecta— acumulaba 36 años sin ganar la Copa del Mundo, desde la obtenida de la mano de Diego Maradona en 1986. Adicionalmente, el sueño máximo revestía un carácter de autosuperación tras las finales perdidas ante Alemania en 1990 y 2014.La exaltada celebración a nivel nacional también se explica por la necesidad de una dosis de optimismo ante las dificultades económicas que atraviesa el país. "Esto pega en un momento muy peculiar. Hoy es 19 de diciembre: hace 21 años Argentina estallaba en 1.000 pedazos. Hoy no estamos así, pero estamos muy mal", dice a Sputnik el sociólogo y ensayista Pablo Alabarces. "Tenemos un 42% de pobreza y casi 100% de inflación. En este contexto, ¿cómo no vamos a festejar y aprovechar una alegría popular tan potente?", se pregunta.Sufrir para festejar, un mito argentino"Si no se sufre, no vale", había declarado el futbolista argentino Rodrigo De Paul, una de las figuras de la selección albiceleste, tras alzar el trofeo. Y es que el comienzo de la travesía mundialista del equipo sudamericano fue con el pie izquierdo, tras caer ante Arabia Saudita en el debut. Además, para llegar a la final tuvo que atravesar un agónico partido ante Países Bajos, al que terminó venciendo por penales.En este marco resuenan las palabras del tango Naranjo en Flor, de Virgilio y Homero Expósito: "Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir".Sin embargo, para Saborido, "el suplicio no es un destino, sino circunstancia, es algo que se construye. El tema es si después lo folclorizamos como si fuera característico nuestro, nos enamoramos de esa parte sufriente que todos tenemos", sostiene.Alabarces coincide con la postura del guionista: "Hablar sobre el sufrimiento argentino es un lugar común, una idea que no está respaldada por ninguna prueba. Claro que suena lindo, pero no se verifica en toda nuestra historia, responde más a un mito nuestro", afirma.No obstante, para Saborido, "por dentro sabemos que nuestro sufrimiento es optativo. Es un juego que nos divierte, y un juego siempre se elige. Lo maravilloso es que todos elijamos jugarlo. Vivimos una primavera de amor y nervios, de alegría e hipertensión. El Mundial es un romance lleno de suspenso, con un final maravilloso", apunta.Un equipo, un paísLa relación entre la selección albiceleste y el pueblo argentino marca una gran identificación entre jugadores y fanáticos.La Scaloneta, nombre con el que se bautizó al equipo dirigido por Lionel Scaloni, se ganó el corazón de los hinchas por el culto a la unidad del grupo y la humildad ante el éxito, sobre todo tras la conquista de la Copa América en 2021.El primero en despertar la simpatía con el público es el capitán. "Messi es un poco como nosotros: parece un pibe de nuestro barrio para el que el universo se armonizó para darle lo que merecía. Todos queríamos que levantara la Copa: yo estaba contento por él, aun sabiendo que es millonario, que no lo conozco y que no me conoce a mí", afirma Saborido."Lo mismo pasa con el resto del plantel. Scaloni y los jugadores parecen un grupo de amigos. Al equipo le dicen la Scaloneta, no la Armada Scaloniana: no es nada agresivo, sino que parece un vehículo divertido, humilde y tranquilo. El nombre no inspira miedo, sino cariño", sostiene.Detractores de la pasiónEn el transcurso de la competencia han emergido intelectuales y críticos que se jactaban de su poco interés en el Mundial y desdeñaban la relevancia que el fútbol tiene en el país de Messi y Maradona."El problema no es que es solo antipopular, sino que es ignorante: es no entender lo que le pasa a todo un pueblo", remarca.Para Saborido, "estos son fenómenos en los que pareciera que todos estamos de acuerdo, pero no hay manera de evitar la discordia en ningún tema. En Argentina, donde te metas hay una interna: hasta el punto de cocción de la carne en un asado", ejemplifica.Sin embargo, coincide en cuestionar el menosprecio a la cultura popular: "Hay una pulsión de oponerse a ciertas cosas por motivos sociales y hasta clasistas. Pero también, cuando la fuerza de la pasión es tanta, hay que rendirse. Pero hay que tener presente que el hecho de que no te guste el fútbol no hace que seas Jorge Luis Borges", señala entre risas.Según el guionista y escritor, bajo la fachada de la crítica intelectual al fenómeno futbolero subyace una búsqueda ególatra. "El lugar de discordia en temas como este es una oportunidad de protagonismo: quien dice que odia al Mundial tiene más chances de ser más protagonista que aquel que declara que le encanta, porque sus amantes son muchos más que sus detractores", sostiene Saborido.Reconstruir la épicaHasta la final con Francia, el último Mundial que había ganado Argentina había sido el de 1986, de la mano de un deslumbrante Diego Armando Maradona. La competencia estuvo marcada por el triunfo ante Inglaterra, y el nacimiento de la Mano de Dios. Desde ese momento, el país generó un relato que toma a Maradona como el símbolo de la argentinidad. Pasados 36 años, las nuevas generaciones empezaron a anhelar que Messi lograra tomar la posta y llevar al país nuevamente a lo más alto."La última vez que habíamos tenido mística había sido cuando aplaudimos a los médicos que atendían a pacientes de coronavirus durante la pandemia: la movida duró dos días e inmediatamente lo olvidamos", dice con ironía.Sin embargo, la búsqueda por construir un relato no soslaya la urgencia por combatir las dificultades que atraviesa el país. El guionista lo pone en palabras: "Para mí los problemas no se terminan ganándole a Francia, sino teniendo una mejor distribución de la riqueza. Para mí, ganar el Mundial es un acto de soberanía, pero no por eso desaparece la crisis", concluye.
La obtención de la Copa Mundial en Catar generó el desahogo de un país que necesitaba celebrar un triunfo en un clima signado por la crisis y la incertidumbre. Del alivio por ver a Messi campeón al desaforado festejo en las calles: ¿qué es lo que hace tan particular a la pasión futbolera albiceleste?
El camino del héroe de Messi es, también, el de un país que aprendió a sufrir cada victoria. La pregunta es: ¿qué lugar ocupa la superación en la idiosincrasia nacional?
El ansiado golpe anímico
"Los argentinos teníamos muchas ganas de ser felices: lo que estaba en juego era la necesidad de festejar algo", dice a Sputnik Pedro Saborido, conocido escritor y guionista.
El país sudamericano —uno de los más pasionales en cuanto al fútbol respecta— acumulaba 36 años sin ganar la Copa del Mundo, desde la obtenida de la mano de Diego Maradona en 1986. Adicionalmente, el sueño máximo revestía un carácter de autosuperación tras las finales perdidas ante Alemania en 1990 y 2014.
"Esto pega en un momento muy peculiar. Hoy es 19 de diciembre: hace 21 años Argentina estallaba en 1.000 pedazos. Hoy no estamos así, pero estamos muy mal", dice a Sputnik el sociólogo y ensayista Pablo Alabarces. "Tenemos un 42% de pobreza y casi 100% de inflación. En este contexto, ¿cómo no vamos a festejar y aprovechar una alegría popular tan potente?", se pregunta.
"Venimos golpeados hace años. Si a eso se le agrega una pandemia que dejó más de 100.000 muertos, el escenario es muy particular", agrega.
Sufrir para festejar, un mito argentino
"Si no se sufre, no vale", había declarado el futbolista argentino Rodrigo De Paul, una de las figuras de la selección albiceleste, tras alzar el trofeo. Y es que el comienzo de la travesía mundialista del equipo sudamericano fue con el pie izquierdo, tras caer ante Arabia Saudita en el debut. Además, para llegar a la final tuvo que atravesar un agónico partido ante Países Bajos, al que terminó venciendo por penales.
En este marco resuenan las palabras del tango Naranjo en Flor, de Virgilio y Homero Expósito: "Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir".
Sin embargo, para Saborido, "el suplicio no es un destino, sino circunstancia, es algo que se construye. El tema es si después lo folclorizamos como si fuera característico nuestro, nos enamoramos de esa parte sufriente que todos tenemos", sostiene.
"Son narrativas que nos enamoran: como si las cosas que no implicaran un sufrimiento no valieran. El esfuerzo vale, pero la moneda de cambio no puede ser el dolor", completa.
Alabarces coincide con la postura del guionista: "Hablar sobre el sufrimiento argentino es un lugar común, una idea que no está respaldada por ninguna prueba. Claro que suena lindo, pero no se verifica en toda nuestra historia, responde más a un mito nuestro", afirma.
No obstante, para Saborido, "por dentro sabemos que nuestro sufrimiento es optativo. Es un juego que nos divierte, y un juego siempre se elige. Lo maravilloso es que todos elijamos jugarlo. Vivimos una primavera de amor y nervios, de alegría e hipertensión. El Mundial es un romance lleno de suspenso, con un final maravilloso", apunta.
El primero en despertar la simpatía con el público es el capitán. "Messi es un poco como nosotros: parece un pibe de nuestro barrio para el que el universo se armonizó para darle lo que merecía. Todos queríamos que levantara la Copa: yo estaba contento por él, aun sabiendo que es millonario, que no lo conozco y que no me conoce a mí", afirma Saborido.
"Lo mismo pasa con el resto del plantel. Scaloni y los jugadores parecen un grupo de amigos. Al equipo le dicen la Scaloneta, no la Armada Scaloniana: no es nada agresivo, sino que parece un vehículo divertido, humilde y tranquilo. El nombre no inspira miedo, sino cariño", sostiene.
Alabarces marca un aspecto crucial que son los resultados que alcanza. "El vínculo con los hinchas se explica porque la selección juega bien, aunque es cierto que dan la imagen de ser 'buenos tipos': un grupo de amigos que juegan al fútbol. Pareciera una identificación inversa a la de Maradona: Diego era atractivo por sus excesos excepcionales, mientras que ahora lo interesante es la medianía y la idea de los tipos comunes", destaca el sociólogo.
Detractores de la pasión
En el transcurso de la competencia han emergido intelectuales y críticos que se jactaban de su poco interés en el Mundial y desdeñaban la relevancia que el fútbol tiene en el país de Messi y Maradona.
Para Alabarces "la idea de ir contra la corriente puede responder a un antipopulismo ridículo. Sin embargo, siempre puede existir una pequeña secta que crea que el fútbol es el opio moderno de los pueblos, lo que fue demolido hace 40 años", destaca el analista.
"El problema no es que es solo antipopular, sino que es ignorante: es no entender lo que le pasa a todo un pueblo", remarca.
Para Saborido, "estos son fenómenos en los que pareciera que todos estamos de acuerdo, pero no hay manera de evitar la discordia en ningún tema. En Argentina, donde te metas hay una interna: hasta el punto de cocción de la carne en un asado", ejemplifica.
Sin embargo, coincide en cuestionar el menosprecio a la cultura popular: "Hay una pulsión de oponerse a ciertas cosas por motivos sociales y hasta clasistas. Pero también, cuando la fuerza de la pasión es tanta, hay que rendirse. Pero hay que tener presente que el hecho de que no te guste el fútbol no hace que seas Jorge Luis Borges", señala entre risas.
Según el guionista y escritor, bajo la fachada de la crítica intelectual al fenómeno futbolero subyace una búsqueda ególatra. "El lugar de discordia en temas como este es una oportunidad de protagonismo: quien dice que odia al Mundial tiene más chances de ser más protagonista que aquel que declara que le encanta, porque sus amantes son muchos más que sus detractores", sostiene Saborido.
Hasta la final con Francia, el último Mundial que había ganado Argentina había sido el de 1986, de la mano de un deslumbrante Diego Armando Maradona. La competencia estuvo marcada por el triunfo ante Inglaterra, y el nacimiento de la Mano de Dios. Desde ese momento, el país generó un relato que toma a Maradona como el símbolo de la argentinidad. Pasados 36 años, las nuevas generaciones empezaron a anhelar que Messi lograra tomar la posta y llevar al país nuevamente a lo más alto.
"Esto le da mística al país. Es la posibilidad de creernos algo que nos faltaba. Definitivamente nos estaba ganando el desasosiego", apunta Saborido.
"La última vez que habíamos tenido mística había sido cuando aplaudimos a los médicos que atendían a pacientes de coronavirus durante la pandemia: la movida duró dos días e inmediatamente lo olvidamos", dice con ironía.
Sin embargo, la búsqueda por construir un relato no soslaya la urgencia por combatir las dificultades que atraviesa el país. El guionista lo pone en palabras: "Para mí los problemas no se terminan ganándole a Francia, sino teniendo una mejor distribución de la riqueza. Para mí, ganar el Mundial es un acto de soberanía, pero no por eso desaparece la crisis", concluye.
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