Pequeños comerciantes, esperanzados con la apertura de la frontera entre Colombia y Venezuela
Pequeños comerciantes, esperanzados con la apertura de la frontera entre Colombia y Venezuela
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Sputnik habló con dos empresarios colombianos de la zona fronteriza que contaron lo que han vivido durante los siete años de bloqueo del intercambio comercial... 23.09.2022, Sputnik Mundo
2022-09-23T23:59+0000
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Augusto es dueño de un supermercado en Villa del Rosario, municipio que colinda con Venezuela (nororiente colombiano). Aunque dice que la memoria ya le hace aguas, recuerda fechas precisas que afectaron a su negocio. Por ejemplo, enero de 1997, cuando tuvo el mayor superávit por los compradores del vecino país que venían y le pagaban, algunas veces, en dólares por mercancías al por mayor. También habla de agosto de 2015, cuando se cerró la frontera, pero tiene más claro noviembre de ese año, uno de los peores meses para su tienda."Las ventas se desplomaron y tuvimos que competir con supermercados más grandes en Cúcuta, que podían darse el lujo de tener precios más bajos. Intenté hacer alianzas allá, pero no fue sencillo", le dice a Sputnik.Un año después, y viendo la situación tan complicada, Augusto aceptó la oferta de un amigo que tenía un conocido que pasaba mercancía para Venezuela. El diálogo fue en una cafetería y por la forma susurrada de contar el plan, Augusto supo que se trataba de enviar sus productos de contrabando. "Al comienzo no me sonó, pero cada vez vendía menos y no tuve salida. Le pagaba a esa persona un porcentaje de la ganancia, pero me aseguraba de sacar todo lo que había en los estantes".Meses más adelante, un hombre bajito, robusto y que siempre andaba con gafas de sol, se acercó a su supermercado y luego de caminar por todos los pasillos y no tomar nada para comprar, llegó hasta la caja y le dijo: "Nosotros sabemos lo que usted hace. Pero, tranquilo, nos encargaremos de brindarle la seguridad que necesita".Aunque el personaje no se identificó, Augusto supone —aún hoy— que hacía parte de la banda criminal Los Rastrojos, grupo que a lo largo de estos años pelea el control de la zona fronteriza con otras organizaciones criminales y también con el ELN (Ejército de Liberación Nacional) y las disidencias de las FARC.En un comienzo la tarifa no fue muy alta, pero más adelante el tono del discurso del personaje cambió y se tornó hacia las amenazas, al punto de decir que si no le pagaban, iba a destruir el establecimiento. "Me asusté mucho y tuve ganas de cerrar. Pero era la única manera en la que podía sacar a mis hijos adelante así que no me quedó otra que ceder".Augusto llegó a pagarle en cuotas, pues lo que recibía por las ventas del otro lado de la frontera ya no era suficiente. "Trabajaba para darle a estos señores". La situación se salió de control y Augusto pensó que lo mejor era hablar con las autoridades. Sin embargo, luego de una primera reunión, el mismo hombre lo buscó y lo amenazó de muerte. "No se atreva a denunciarnos".Augusto perdió 12 kilos, empezó a sufrir dolores de cabeza constantes y le dio gastritis. "Ni ganas de comer tenía". Por eso hoy, a pocos días de que se abra la frontera entre Colombia y Venezuela, hay ilusión de recuperar la tranquilidad.La historia de AnaAna estuvo a punto de cerrar su fábrica de textiles. En siete años tuvo que despedir al 70% de los empleados, sus ventas se desplomaron en un 65% y tuvo que sacar dinero familiar para suplir los gastos mínimos de la fábrica. "Mi esposo me dijo que íbamos a reventar, que no podía seguir aportando de su salario".La materia prima para producir calzado aumentó su valor, sin olvidar que llevar sus productos por los caminos ilegales (trochas) hasta Venezuela se convirtió en una travesía. "Había que cancelar varios impuestos de quienes controlan la zona. Incluso, en una ocasión, se perdió toda la mercancía. El coyote al que le pagué [hombre o mujer que conoce muy bien las trochas] no apareció más. Ese día quería que me tragara la tierra".Este año, Ana ya había tomado la determinación de cerrar la fábrica, de intentar vender las máquinas y de invertir el dinero obtenido en alguna propiedad inmueble para tener un ingreso base, para pensar en el futuro. Sin embargo, cuando se enteró de que la frontera se abriría cambió de planes, decidió esperar un poco y empezó a llamar a sus compradores en Venezuela para anticiparse al momento en el que empiecen a transitar camiones una vez más por el puente Simón Bolívar.Para 2008, el intercambio comercial entre Colombia y Venezuela alcanzó los 7.200 millones de dólares, cifra que luego del cierre del paso fronterizo cayó considerablemente, alrededor de 1.200 millones según la Cámara Colombo Venezolana.
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Pequeños comerciantes, esperanzados con la apertura de la frontera entre Colombia y Venezuela
Sputnik habló con dos empresarios colombianos de la zona fronteriza que contaron lo que han vivido durante los siete años de bloqueo del intercambio comercial. El 26 de septiembre se abrirá de nuevo el puente Simón Bolívar.
Augusto es dueño de un supermercado en Villa del Rosario, municipio que colinda con Venezuela (nororiente colombiano). Aunque dice que la memoria ya le hace aguas, recuerda fechas precisas que afectaron a su negocio. Por ejemplo, enero de 1997, cuando tuvo el mayor superávit por los compradores del vecino país que venían y le pagaban, algunas veces, en dólares por mercancías al por mayor. También habla de agosto de 2015, cuando se cerró la frontera, pero tiene más claro noviembre de ese año, uno de los peores meses para su tienda.
"Las ventas se desplomaron y tuvimos que competir con supermercados más grandes en Cúcuta, que podían darse el lujo de tener precios más bajos. Intenté hacer alianzas allá, pero no fue sencillo", le dice a Sputnik.
Un año después, y viendo la situación tan complicada, Augusto aceptó la oferta de un amigo que tenía un conocido que pasaba mercancía para Venezuela. El diálogo fue en una cafetería y por la forma susurrada de contar el plan, Augusto supo que se trataba de enviar sus productos de contrabando. "Al comienzo no me sonó, pero cada vez vendía menos y no tuve salida. Le pagaba a esa persona un porcentaje de la ganancia, pero me aseguraba de sacar todo lo que había en los estantes".
Meses más adelante, un hombre bajito, robusto y que siempre andaba con gafas de sol, se acercó a su supermercado y luego de caminar por todos los pasillos y no tomar nada para comprar, llegó hasta la caja y le dijo: "Nosotros sabemos lo que usted hace. Pero, tranquilo, nos encargaremos de brindarle la seguridad que necesita".
Aunque el personaje no se identificó, Augusto supone —aún hoy— que hacía parte de la banda criminal Los Rastrojos, grupo que a lo largo de estos años pelea el control de la zona fronteriza con otras organizaciones criminales y también con el ELN (Ejército de Liberación Nacional) y las disidencias de las FARC.
En un comienzo la tarifa no fue muy alta, pero más adelante el tono del discurso del personaje cambió y se tornó hacia las amenazas, al punto de decir que si no le pagaban, iba a destruir el establecimiento. "Me asusté mucho y tuve ganas de cerrar. Pero era la única manera en la que podía sacar a mis hijos adelante así que no me quedó otra que ceder".
Augusto llegó a pagarle en cuotas, pues lo que recibía por las ventas del otro lado de la frontera ya no era suficiente. "Trabajaba para darle a estos señores". La situación se salió de control y Augusto pensó que lo mejor era hablar con las autoridades. Sin embargo, luego de una primera reunión, el mismo hombre lo buscó y lo amenazó de muerte. "No se atreva a denunciarnos".
Augusto perdió 12 kilos, empezó a sufrir dolores de cabeza constantes y le dio gastritis. "Ni ganas de comer tenía". Por eso hoy, a pocos días de que se abra la frontera entre Colombia y Venezuela, hay ilusión de recuperar la tranquilidad.
"Las autoridades estarán más al tanto y ya no tendremos que recurrir al contrabando para sacar nuestros productos para el otro lado. Lo único que espero es que el Ministerio de Comercio colombiano no se olvide de los pequeños empresarios y nos dé una mano, porque sí que la necesitamos", expresa Augusto.
La historia de Ana
Ana estuvo a punto de cerrar su fábrica de textiles. En siete años tuvo que despedir al 70% de los empleados, sus ventas se desplomaron en un 65% y tuvo que sacar dinero familiar para suplir los gastos mínimos de la fábrica. "Mi esposo me dijo que íbamos a reventar, que no podía seguir aportando de su salario".
La materia prima para producir calzado aumentó su valor, sin olvidar que llevar sus productos por los caminos ilegales (trochas) hasta Venezuela se convirtió en una travesía. "Había que cancelar varios impuestos de quienes controlan la zona. Incluso, en una ocasión, se perdió toda la mercancía. El coyote al que le pagué [hombre o mujer que conoce muy bien las trochas] no apareció más. Ese día quería que me tragara la tierra".
Este año, Ana ya había tomado la determinación de cerrar la fábrica, de intentar vender las máquinas y de invertir el dinero obtenido en alguna propiedad inmueble para tener un ingreso base, para pensar en el futuro. Sin embargo, cuando se enteró de que la frontera se abriría cambió de planes, decidió esperar un poco y empezó a llamar a sus compradores en Venezuela para anticiparse al momento en el que empiecen a transitar camiones una vez más por el puente Simón Bolívar.
"Espero un crecimiento grande y así poder contratar de nuevo a mis trabajadores, gente que me fue leal durante tantos años y que tuve que despedir", augura Ana.
Para 2008, el intercambio comercial entre Colombia y Venezuela alcanzó los 7.200 millones de dólares, cifra que luego del cierre del paso fronterizo cayó considerablemente, alrededor de 1.200 millones según la Cámara Colombo Venezolana.
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