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África vive una epidemia de golpes militares aplaudidos por la ciudadanía

© AFP 2023 / Cellou BinaniUn partidario sostiene una bandera nacional guineana mientras los activistas exiliados llegan a Conakry (archivo)
Un partidario sostiene una bandera nacional guineana mientras los activistas exiliados llegan a Conakry (archivo) - Sputnik Mundo, 1920, 03.02.2022
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África vive una epidemia de golpes militares que en muchos casos son aprobados y aplaudidos por una ciudadanía desesperada por la inseguridad, la ausencia de perspectivas para la juventud y la corrupción de sus dirigentes.
Guinea-Bisáu, colonia portuguesa hasta 1974, es el último territorio del oeste africano en vivir un intento de asonada a cargo de uniformados. El 31 de enero, el asalto al complejo administrativo-militar donde se concentran los edificios oficiales del país, en la capital, Bisáu, terminó en un enfrentamiento de militares y policías leales al presidente, Umaro Sissoco Embaló, contra un grupo de insurgentes. Poco más tarde, el mandatario anunció la sofocación de la intentona, sin ofrecer muchos detalles sobre los protagonistas del asalto.
Sissoco Embaló justifica el intento de golpe como consecuencia de las medidas contra en tráfico de estupefacientes y la lucha contra la corrupción que, asegura, ha emprendido. Guinea Bisáu se ha convertido en los últimos años en un paso obligado de recepción y distribución de la cocaína procedente de América del Sur.

Guinea-Bisáu sortea otro golpe

Desde su independencia, Guinea Bisáu ha vivido cuatro alzamientos militares, el último, en 2012. Desde 2014 vive un precario orden constitucional, salpicado de violencia y acusaciones de corrupción. Embaló, exgeneral, dirige el país desde 2020, tras unas elecciones denunciadas por el opositor 'Partido Africano por la Independencia de Guinea Bisáu y Cabo Verde', la histórica formación surgida tras la independencia.
Tanto el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, como las principales organizaciones panafricanas, condenaron la intentona, una respuesta que suena repetida después de varios meses, tras la serie de golpes militares que vive el continente.
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Una semana antes, en Burkina Faso militares agrupados en el Movimiento Patriótico para Salvaguardia y Restauración (MPRS, en su acrónimo francés) consiguió derrocar al presidente Roch Marc Kaboré. El nuevo hombre fuerte del país, el coronel Paul-Henri Sandaogo Madiba, acusaba al presidente depuesto de no haber encontrado una solución al problema de seguridad que se vive en el norte y el este del país, escenario de ataques yihadistas de afiliados a Al Qaeda o al autodenominado Estado Islámico (ambos proscritos en Rusia y otros países por terroristas).

Burkina Faso, la matanza y la desidia

Como el vecino Malí, Burkina Faso sufre una situación de violencia que ha provocado el desplazamiento de un millón y medio de personas. El ataque sufrido por una guarnición policial el 14 de noviembre pasado, a manos de los terroristas islamistas, en el que murieron 53 gendarmes —abandonados sin víveres ni municiones durante días—, contribuyó al deterioro de la imagen del gobierno y a la explosión de ira en las calles.
Burkina Faso, que participa en el dispositivo militar Berkhane dirigido por Francia en el área del Sahel, ha vivido también protestas contra las tropas francesas que se desplazan por su territorio. La desesperación de los habitantes de las zonas castigadas por el terrorismo y olvidadas del poder no se explican cómo el poderoso ejército francés es incapaz de frenar a los yihadistas. Para las autoridades de París, los burkineses son víctimas también de "manipulación" a través de las redes sociales para dañar la imagen de Francia.
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Por el momento, y a diferencia de la junta que dirige Malí, el teniente coronel Damiba asegura que "hoy más que nunca Burkina Faso necesita a sus socios". Con ello, parece asegurar que no pide, como sus vecinos, la salida de las tropas francesas del país. Burkina Faso supera la cifra de 2.000 muertos a manos de yihadistas en los últimos seis años.

La junta militar de Malí, contra Francia

La tensión entra Francia y Malí ha llegado a extremos difícilmente reconducibles a inicios de febrero. La junta militar de Bamako, en el poder después de dos pronunciamientos militares (en 2020 y 2021) exigió la salida del país del embajador francés, tras las declaraciones del responsable de Exteriores, Jean-Yves Le Dryan, que considera "ilegítima" a la junta militar que dirige el coronel Assimi Goïta, que se apoya, según él, ya solo en el "Grupo Wagner", fuerza militar privada que París acusa de estar a las órdenes del Kremlin, algo que Moscú ha negado reiteradamente.
La ruptura entre Bamako y París parece insalvable y tiene como consecuencia, además, la pérdida de capacidad para la fuerza militar Takuba, formada por militares de diferentes países europeos que aportan una tímida contribución a la lucha franco-maliense contra los yihadistas.
Las condenas francesas y de otros aliados occidentales a los golpes militares en África suenan a veces huecas, si se tiene en cuenta que han sido mucho menos contundentes en la repulsa de otros putschs, como ocurrió en el de Chad o en el de Guinea-Conakri.
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Desde las capitales europeas se asiste con sorpresa a la sucesión de golpes militares que en muchos casos son acogidos con simpatía por la población. Los golpistas son considerados "libertadores" para ciudadanos despreciados por unas élites políticas que se enriquecen sin vergüenza y personifican una corrupción a gran escala sin mecanismos de control alguno, salvo las bellas palabras de censura y los llamamientos a la "legalidad democrática" de sus socios extranjeros. El problema es que muchos de los uniformados que llegan como salvadores terminan ejerciendo el poder como sus compatriotas vestidos de civil.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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