Heber Fuente Alba, que así define al exjugador, fue uno de los primeros ciudadanos en acercarse al centro de la capital argentina para despedirse del astro argentino, fallecido el 25 de noviembre a los 60 años de edad. Durante hora y media este argentino aguardó junto a su compañero Luis Zapata para desfilar apenas unos segundos frente al féretro que albergaba la capilla ardiente, instalada en el vestíbulo del palacio gubernamental.
"Los argentinos de chiquitos no queremos ser ni Súperman ni Batman ni nadie, queremos ser Maradona", afirma Heber en diálogo con Sputnik. Señala a su alrededor. "Esto no se ha visto en ninguna parte del mundo, esto es irrepetible, no vuelve a pasar con nadie. Es el más grande que dio el fútbol". Su compañero añade: "Es el más grande de todos los tiempos".
Diego Armando Maradona es venerado en Argentina no solo por haber alegrado a generaciones enteras con su técnica y con su inspiración. "Su personalidad era original, era de no guardarse nada, iba contra los poderosos, y eso lo hizo especial para la gente", describe Heber. "El pueblo vino porque era el abanderado de los humildes y defendía a los más afligidos".
También hubo quienes prefirieron dar su último adiós en solitario. Uno de ellos era Hugo, un vecino del barrio humilde de Villa Fiorito, en la provincia de Buenos Aires (este), donde nació y se crió Maradona. "Era un mágico con la pelota desde chico, un ser que no podía creerlo. Yo que jugaba con él lo miraba y ya era distinto", rememora en conversación con Sputnik.
Los vecinos de Villa Fiorito hoy reivindican su figura con orgullo porque el exjugador nunca renegó de sus orígenes. "Yo veía cuando el padre lo llevaba a practicar a él y a otro chico más. Era indiscutible", evoca Hugo. Enterarse de su fallecimiento en la víspera fue un golpe duro de digerir. "Pensé que era un chiste. Llamé a mi hija para preguntarle: 'Vos ves lo que estoy viendo yo' y me largué a llorar", confiesa antes de romper en sollozos. "Pensé que iba a ser eterno".
Generaciones marcadas
Con paciencia, bajo un sol que por la mañana todavía era clemente con la multitud, esperaba en la fila un joven llamado Christian Ángel Meneguetti. "Para mí Maradona es todo. Me trajo siempre alegrías", explica. "Viví momentos inolvidables con mi viejo, mi tío y mi abuela. Mi padre me contó de él cuando era joven y yo seguí su trayectoria. Luego tuve la suerte de ir a Italia y pude constatar el fanatismo del pueblo napolitano por Maradona. Lo aman igual que aquí, o más todavía".
Hoy recuerda cuando, siendo pequeño, presenció un partido de Argentinos Juniors, el club en el que debutó Maradona con 15 años. "Yo intentaba acceder con mi papá para verlo y Maradona se dio cuenta y pidió que me dejaran pasar. 'Ese niño tiene derecho a saludarme', dijo antes de besarlo en la mejilla. Camarra no puede evitar el llanto al recordar esta anécdota.
Quizás este argentino fue uno de los que al final no pudo ingresar a la capilla ardiente donde se encontraba el féretro con los restos de Maradona. La policía de Buenos Aires impediría poco después el ingreso del público hacia la Avenida de Mayo que desemboca en la Casa Rosada, a unos 700 metros de la casa de Gobierno.
Desde ahora los restos del Diez descansan en el cementerio privado de Bella Vista, una localidad bonaerense a 58 kilómetros de la capital. Su recuerdo permanecerá en la retina y en el alma de millones de personas que fueron felices con el fútbol que exhibió y que elevó a la categoría de arte, de prodigio. Nada más puede empañar la memoria de un dios entre los mortales que se mostró como el más humano de todos.