Argentina es el tercer exportador de soja y sus derivados del mundo, debajo de Brasil y Estados Unidos, con un volumen anual de 43,5 millones toneladas en 2019, grano que a su vez representa una cuarta parte del total de ventas internacionales del país, 15.740 millones de dólares, lo que lo transforma en el principal generador de dólares.
En abril pasado, cuando el impacto de la pandemia de coronavirus comenzaba a generar repercusiones, en el mercado internacional de futuros una tonelada de soja se valuaba en 310 dólares, mientras que en el doméstico, MATBA-Rofex, rondaba los 210 dólares.
"Argentina no aprovecha el buen precio de la soja porque la brecha cambiara, las retenciones a la exportación y los costos de las regulaciones son muchísimos más altos que el beneficio de que la soja pase de 300 a 400 dólares. Se están perdiendo de aprovechar incentivos para invertir, producir y comercializar más como consecuencia de los problemas domésticos", dijo a Sputnik Marcelo Elizondo, experto en negocios internacionales.
Argentina vive un momento de grave crisis económica interna, con una situación fiscal endeble y monetaria frágil, con índices de inflación en los últimos dos años de 50% anual y proyectado para 2020 de 40%.
Además, sufre restricciones en el acceso a moneda extranjera a través de financiamiento internacional y de inversiones extranjeras, resumido en una ausencia de crédito o confiabilidad, por encontrarse en negociación de grandes pasivos acumulados y tener mala reputación como deudor y como país con un marco institucional estable.
Además, establece impuestos sobre las exportaciones y la obligatoriedad de la liquidación a pesos de las divisas obtenidas por la venta al extranjero, es decir, a las empresas que generan dólares, lo que provoca serias tensiones políticas con el sector productivo del establishment, mientras sostiene el tipo de cambio oficial para evitar a toda costa una devaluación que lleve a una mayor depreciación de la moneda local y desgaste de la producción interna.
¿Viento de cola?
Se llama "viento de cola" en la jerga local a la mejora en las condiciones internacionales, particularmente del mercado agroexportador, como la que se vivió durante la primera década del siglo XXI y que llevaron el precio del grano de soja a 600 dólares por tonelada hacia 2009. Pero esta vez podría pasar de largo.
"No lo aprovecha porque tiene un desorden doméstico que supera la supuesta ventaja internacional, de modo que, aún con mejor precio, tenemos exportadores con más ganas de guardar en el silo que de vender porque piensan que en Argentina puede haber un ajuste cambiario o fiscal más adelante porque entienden que no es sostenible la situación actual", detalló el analista.
La Bolsa de Comercio de la ciudad de Rosario, donde se encuentra el polo agroexportador más grande del país, atribuyó el aumento en el precio internacional de la soja al reporte difundido el martes por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), que recortó sus pronósticos de cosecha en ese país.
Además, la Reserva Federal de Estados Unidos dio a entender que mantendrá bajas las tasas de interés, lo que provoca la expectativa de un dólar a la baja en el plano internacional. Esto robustece el valor de las materias primas, como la soja y el resto de los granos y cereales, algo que en teoría sería positivo para Argentina, uno de los principales países productores de alimentos no procesados del mundo.
"El Gobierno puso en marcha una serie de instrumentos intervencionistas para calmar la ansiedad: ha salido a vender bonos en dólares del Tesoro, a cambiar bonos en pesos que tienen algunos de sus inversores por bonos en dólares, a absorber más liquidez por parte del Banco Central, a vender dólar futuro y a emitir señales como decir que va a haber un déficit de presupuesto más chico el año que viene, que está teniendo resultado en el corto plazo", comentó Elizondo.
Un monitoreo realizado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para el período 2016-2018, que mide el porcentaje de los ingresos de los agricultores que se debe al apoyo de las políticas agropecuarias de cada país del continente americano, muestra que Argentina es el único con índice negativo.
"Hay una calma ahora pero no se han resuelto los problemas de fondo: una economía en recesión con serios problemas de competitividad porque tiene una tasa de inversión muy baja como consecuencia de una macroeconomía muy cerrada, con pocas exportaciones e importaciones, y desordenada, con un régimen legal muy intervencionista y obstructivo de la actividad de las empresas. Ahora que ha logrado anestesia para calmar el dolor, tiene por delante resolver el origen de los problemas", elaboró el consultor y docente universitario.