Graduada en ingeniería forestal de formación y amante de la naturaleza de vocación, Cristina Secades soñaba con que algún día su oficina se convirtiera en el campo. El gusto por la naturaleza sumado a la curiosidad por saber de dónde proceden los alimentos que consumimos, le hizo recuperar dos pequeñas fincas familiares, en solitario y sin ayudas económicas.
Con 32 años, empezó a estudiar fruticultura y temas relacionados con agricultura ecológica y una vez que empezó a desarrollar su conocimiento, analizó el terreno y descubrió esa variedad. Se arriesgó y, a día de hoy, ha conseguido alzarse con tres premios por su iniciativa.
"Dejé la oficina porque el cultivo requiere mucho tiempo y bastante trabajo, y en la situación actual los trabajos de oficina tampoco tenían un futuro muy alentador", afirma Cristina.
Lo curioso es que este alimento llegó a España en los años 90. Al norte del país ibérico llegaron algunas variedades y se empezó a experimentar con mayor abundancia concretamente en la zona de Galicia con el nombre de kiwiño. Hay quien piensa que empezó a cultivarse por primera vez en este lugar, pero lo cierto es que el kiwi baby (Actinidia arguta) tiene su origen en países como Japón, Corea, China del Norte y Extremo Oriente ruso. Ello ha llevado a que sea conocido por nombres como kiwi baby, kiwi siberiano, kiwi resistente, y kiwi berry entre otros.
"Con 100 gramos podemos tener casi el 90% de necesidades diarias de vitamina C cubierta y es rico también en luteína, que es muy beneficioso para la vista, de hecho la llaman la vitamina de los ojos", explica Cristina.
Cada caja de 150 gramos cuesta 2,80 euros. Secades las vende solo a ámbito regional para preservar la esencia inicial, enfocada en el comercio de cercanía, el comercio de proximidad y la ecología. Decidió mudarse para estar más cerca de sus plantaciones en diciembre de 2019, después de dejar su oficina en Oviedo. Remodeló un antiguo almacén que se encuentra cerca de la finca para vivir allí y a diferencia de otras multinacionales, Cristina es de las pocas que recolecta la fruta en el máximo punto de la planta.

"Este año empezó a dar frutos en todos los sentidos"
Empezó en 2016 a plantarlos y el primer año de producción ha sido este, 2020. Normalmente el fruto tarda alrededor de tres y cuatro años en brotar. En la naturaleza silvestre hay más de 30 variedades, pero ella tiene siete. Lo recoge cuando está listo para comer. El consumidor no tiene que esperar a que madure ni tiene que estar en cámaras esperando la maduración, que es lo que pasa normalmente con el kiwi tradicional como estrategia comercial. "Yo trabajo con lo que la naturaleza hace".
"Aparte de una gran alegría, ha sido una gran satisfacción obtener estos premios. No son premios económicos, son méritos que reconocen todo el trabajo al pequeño comercio y a los pequeños agricultores, además de visibilizar a las mujeres en este negocio", explica a Sputnik Cristina Secades.
La plantación se sustenta con recursos propios utilizando el sol como fuente de energía. Todo un sistema que, junto con los animales, completan el círculo vital, para hacerlo lo más sostenible posible. Sus ocas y sus ovejas se dedican a comer hierba constantemente durante todo el año.
Secades hace un llamamiento a las autoridades pues considera que "la burocracia va muy lenta". Actualmente tiene en mente hacer elaborados de mini kiwi como mermelada o deshidratados para poder tener productos todo el año y aprovechar todas las piezas. Para ello, se necesita un registro sanitario, pero el Ayuntamiento no le responde. "Estoy en proceso de hacer un pequeño obrador artesanal, pero llevo tres meses esperando una respuesta para ver si puedo construirlo".
A pesar de la lentitud de los trámites, ya tiene planes de futuro. "Más adelante no descarto venderlo a nivel nacional", asegura. También quiere abrirse paso a la avellana y al kiwi amarillo y, si queda algo de tiempo libre, dedicarse a su huerto.