Los cuatro años de Donald Trump en la Casa Blanca terminaron por polarizar las posiciones políticas en la nación más poderosa del mundo, aquella cuyos gobernantes se toman el derecho de decidir dónde las cosas van bien, van mal, o no van, como ha pasado en disímiles ocasiones, con intervenciones militares, sanciones económicas, bombardeos, o el asesinato o expulsión del poder de cualquier líder que no comulgue con lo que dice Washington.
La elección en sí estuvo bien. Se rompió el récord de participación, entre otras cosas, porque unos intentaron a toda costa que Trump permaneciera en la mansión ejecutiva, en tanto otros hicieron lo mismo por sacarlo. Parecía una cuestión de vida o muerte, en una carrera sin frenos hacia la Casa Blanca entre dos septuagenarios que no terminan por llenar los ojos de los estadounidenses, en su mayoría.
Trump, que ganó en 2016 a Hillary Clinton a pesar de lo que decían las encuestas, pensó que en 2020 sería igual con Joe Biden, pero cuando vio que el candidato demócrata ganaba o se perfilaba como ganador en alguno de los estados en los cuales el republicano no pensó perder, se arreciaron los ataques.
Una mentira tras otra
Trump es especialista en decir una cosa ahora y luego lo contrario. Y en conseguir que sus seguidores se lo crean todo a pie juntillas, como si sus palabras fueran verdades como templos. Algo así como que 'el líder tiene la razón y siempre sabe lo que dice'. O 'por algo lo hará, porque él sabe, es más listo que nadie, por eso tiene una portentosa fortuna'.
Desde antes del primer martes de noviembre, luego del primer lunes, el mandatario alertó de la posibilidad de un gran fraude para robarse las elecciones por parte de los demócratas. Y advirtió que no aceptaría el fracaso y que llevaría el proceso eleccionario hasta el Tribunal Supremo.
En las redes sociales, algunos abogaron porque el mandatario no dejara la oficina oval y advirtieron que ellos se encargarían, armas mediante, de asegurarlo. Al final de cuentas, decían, 'el poder no es cosa de pusilánimes'. Otros hablaron de separar algún estado del país y crear, por ejemplo, la República de Texas. No por gusto tiene una economía más poderosa que la de Rusia, por solo citar un ejemplo.
Y mientras muchos gritaban fraude, The New York Times, en un exhaustivo artículo firmado por John Mark Hansen, politólogo de la Universidad de Chicago, aclaraba que es casi imposible hacer fraude en Estados Unidos, por todo lo que implica. Y por la cantidad de personas que es necesario involucrar para conseguir unos miles de boletas en cualquier lugar.
Redes y medios censuraron a Trump
Cuando el presidente arreció sus acusaciones, su red predilecta, Twitter, bloqueó varios de sus mensajes y aclaró que no se ajustaban a la verdad.
En su afán por evitar la derrota y luego de conocerse que los demócratas habían ganado en Arizona, o al menos cuando lo anunció la cadena de televisión que más fiel le fue durante los cuatro años, Fox, Trump llamó al magnate Rubert Murdoch para pedirle que rectificaran.
Las televisoras MSNBC, ABC News, NPR, Univisión y NBC News interrumpieron el alegato del gobernante desde la Casa Blanca, en el cual aseguraba, sin presentar una prueba, que los demócratas habían cometido fraude durante el proceso electoral.
Algún presentador, como Brian Williams, de la MSNBC, advirtió que estaban "en la posición inusual de no solo interrumpir al presidente de los Estados Unidos, sino de corregir al presidente de los Estados Unidos".
En Univisión, Jorge Ramos, quien presentaba en ese momento Destino 2020, advirtió: "vamos a dejar la conferencia de prensa del presidente Donald Trump: la razón es muy sencilla... parte de las cosas que ha dicho el presidente son mentiras... no ha presentado ningún tipo de evidencia de lo que está diciendo".
Sin embargo, en las redes sociales los seguidores del magnate de las inmobiliarias continuaban abogando por un fraude colosal.
El saldo final
Tras cuatro años de Trump, de un proceso electoral virulento en las formas por las desmedidas acusaciones entre los candidatos, Estados Unidos recoge su factura, y debe comenzar a pagarla, aun en medio de una pandemia que ha dejado casi un cuarto de millón de muertos sin que el Gobierno –léase presidente– haya hecho mucho por controlarla, más allá de acusar a los chinos de haberla diseminado por el mundo o decir que se trataba de un virus pasajero, incapaz de hacer daño.
Solo la confianza de las mayorías en su gobierno puede volver a unir a los estadounidenses y permitir que la vida siga, aunque cada cuatro años florezcan acusaciones y discordias, que, a fin de cuentas, son parte de la vida en el país desde su fundación.