Varias páginas web presumen de que es "la única isla habitada de la Comunidad Valenciana" y muestran sus atractivos: aguas cristalinas, un museo, platos típicos y una muralla del siglo XVIII que está reconocida como Bien de Interés Cultural. Tabarca, un territorio de 1,8 kilómetros de largo y una anchura máxima de 400 metros, se sitúa a unos 20 kilómetros al sur de Alicante, de cuyo ayuntamiento depende, y enfrente de Santa Pola, dos ciudades de la costa mediterránea española.
"Hemos salvado el año", esgrime satisfecha Edith López a Sputnik. La propietaria de Divina Boutique, una tienda de moda ibicenca con una década de antigüedad, cree que en comparación con otros rincones turísticos de la geografía nacional, no se pueden quejar. "Cuando hay crisis en España, Tabarca se pone a tope", añade esta empresaria de 54 años con experiencia tanto en este islote como en Baleares. "Lo que ha pasado es que en lugar de tener una temporada fuerte de cuatro meses y medio, la hemos tenido de dos", analiza.
Las murallas de la isla de Tabarca en #Alicante fueron contruídas en 1769 para proteger un nuevo asentamiento de ex-cautivos de origen ligur.
— refref (@Educo_gratis) December 19, 2019
Hoy está muy deteriorada y nos ilustra del esfuerzo por proteger la costa de la piratería berberisca en el Mediterráneo hasta el s. XIX. pic.twitter.com/3qzJAMB0n1
De empezar el trajín en marzo, cuando la temperatura ya es suave y los cruceros inician sus travesías, han tenido que retrasarlo a junio. "Tuvimos que aplazar todo hasta el final del estado de alarma, el 21 de junio. Pero julio y agosto han sido bestiales", insiste López, que pone una pega: "Todo era turismo nacional, eso sí. Y gasta menos". Las restricciones para viajar por otros países, la incertidumbre y la cercanía han agitado este "paraíso", en palabras de la tendera.
"Normalmente, pueden llegar unas 6.000 personas al día. Este verano habrán sido unas 4.500 y más de alpargata y nevera, sin consumir, pero se ha aguantado. A lo mejor se ha facturado un 35% menos", calcula.
Una de sus dependientas, Desi López, de 29 años, opina lo mismo: "Se ha trabajado muy bien". Ella, que es de la isla y vive allí prácticamente todo el año, pensaba que no iba a salir tan bien cuando les confinaron en marzo. "Fue como en cualquier sitio. No podíamos salir y la policía controlaba todo. Teníamos que pedir la compra y nos registraban si íbamos a la península. Y solo había un auxiliar para consultas de salud. Pero luego, en cuanto se abrió, vino mogollón de gente", arguye.
"Mi mujer y yo en verano no hemos salido, porque esto era un desmadre. Ha sido un año sin parangón. Aquí la gente no paraba y estoy convencido de que los negocios han sacado rédito", contesta el vecino. Declarada reserva natural en 1986, Tabarca recibe anualmente (según cuentan desde el ayuntamiento de Alicante, aludiendo a un informe de Subdelegación de Gobierno de 2017) unos 260.000 turistas. Muchos, extranjeros que viven o empeñan sus vacaciones en ciudades próximas como Benidorm o Alfaz del Pi. Una afluencia que varios grupos ecologistas habían denunciado, exigiendo un límite de gente para preservar la flora y la fauna marina.
Y así de ha puesto el sol en la isla de Tabarca 😍 @ElTiempo_tve pic.twitter.com/PHDkNzNlBi
— Óscar Pardo dl Salud (@PardoSalud) October 16, 2020
El registro es complicado, explican desde el consistorio, porque la mayoría solo viaja durante unas horas y no pernocta allí. Entre otras cosas, porque no hay capacidad. Tal y como explican desde el hotel La Trancada, con ocho habitaciones, no se puede digerir a todo el que llega en ferry. "Este año ha sido raro. Se ha dado bien, pero íbamos semana a semana. Todo era una incógnita", señala Rafaela García, la gerente, que lo maneja con su marido y ha prescindido de más empleados.
Como ella, Bautista Giacopino está a punto de colgar el hábito de empresario en la isla. Al frente del restaurante Tere, contesta entre los últimos fogones prendidos de 2020. "La gente nacional ha respondido. Habrá habido un 40% menos de clientela, pero hemos aguantado", resume. En su caso, el COVID-19 no solo ha vaciado el cupo de visitantes foráneos sino que ha reducido su aforo de 29 a 18 mesas.
"Hay unos 17 restaurantes, contando las bocaterías, y no ha estado mal, aunque las quejas han sido sobre los barcos: ¿por qué podían venir llenos ellos y nosotros hemos tenido que quitar sillas?", se pregunta este hostelero de 61 años y la tercera generación que se hace cargo del inmueble en Tabarca.
Sobre este problema se pronuncia vehementemente José Manuel Díaz, gerente de Cruceros Kontiki de 63 años. "Tenemos 150 plazas y este verano iban unas 20 o 30 personas", lamenta, "nosotros hemos ido viendo día a día. Durante el estado de alarma hicimos un ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo) y ahora lo que queremos ver es si hemos podido resistir". Si mira lo que han sufrido otras islas como Canarias o Baleares, lo han logrado: allá se cifra en más de un 70% el desplome de viajeros.
"Con pagar sueldos y mantenimiento de los barcos, nos vale. Al principio estábamos temblando. Pero, luego, lo que parecía un desastre se ha salvado", coincide Francisco Juárez, de 74 años y encargado de la empresa que gestiona los barcos desde Torrevieja a este rincón del Mediterráneo.
"Ha habido mucho menos, en torno a un 70% menos de ganancias, pero no quiero dar datos", sostiene otro empresario, esta vez de las barcas-taxi que circulan desde Santa Pola. Solo ha cancelado este servicio la cadena destinada en Benidorm, meca del "sol y playa" español que se nutre de extranjeros y viajes de la tercera edad. Pero Tabarca, la isla más pequeña habitada de España, ha plantado cara a la epidemia como lo hicieron sus primeros moradores con los piratas de otros continentes.