Margaretha Geertruida Zelle nació el 7 de agosto de 1876 en la ciudad de Leeuwarden, en los Países Bajos. Se crió en el seno de una familia humilde: su padre, Adam Zelle, era sombrerero y su madre Antje van der Meulen, ama de casa. Los problemas vinieron con la última década del siglo XIX: sus padres se separaron y su madre murió. Para peor, debió abandonar su hogar para, mientras vivía con un tío, formarse como maestra en una escuela.
La triste historia con su esposo y sus hijos
La forma en que Margaretha Zelle llegó a la isla de Java, en Indonesia, es quizás el puntapié de la azarosa vida que la joven viviría de ahí en más. Con 18 años, pero ya disfrutando de su independencia, Zelle decidió responder al aviso que el oficial Rudolf McLeod, de 39 años, había publicado en un diario neerlandés para encontrar esposa antes de viajar a las "Indias Orientales".
Todo empeoró aún más cuando, en 1989, el hijo mayor murió repentinamente, presuntamente tras ser envenenado por nativos que buscaban venganza contra las incursiones militares de McLeod. La pareja se separó y la pequeña Louise se quedó con su padre.
Zelle decidió entonces marcharse de la isla de Java. Su destino será París, ciudad a la que llegará ya convertirá en Mata Hari.
El origen del personaje de Mata Hari
Divorciada legalmente, Zelle decidió partir hacia París, donde abandonó su identidad real y comenzó a presentarse como Mata Hari, una bailarina oriunda de la isla de Java. Si bien no tenía ascendencia oriental, muchos confundían sus rasgos con una mujer de esa zona, lo que le dio más sustento a su mentira.
Zelle comenzó a decir que había nacido en Java y que su madre había muerto cuando ella era tan solo una niña. El nombre con el que se hizo llamar, Mata Hari, puede ser traducido en malayo como ojo de día o, directamente, como sol.
Respaldó su nuevo nombre con los conocimientos que había obtenido en la isla para practicar danzas malayas, que resultaban particularmente eróticas y atrevidas para los europeos. Ese personaje prontamente le hizo ganar fama en los centros nocturnos parisinos.
Nunca se quitaba el sujetador
La época de oro de Mata Hari en los centros nocturnos de París comenzó en 1905 y la llevó a actuar en lugares que se abarrotaban de hombres atentos a la forma en la que ella bailaba con ropas translúcidas y se quitaba la ropa lentamente. De hecho, por aquellos años Mata Hari logró consolidarse como una referente en el arte del strip-tease.
Curiosamente, las crónicas sobre sus actuaciones coinciden en que nunca mostraba sus pechos, siempre protegidos por esmerados sujetadores hechos con metales y perlas.
La leyenda popular entorno a su figura asegura que la joven tampoco se quitaba el sujetador para mantener relaciones sexuales, lo que dio añadía más misterio a su figura. De hecho, la historia cuenta que ella misma admitió que evitaba mostrar sus pechos debido a que, en una de las tantas peleas con su exesposo, el hombre le había arrancado el pezón izquierdo de un mordisco.
El amor de su vida fue un soldado ruso
Si bien se relacionó con muchos hombres, Mata Hari encontró el amor en un soldado ruso a quien conoció en 1916. El capitán Vladímir Maslov tenía 21 años y había sido enviado como parte del contingente militar ruso para combatir en Francia en la Primera Guerra Mundial.
El sentimiento por Maslov se convirtió en tristeza cuando, ya acusada por los franceses de haber espiado para los alemanes, el militar no declaró en su favor durante el juicio que culminaría con su condena a muerte. Las crónicas de la época indican que Mata Hari, que había enfrentado los juicios con cierto tono desafiante, se desmayó cuando se enteró del desplante de su enamorado.
¿Una verdadera espía?
Además de por su personalidad y su sensualidad, Mata Hari también pasó a la historia por su supuesto rol de doble espía para Francia y Alemania. Sin embargo, análisis más minuciosos de la historia insisten en que, en realidad, nunca fue una verdadera espía, al menos en los términos en los que se suele considerar a este tipo de agentes.
A pesar de estos supuestos acuerdos, Mata Hari nunca aportó a ninguno de los dos frentes informaciones valiosas, limitándose a versiones que ya salían en los periódicos o rumores personales de los militares.
Cuando ambos frentes se percataron de esto, comenzó la caída en desgracia de la bailarina. Fue el frente alemán el que develó su identidad en un mensaje cifrado que sabría que los franceses podrían decodificar. A partir de ahí vino el juicio sumario en el que, a pesar de no haber pruebas contundentes, fue condenada por Francia al fusilamiento.
"Ramera sí, traidora ¡jamás!", es la frase que hasta el día de hoy se atribuye a Mata Hari y que habría lanzado frente al pelotón que la fusiló, el 15 de octubre de 1917.