Una taladradora rompe el silencio. "¿Para qué tanta obra, si por aquí no pasa nadie?", protesta al aire un viandante. Es la hora del aperitivo y la Gran Vía de Madrid se muestra apocada. El recién estrenado otoño ha dado una tregua, pero ni el sol consigue llenar el asfalto. Hay quien pasea acelerado, sin fijarse a su alrededor, mirando el móvil como si fuera a bordo de una cinta mecánica de aeropuerto. Se han evaporado los turistas y en los escaparates prima la oscuridad: según un registro de finales de septiembre de El País, un 30% de los locales carece de actividad. De los 200 que hay a lo largo de sus 1.400 metros, 58 estaban cerrados.
"Ahora miras la Gran Vía y parece que es un parque. La gente la cruza para ir al trabajo o va de un lado a otro caminando: nadie se queda", analiza con pupila de sociólogo a ras de suelo.
Y acierta: después del estado de alarma y del estrenado confinamiento de la ciudad, las principales actividades de esta calle han sido anuladas. Los espectáculos en teatros o cines están tiritando. Unos han pospuesto directamente su apertura y otros lo hacen con un 50% de aforo, respetando las normas autonómicas impuestas para frenar la pandemia. En hostelería resisten algunas franquicias de comida rápida cuya clientela no atiende a horarios: los bares de cañas y tapas, más pensados para las tardes que acaban en copas, siguen cerrados. Y los hoteles renquean. Algunos han subido la persiana por empecinamiento, no por rentabilidad.
Varios factores abocan al declive. Este espacio —donde caminaron 16.741 peatones diarios de media, según el informe Tráfico Peatonal y CCP de las Calles Comerciales Europeas de 2019— acusa especialmente la falta de turismo, la merma de poder adquisitivo y la ausencia de movilidad interna. Madrid, que en 2019 recibió 10,4 millones de visitantes (con un gasto aproximado de unos 1.000 euros), ha perdido una media del 74% de visitas foráneas en 2020. El paro se sitúa en el 12,6% (427.300 personas, un 2% más de media que el año pasado), mientras el Producto Interior Bruto (PIB) nacional ha ido desplomándose hasta un 17,8%. Y la incidencia de coronavirus —que supera los 1.100 casos por cada 100.000 personas en algunos barrios y ha provocado el cierre de la urbe y otras localidades de la región— ahuyenta el devaneo.
"No hay nada", resume Raquel. Con un cuarto de siglo tras el mostrador de JC Leather, una tienda de ropa fundada en 1976, la empleada comenta que la Gran Vía está "muy floja". "Aunque hayan salido imágenes de que el fin de semana había gente, yo veía muy pocas bolsas. Falta confianza. La incertidumbre ha acabado con la vida social y con el ocio. Nosotras tenemos clientela de Madrid y de fuera, pero ahora, nada", asegura en medio de un local vacío que aguanta porque es "de propiedad".
Hasta marzo, explican desde Stage Management, la productora, no se prevé abrir. Según cuenta una empleada (en Expediente de Regulación Temporal de Empleo, ERTE, como los más de 900.000 españoles que sufrían en julio la suspensión o reducción de contrato), pensaban reanudar las obras en otoño, pero el coste —con unas 200 personas involucradas— es muy elevado para sostenerse sin la mitad de público. Una audiencia donde tiene peso el excursionista de fuera, aquel que dedica un fin de semana a comer, entrar a museos, asistir a un musical y pernoctar en la capital. En esta avenida sólo queda la posibilidad de ver algo de comedia en La Chocita del Loro o en veladas del cine Capitol.
Poco más. La alternativa es la ropa, copada por multinacionales como Primark, H&M o Benetton, que pagan centenas de miles de euros por el local. "Nosotros somos cinco o seis, el resto son franquicias, así que no podemos decir mucho", esgrimen desde Apreca, la Asociación de Comerciantes de las Calles Preciados, Carmen, Arenal y Adyacentes.
"A lo mejor no ha habido todavía demasiados cierres, pero de aquí a finales de año no sé qué decir, porque hay que tener en cuenta que casi todas viven del turismo. Y, si no, los vecinos mayores no se atreven a salir. Como no haya un trato con el alquiler, se pierden todas", sopesan por teléfono, viendo un porvenir "negro".
Un vistazo rápido por cualquier portal inmobiliario muestra cómo los precios de renta alcanzan fácilmente los 15.000 euros al mes. Cifras inasumibles por la mayoría en tiempos de barbecho. Y en tiempos de bonanza: la consultora Savills Aguirre Newman, que asesora negocios, apunta cómo este tipo de vías, denominadas prime, es más un escaparate que una mina de oro: sirve para hacer dinero, pero también para posicionarse y tener visibilidad. Desde el gabinete de prensa remiten a las declaraciones en El País de David Barragán: "Hay que tener en cuenta que cuesta mucho conseguir una plaza en los ejes prime y, una vez conseguida, suelen ser contratos largos, de 15 años de media, plazas seguras que nadie quiere perder tras haber invertido además en ellos con vistas a largo plazo".
Les acechan dos rivales invisibles. El virus, imponiendo unas restricciones severas para no añadir unidades a los más de 813.000 contagios y 32.200 fallecidos que acumula España, y la compra online, según un informe de IAB Spain y Elogia, un 72% de los internautas españoles entre 16 a 70 años utiliza internet como canal de compra, es decir, 22,5 millones de personas.
¡El #eCommerce sigue creciendo! 📈 Ya son más de 20 millones de españoles entre los 16 y 70 años los que compran online, lo que supone casi un 70% del total de la población e esta franja #IABeCommerce 😍😍 pic.twitter.com/igpQwvfG7a
— Elogia (@elogia) July 15, 2020
"Generalmente, confiamos en la vuelta del verano", dice Claudia Lasaña, de 26 años, a bordo de una tienda de carcasas de móviles, "pero lo tenemos difícil. Aquí antes éramos 14 y nos hemos quedado en ocho", resopla bajo un fluorescente que resalta el vacío. "No sé ni por qué abrimos", suelta por su parte el tendero de otro local. No puede dar su nombre ni el de la marca, pero abre las manos elocuentemente: en los pasillos, nadie.