El interés de Italia hacia Libia parece evidente, casi natural. La isla de Lampedusa, territorio más meridional de Italia, se encuentra tan solo a 355 kilómetros de Trípoli, con lo cual es el país europeo más cercano a Libia en términos geográficos.
Los dos países también tienen una historia común bastante complicada. En 1912 Libia se convirtió en una colonia italiana y la propaganda del dictador fascista italiano Benito Mussolini incluso la definió como "la cuarta costa de Italia".
Este episodio causó mucha tensión política, pero no interrumpió la cooperación económica, que siempre fue muy intensa. Desde los años 50 Libia es uno de los proveedores principales de petróleo y gas para Italia, la cual, a su vez, fue y sigue siendo el primer socio comercial del país norafricano.
En 2008, el entonces primer ministro italiano Silvio Berlusconi y Muamar Gadafi firmaron un tratado de amistad entre los dos países, que dio un ulterior empuje a las relaciones bilaterales. Sin embargo, tres años después la participación de Italia en la operación Amanecer de la Odisea contra el dictador libio, mermó la credibilidad de Roma en el país magrebí: el acuerdo italo-libio contenía una cláusula de no agresión, que Italia violó, algo que difícilmente podrán olvidar los políticos libios actuales, ya sean simpatizantes de Gadafi o no.
Potencias extranjeras en Libia
Además del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA), encabezado por Fayez Sarraj y con sede en Trípoli, y el Ejercito Nacional de Libia (LNA), liderado por el mariscal Jalifa Haftar, en la guerra civil libia, que dura ya más de nueve años, también participan varios actores exteriores.
Este vacío geopolítico en Libia atrae a potencias como Francia, Rusia, Emiratos Árabes Unidos (EAU) o Turquía, las cuales no se limitan a demostrar su apoyo a una u otra parte beligerante, sino se involucran directa o indirectamente en la guerra civil.
Por ejemplo, Turquía está de parte del GNA y en 2020 mandó mercenarios y material bélico al Gobierno de Sarraj y organizó una contraofensiva que frenó el asalto de LNA a Trípoli.
Indecision italiana
Frente a estas actividades intensas, la posición de Italia parece algo extraña. Con todos los intereses económicos que tiene en el país magrebí, en los nueve años que transcurrieron de la muerte de Gadafi, Roma no logró elaborar una estrategia clara en el tablero libio.
Cuando se creó el GNA, Italia le declaró su apoyo. En 2017 las dos partes firmaron un acuerdo sobre los migrantes, según el cual Italia concedía prestamos al Gobierno libio y entrenaba la guardia costera y las tropas fronterizas, mientras las autoridades libias bloqueaban los flujos de los migrantes. Meses después estalló un escándalo cuando se supo que las tropas libias entrenadas por los instructores italianos ejercían violencia hacia los migrantes y los vendían como esclavos.
En los últimos años la política italiana en Libia parece depender cada vez más de las decisiones que no se toman en Roma, sino en otras capitales, en primer lugar, en Washington y Berlín, lo que inevitablemente relega a Italia a un segundo plano.
A medio y largo plazo la pasividad y la falta de iniciativa crean el riesgo de un progresivo debilitamiento de las posiciones italianas en Libia. De seguir así, quizás un día Roma se encuentre en una situación en la cual sus relaciones con el país norafricano sean dictadas por otras potencias.