Dice Fernando Vallejo, gran defensor de los animales y célebre escritor colombiano, que "todo el que tenga un sistema nervioso para sentir y sufrir es nuestro prójimo" porque los seres humanos simplemente "somos una especie más entre millones y millones de especies animales y las diferencias entre nosotros y los restantes mamíferos son insignificantes". Eso lo ha podido comprobar Roger Suárez, un mariscador de 46 años de la Ría de Muro, que encontró en un delfín una sincera amistad.
Todo comenzó a inicios de año cuando él y sus compañeros veían que un delfín merodeaba la zona donde ellos se sumergían para buscar navajas. Roger confiesa que, al principio, lo llamaban "el bicho" porque sentían cierto temor e incertidumbre por el comportamiento que pudiera tener.
"Fue pasando el tiempo y se acercaba, merodeaba el barco y cuando bajábamos se mantenía cerca. Él iba un poco por la superficie, a unos tres metros de nosotros, observándonos, siempre era él el que nos observaba. Siempre nos decíamos '¿lo viste?', '¿hoy vino?' porque tampoco era todos los días, igual desaparecía un día, otro día venía, otro día nos decían 'sí, estuvo por aquí abajo', por otros pueblos marinos, y así fue pasando el tiempo", relata Roger Suárez.
Después de acompañarlos a la distancia durante casi nueve meses y ser parte de la cuadrilla de navalleiros, el delfín, que ahora llaman cariñosamente Manoliño, decidió romper la distancia.
"Yo siempre iba con la ilusión de saber si algún día lo podría tocar, pero nada. Esta vez le extendí la mano, como se le hace a un perro cuando quieres que se te acerque, y se acercó. Empezó a jugar, a dejarse tocar las aletas, se dejaba acariciar. Yo le seguí un poquitín el juego con las aletas ya que él había roto la distancia de seguridad, o se rompió el temor que ambos teníamos. El que se acercó fue él. Yo nunca le ofrecí nada de comer ni navajas ni nada. Yo no compré su confianza. Nos ganamos mutuamente. Yo con mi tranquilidad de que él mandase y decidiera, y fue él quien rompió la barrera", explica Súarez.
Roger habla de su nuevo amigo, Manoliño, con una alegría que traspasa el teléfono y contagia "porque claro, te puedes ir a un parque y pagar por nadar con un delfín, pero aquí fue la propia naturaleza", insiste.
"Días después del primer contacto lo esperé a ver si volvía y sí, volvió a aparecer. Nos volvimos a ver, estuve con él, jugamos. Estaba la incertidumbre de si aparecería o no, y lo hizo. Estuve con él, jugamos un poco, yo seguí trabajando y él se fue con otros compañeros", comenta Suárez.
Pero hay algo que ha llamado la atención de los buceadores de la zona, y es que Manoliño se la pasa solo, algo no muy normal entre estos mamíferos, que suelen convivir en grupos familiares.
"Que está aislado es verídico porque tenemos vistos otros grupos y no marchó con ellos en lo que va de año, nunca se fue con ellos", detalla Suárez.
Y mientras los habitantes de Noia tratan de comprender por qué Manoliño está solo, si es porque se perdió o porque fue rechazado por su manada, el Grupo de Emergencias Supramunicipal de Muros pide a los habitantes que no intente tocarlo porque podría volverse agresivo si se siente atacado.
La campaña de navajas ya terminó y Roger teme que este sea el final de su amistad con Manoliño. Por el momento, se despierta cada mañana con la ilusión de volver a reencontrarse con su nuevo amigo y con la promesa de darle un abrazo de nuestra parte.
"Los abrazos están caros, sobre todo de un animal del que no estamos acostumbrados a recibir ese cariño", concluye entre risas Roger.