La caída de Berlín a manos de las tropas soviéticas y el avance de los aliados desde el frente occidental dejaban claro que el conflicto llegaba a su epílogo, pero, pese a todo, en el Pacífico continuó una cruenta guerra, cuyo fin tuvo que esperar por otros acontecimientos no menos importantes.
De un golpe —o de dos— Washington le demostró al mundo que iba a salir de la contienda con capacidad militar suficiente para ejercer el control global en los próximos años, en lo que fue apenas el inicio de una pugna que llevó a varias naciones a hacerse de un importante arsenal nuclear, sobre todo Estados Unidos y la Unión Soviética.
Las maniobras de Hirohito
Japón sabía que había perdido la guerra y que el golpe final sería cuestión de tiempo, pero el emperador Hirohito y sus principales asesores y miembros de la cúpula de poder buscaban alguna circunstancia favorable que les permitiera conservar sus puestos, incluso el sistema de gobierno.
Contrario a lo que sucedió con Alemania, Japón quería condiciones, pero Washington se opuso desde el primer momento, y aunque al final las condiciones de los nipones no fueron aceptadas, fue Estados Unidos quien hizo todo lo posible porque se cumplieran, tal vez porque intuyó desde entonces que vendrían tiempos de pugnas difíciles con los soviéticos y querían tener a los japoneses de su lado.
Al final, Hirohito, quien había llegado al poder en 1926, logró sobrevivir a la guerra y permaneció en el trono hasta su muerte en 1989, tiempo en el cual se convirtió en un importante aliado del país que destruyó muchas de sus ciudades, pero sobre todo las de Hiroshima y Nagasaki con dos bombas atómicas.
Las consecuencias de su política guerrera
Para muchos de sus historiadores, el emperador japonés no era la cabeza de la política hostil de su país, que lo llevó a la invasión de Manchurria en 1931, o a la guerra con China desde 1937 a 1945, o a la ocupación de la parte francesa de Indochina en 1940. Para los estudiosos, el general Hideki Tojo y un séquito de militares de alto rango estuvieron siempre detrás de las acciones de Tokío, aunque a algunos siempre les cuesta creer que "su graciosa majestad" estuviera al margen de todo.
Estas acciones condenaron al imperio japonés, pero Hirohito salvó la vida gracias al general estadounidense Douglas MacArthur, quien, una vez terminada la contienda, hizo todo lo posible por no llevarlo a un consejo de guerra junto con los otros generales, e intercedió con el presidente Harry Truman para colocarlo al frente del proceso de reconstrucción de Japón.
Hirohito, a cambio, manifestó su disposición de colaborar con las tropas de ocupación, en el inicio de una relación que convertiría a Tokío y Washington en aliados, y que se extendió más allá de la muerte del emperador, en 1989.
Acta de rendición, fin de la guerra
La rendición de Japón y, por ende, el fin de la Segunda Guerra Mundial, se firmó el 2 de septiembre de 1945 en la cubierta de la fragata estadounidense USS Missouri, anclada en la bahía de Tokío, con la presencia de representantes de los ejércitos aliados y con la ausencia del emperador japonés.


Estados Unidos, la Unión Soviética, China, el Reino Unido, Australia, Canadá, Francia, Holanda, Nueva Zelanda y Japón estuvieron presentes en la ceremonia, aunque desde el 15 de agosto del mismo año la cúpula japonesa había aceptado la rendición incondicional.
Las últimas líneas del acta de rendición rezaban: "La autoridad del Emperador y del Gobierno japonés para regir sobre el Estado estará sujeta al Comandante Supremo de las Potencias Aliadas, quien tomara las decisiones que considere necesarias para cumplir con los términos de esta rendición".
Y el comandante —léase MacArtur— optó porque Hirohito permaneciera al frente del país, una acción que los historiadores consideran fundamental para evitar el resquebrajamiento posterior de Japón, incluso algún conato revolucionario que lo acercara al sistema que defendían los soviéticos.