Los escándalos del rey emérito de España, Juan Carlos I, son innumerables y a cual más vergonzosos, pero eso no ha hecho dudar a la familia, que ha cerrado filas para protegerle y protegerse, e incluso han evitado comentar el paradero del padre del rey, que se vio obligado a escapar de España porque la Fiscalía del Tribunal Supremo investiga el caso de presunto cobro de comisiones ilegales procedentes de Arabia Saudí.
Entre los más sonados excesos de don Juan Carlos I hay que recordar que, en 2012, mientras España se debatía en una profunda crisis económica y social, el entonces rey haciendo gala de sus dotes depredadoras, se fue a cazar elefantes en Botsuana y si no hubiese sido por el resbalón que le ocasionó que se rompiera la cadera, nadie se habría enterado del hecho.
Esas son apenas unas pinceladas de las acciones de algunos miembros de esas instituciones que ostentan mucho poder pero que, a pesar de que cuentan con detractores, una importante parte de ciudadanos europeos los admira y los ama, mientras otra los consiente.
En el caso de Juan Carlos I muchos son los que toleran al macho que no sabe controlar su genitalidad y justifican su machismo y utilitarismo debido a su "debilidad por las mujeres", peor aún los escándalos pronto se olvidan, pues predomina al final lo que se cuenta en libros y documentos oficiales, sobre su rol en la transición democrática de España.
La familia real y la iglesia
La figura de la reina madre en las actuales monarquías juega un papel fundamental, como pilar de la familia, que, a pesar de los escándalos del marido o del hijo, se mantiene incólume. Tanto la reina Isabel II como la reina Sofía en España, por ejemplo, cumplen a rajatabla su rol histórico, que ante todo es el de sostener el linaje, el poder de su monarquía y sus privilegios a cualquier precio.
En la familia que resiste todo, unida en los escándalos maritales o de tipo financiero e incluso con hechos que involucran delitos contra menores, todo se perdona o se encubre a fin de sostener el poder. Las mujeres son figuras muy bien elaboradas para llamar la atención.
Porque lo estético importa muchísimo en nuestras sociedades del consumismo. Con detalles que van desde los sombreros de Kate, los coloridos vestidos de la reina Isabel II o la figura y ropa de Letizia, todo vale y sirve.
Las monarquías no son instituciones democráticas, no las eligió el voto popular y son la forma de gobierno más antigua de la historia de la humanidad y persisten sin importar el sistema de producción predominante, ya sea esclavismo, feudalismo, capitalismo.
Es una élite que ha sabido adecuarse, junto a la iglesia, a los grandes cambios. Pero siempre manteniendo sus privilegios y su rol directriz en los destinos de millones (valga aclarar aquí que no es lo mismo creencia religiosa, o la creencia en un ser divino, llámese Dios, respecto de la iglesia, como institución terrenal con sus estamentos, poder financiero y sus normas).
La iglesia les otorga el aura de seres sagrados y de ese modo se les posiciona por encima del populacho, como seres intocables, inmunes e incuestionables. Por eso ambas están estrechamente unidas.
En varios países, fundamentalmente en los europeos, se mantienen varias formas de monarquía, como la monarquía parlamentaria que es un híbrido bastante extraño entre democracia y monarquía, que le permite al rey o reina, su familia y toda su corte, disfrutar de muchos privilegios.
¿Cómo y por qué son aceptados?
Se utiliza una serie de recursos históricos, simbólicos y culturales para lograr el sometimiento de sus súbditos. El poder, según el filósofo francés Michel Foucault, no es algo que se posee, sino que es algo que se ejerce, es una estrategia.
El poder manipula a las masas, utilizando varios instrumentos, como la educación, que no es neutra ni mucho menos. En el proceso de formación de los ciudadanos cuenta mucho lo que se enseña y la forma en que se cuenta la historia, pero también es vital lo que no se relata.
Bajo ese influjo, mucha gente ve en ellos (la familia monárquica) la imagen de lo que quisieran ser, ociosos, bellos, deseables, en sus palacios e incluso con sus excentricidades.
Las monarquías, para muchos ciudadanos, son los impulsores y herederos de la historia de esos países, historia de guerras, conquistas, dominio y cambios sociales. No solo en los textos, sino también en el imaginario popular se instalan como necesarios factores de unidad y estabilidad e incluso neutralidad.
Se dice que son apenas símbolos sin poder, pero no es cierto. Vale aquí por ejemplo recordar el caso del rey Balduino de Bélgica, quien hace unos años atrás se vio en la necesidad a renunciar al trono durante 36 horas aduciendo objeción de conciencia porque era contrario a despenalizar el aborto en su país, que había sido aprobado mediante ley en el Parlamento y el Senado belga.
En el caso de España, su constitución define que el rey es el jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia. Asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales y dispone que la persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad, pero además ejerce el mando supremo de las Fuerzas Armadas y le corresponde declarar la guerra y hacer la paz, previa autorización de las Cortes Generales.
Fueron innumerables los escándalos y desmanes de don Juan Carlos I que le llevaron, primero, a hacerse a un lado y a ceder el espacio a su hijo don Felipe VI y, ahora, a esfumarse del territorio español. El rey y la monarquía en general resisten la actual situación, pero habrá que ver por cuánto tiempo.
Por ahora el Gobierno español de Pedro Sánchez descartó un hipotético referéndum sobre la monarquía, mientras que su socio principal, Podemos, es víctima de un inusitado ataque por supuesta corrupción. El partido de Pablo Iglesias ha denunciado que las acusaciones en su contra solo buscan sacarlos del Gobierno y evitar que sigan hablando de los escándalos de la monarquía.
Ojalá esos escándalos monárquicos no pasen a ser simplemente titulares de la prensa rosa, pues el pueblo español y británico ameritan más que eso, más aún cuando se habla de delitos penados por ley.
Mientras tanto, Europa, con esas sus monarquías parlamentarias incluidas, a menudo levantan la voz para darnos dizque lecciones y cátedra de democracia e incluso no les tiembla la mano para castigar financiera y económicamente a países, donde a su criterio no hay democracia.