Lo hizo en su velero "Skua", una ágil embarcación finlandesa de fibra de vidrio, de 28 pies de eslora —unos ocho metros y medio de longitud—, que colmó de agua y víveres.

"Recuerdo el nudo en el estómago de ese día, el volver a internarme en el océano por mi propia cuenta, en soledad", dice a Sputnik este navegante de 47 años.
El hombre temió no volver a ver a Carlos, su padre, un excapitán de pesca de 90 años, y a Nilda, su madre, de 82.
Así fue que el 24 de marzo incursionó en alta mar. Fueron 85 días de travesía.
Una vívida remembranza asalta a Ballestero al evocar el viaje. Revive cómo lo custodió "el universo, en su viva imagen, con la bóveda estrellada, los atardeceres, la luna".
Lo escoltó el skua, un ave marina propia del hemisferio sur que da nombre a su velero y que lo siguió durante la mitad de su itinerario, hasta llegar a las costas de Florianópolis, en el sureste de Brasil.
"También me acompañaron habitantes del mar, delfines, peces. La compañía del universo en la más eterna soledad, ahí, en la inmensidad del océano", añade.

Ahora se sabe parte de una "historia periodística".
"Esta aventura se concreta de una manera completamente inesperada", reconoce. "Yo creía que iba a llegar a ver a mi padre en todo momento, pero no que el viaje iba a tomar estas dimensiones", admite.
Riesgos y placeres
Por supuesto que su hazaña era noticia. Su épica sacudió a un país adormecido en el desánimo de su encierro. Pero las epopeyas son tan cautivantes como peligrosas. En Cabo Verde, frente a la costa noroeste de África, fue perseguido por una embarcación.
"No podía hacer nada más que navegar a toda velocidad para alejarme de ellos", rememora.
Ballestero quedó anclado durante siete días en la zona tropical del Ecuador, sin vientos que lo sacaran del marasmo. Cerca de Brasil, un vendaval hizo volcar el barco y tuvo que fondear en las costas del municipio de Porto Belo para repararlo. Son riesgos que el aventurero asume como parte de la epopeya que eligió vivir.
"Los piratas verdaderos van en mi mente", reconoce.
Las situaciones difíciles requieren, por ello, una tenacidad que eclipsa cualquier dispersión. "Sólo pienso en solucionar ese problema que tomó una magnitud inesperada; bloqueo todo lo demás y me dedico solo a eso", cuenta.
"No retorno a la calma hasta que la solución se concrete", agrega.
"Para premiarme me tomaba una ración de vino tinto por las tardes, hasta que se acabó, y entonces empecé a hacer la misma ceremonia con el whisky", revela.
"El entretenimiento me lo daba la radio, la BLU. Entendí un poquito cómo uno se puede aficionar a ella. Era fascinante poder escuchar el mundo en ese mismo momento aunque estuviera solo en medio del océano", cuenta.
El periodista Antonio Delgado, de Radio Nacional de España, quizás no sabe todavía que fue un gran compañero de viaje para Ballestero, que invocaba así su segunda patria mientras se acercaba a la primera.
El porvenir, se verá. Ballestero está más interesado en el ahora: "con esta pandemia aprendí que tenemos que vivir más el presente. Ahora voy a pasar este tiempo con mis padres y voy a escribir todo esto que me pasó en la vida. Espero que sea un libro de aventuras que transmita lo que es un cruce oceánico en solitario por el Atlántico".