Venezuela y EEUU tuvieron durante más de un siglo una relación económica leonina favorable al gigante norteamericano. La producción petrolera y siderúrgica venezolana es una copia al carbón de los desarrollos industriales en Texas y Pensilvania, mientras la dependencia tecnológica y financiera alcanzó niveles coloniales.
La relación se vio interrumpida de manera unilateral por el Gobierno de Obama y endurecida por Trump, cuyo fin único es defenestrar a la Revolución Bolivariana de una vez y para siempre.
Ha sido una política de estado de EEUU tanto de demócratas, como republicanos, así como del otrora aspirante Bernie Sanders de demonizar a Nicolás Maduro y tratar de calificarlo ante la opinión pública mundial al mismo nivel que Hitler y Pol Pot, salvo algunas voces disidentes en la política norteamericana. Para ser presidente de ese país, al referirte a Venezuela, debes calificarlo, al menos, como Estado fallido y forajido.
La razón de ser de este fenómeno obvio, probado y reseñado en elecciones pasadas, es que en Florida existe una enorme comunidad de hispanos que no simpatizan con los gobiernos de izquierda de sus respectivos países de origen. Simplemente para ganar el voto hispano, existe una competencia a ver quién hará sufrir más a sus familiares, amigos y paisanos en Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Las acciones llevadas por Trump contra Venezuela para estrangular su economía han logrado por un lado depauperar a los nacionales más vulnerables, llevándolos a niveles sociales ya superados por la Revolución Bolivariana, recordándoles su condición de pobres que vivieron en los años 80 y 90 del siglo pasado, afianzando su apoyo a todas las políticas sociales del Gobierno de Maduro.
La guerra de agresión económica ha tenido un efecto búmeran en sus objetivos, por cuanto la base opositora venezolana que reside en su país, que al principio se mostraba complacida por el ataque indiscriminado por parte de EEUU, ahora se ve afectada directamente, bien sea por restricciones en viajes al extranjero, no tener servicio de televisión satelital, entre otras situaciones producidas directa o indirectamente por la acción de Washington.
Esto ha conllevado a un estruendoso fracaso continental de la política agresiva de Washington, por cuanto el llamado Grupo de Lima y la OEA de Almagro son unos acólitos de Donald Trump. La noticia falsa de millones yéndose de Venezuela se enmudece con los miles que se devuelven a diario a una extraña dictadura que los protege y los acoge mejor que las democracias que los condenaron al hambre y la miseria.
Aunado a lo anterior, la reactivación de las refinerías venezolanas con ayuda de Irán, entre ellas el CRP de Paraguaná, el segundo más grande del mundo, es una realidad cada vez más evidente. Seguido por la declaración del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, donde manifiesta su intención de vender gasolina a Venezuela, si así lo pidiera Nicolás Maduro, aparte de contar dicho Gobierno con alianzas estratégicas con China, Rusia y Turquía.
Hoy por hoy, es cuestión de tiempo para que Venezuela por sus propios y humildes esfuerzos sea autosuficiente y plenamente independiente de esa relación tóxica con EEUU. El país suramericano vive la crisis del miembro de la pareja que se divorcia del cónyuge maltratador y explotador, emprende un camino solo, plagado de sacrificios, pero que al final del camino la llevarán a la plena libertad e independencia económica.
Ahora se preguntará el lector ¿quién es mejor entre Trump y Biden para Venezuela? Les responderé con una frase de Henry Kissinger cuando le pidieron su opinión sobre quién preferiría que ganase la guerra entre Irak e Irán, dijo en esa oportunidad y con esto me despido: solamente lamento que no puedan perder los dos.