Así las cosas, aquel estribillo de la canción "Cielito lindo", de Quirino Mendoza y Cortés, que dice "Ay, ay, ay ay... canta y no llores", es hoy en día más pertinente que nunca, como da cuenta la fría Bogotá, donde por estos días se ha vuelto común escuchar a cualquier momento del día guitarras, vihuelas, violines y trompetas, propias de los mariachis.
"Somos seis los integrantes y antes cobrábamos unos 180.000 pesos [48 dólares] por una tanda de canciones. Ahora la cosa cambió, nos paramos en las calles de barrios de clase media y alta y empezamos a tocar y, después, a pedir lo que la gente nos quiera dar", dice Fabio Ortega, integrante del Mariachi Jalisco, en Bogotá.
Los mariachis colombianos no solo vieron cambiar su dinámica laboral, sino que también debieron aceptar algunos añadidos a su indumentaria: aparte de los tradicionales pantalones con chaparreras, las chaquetas y los botines, ahora también tienen que usar guantes de látex y tapabocas.
"Estas son las cosas a las que nos ha llevado esta peste. No hay de otra. Uno se asfixia, se agota, suda por litros, pero son los sacrificios que se deben hacer por no dejar a la familia pasando hambre en esta cuarentena", agrega mientras en una esquina del céntrico barrio Chapinero espera a sus compañeros para ir en busca de algunas monedas y billetes.
Canto a la carta
La estrategia no es otra que aparcar en calles vacías y silenciosas de barrios medianamente acomodados y encender los parlantes portátiles al máximo para llamar la atención de los moradores del lugar, entre quienes hay quienes los aplauden y salen a hacerles coro hasta otros que cierran las ventanas para continuar aislados en su mundo.
"¡A mí esto me parece tan lindo! Que vengan a la puerta de tu casa a darte serenata es lo mejor que ha pasado en esta cuarentena. Además uno les puede pedir canciones, como a la carta", dice Gloria Helena Torres, una adulta mayor.
"Yo a veces no tengo plata, y aunque sea una libra de arroz o de frijol les doy. Algo es algo, peor es nada, pero creo que se lo merecen, porque esto de traer felicidad en estas circunstancias no es fácil", dice María Helena Gamboa, una vecina de Gloria.
De rancheras a vallenatos
Pero no sólo rancheras se escuchan con frecuencia estos días en algunas calles de Bogotá, pues desde hace varios años los mariachis han incluido en su repertorio el vallenato, un género musical autóctono de la Región Caribe de Colombia.
"Hay que variar, y de vez en cuando la gente nos pide que cantemos uno que otro vallenato. No somos muy especialistas en eso, pero con esta situación no nos podemos poner de remilgosos [quisquillosos]", dice Giovanny Céspedes, uno de los compañeros de Mauricio.
Mientras tanto, ellos aseguran que seguirán viviendo de la caridad que deja la calle y que continuarán buscando llevar algo de alegría a los ciudadanos que permanecen confinados, por aquello de que "cantando se alegran cielito lindo los corazones".