Quizás alguien recordará aquel popular estribillo de una canción de moda en los años 80, de la popular orquesta cubana Van Van, que decía: "La Habana no aguanta más", pero en pleno siglo XXI, tampoco aguantan otras ciudades como Santiago de Cuba o Santa Clara, Cienfuegos o Camagüey, o cualquier otra villa de esta isla que no escapa de la altisonante algarabía social.
Aun cuando la legislación vigente en la isla contempla sanciones a tono con lo dispuesto en la Ley 81 de 1997, dictada por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA), los infractores hacen caso omiso, quizás amparados ante la inexplicable "tolerancia" de quienes están a cargo de imponer, resguardar el orden, y evitar que los sonidos superen los 55 decibeles que establece la ley.
El artículo 146 de esta ley prohíbe, entre otras cosas, "producir sonidos, ruidos, olores, vibraciones y otros factores físicos que afecten o puedan afectar la salud humana o dañar la calidad de vida de la población".
En materia jurídica, Cuba cuenta además con el Decreto-Ley 200/99 para Contravenciones en Materia de Medio Ambiente, que en su artículo 11 establece multas de 200 y hasta 2.250 pesos para los infractores; y la Resolución 4/1991 del Instituto Nacional de la Vivienda —Reglamento General de los Edificios Multifamiliares—, que en su Capítulo IV regula las normas de convivencia.
Pero, a pesar de esas y otras muchas regulaciones, disposiciones, leyes y decretos-leyes —que no cumplen ni se hacen cumplir—, muchos cubanos no sacan los dedos del dial, que apunta al tope máximo de volumen.
De víctimas e infractores
Josefina Rosales, ama de casa y vecina del municipio Playa, en La Habana, ya no sabe qué hacer con los ruidos que cada día debe soportar, procedentes de los vecinos del edificio contiguo a su domicilio.
"Es imposible ver hasta la televisión con tranquilidad, porque mis vecinos no paran de poner música a todo lo que da su equipo. Todos los días tienen una buena razón para 'fiestar', pero parece que la fiesta es en mi casa y no en la de ellos", comentó a Sputnik la atribulada mujer.
La mayor preocupación de esta señora es que la constante exposición a esos "ataques sonoros" de sus vecinos le mantiene descompensada la presión arterial, y sufre de constantes dolores de cabeza.
"He llamado a la Policía en varias ocasiones —asegura—, y muchas veces no vienen, o cuando lo hacen, regañan a mis vecinos, pero cuando se marchan, ponen la música más alta que como la tenían, en represalia a mi queja, y me han llegado a gritar iracundos, que si me molesta la música, que me mude".
Escándalos en cuatro ruedas
Este escenario de indefensión también se puede encontrar en los ómnibus, taxis —estatales y privados—, y otros vehículos destinados al transporte público, donde se pueden sufrir los escandalosos conciertos del agrado del conductor, que previamente y violentando el diseño original del vehículo colocó estratégicas bocinas para que la música de su preferencia sea escuchada hasta por los sordos.
Sobre el tema, Sputnik conversó con Javier Ramírez, un estudiante de ingeniería en la Universidad Tecnológica de La Habana y residente en el capitalino municipio de Centro Habana que no esconde su rechazo a estas prácticas en el transporte público.
"Por razones de la distancia y lo malas que están las guaguas [ómnibus estatales], no tengo más remedio que usar carros de alquiler [taxis privados], donde a pesar de ir apiñados en los asientos tengo que escuchar obligatoriamente la música que le gusta al chofer, que la ponen a todo lo que da", señala.
"¿Quejarse? —se pregunta Ramírez—, ¿a quién? ¿al chofer?. No me diga eso que da risa. Cuando te quejas, el chofer te responden que el carro es de él y pone la música que le dé la gana".
Tampoco se quedan fuera de la invasión acústica los pregoneros ambulantes, que también aportan su cuota al desmadre sonoro, empleando técnicas acústicas que rompen el encanto tradicional de los populares pregones, para ser sustituidos por estridentes anuncios repetitivos que salen de maltrechas bocinas agregadas a sus bicicletas o carretones.
Música alta y teléfonos
Los más jóvenes, teléfono en mano o con pequeñas bocinas portátiles, obviando el uso de los audífonos, compiten entre sí a ver quién logra poner más alto una canción.
"Lo peor —dice— es que esos molestos ruidos son provocados desde la inconsciencia, la indisciplina social, y sobre todo, es una elemental falta de respeto a los demás. Hace falta se apliquen las leyes con rigor, contra los que no saben vivir en comunidad".
A las crónicas crisis cubanas de vivienda, transporte, abastecimientos, y comercio, se une esta ruidosa añadidura que por años se enquista con más fuerza, sin dejar demasiado margen a los que prefieren la tranquilidad como forma de vivir.