El 16 de marzo de 2020 sería el gran día del regreso. Mientras hacía maletas, entregaba el apartamento en el que había vivido y se despedía de sus conocidos, iban encendiéndose cada vez más alarmas en América Latina ante la pandemia por COVID-19, pero ni eso detuvo el viaje.
Corrió con la suerte de que le autorizaron retornar a Venezuela.
"La experiencia de volver a casa después de dos años y tres meses la defino como la de un paciente que ha estado en coma". Eso fue lo que sintió Trompiz cuando el avión aterrizó en el aeropuerto internacional de Maiquetía, en su país, donde también se declaró luego cuarentena nacional.
Difícil decisión
Numerosas razones la habían obligado a empacar maletas el 25 de enero de 2018 junto a su esposo y sus bebés (un varón y dos niñas) y mudarse a Perú.
Una travesía de cinco días por tierra era la única opción para llegar a su destino, ya que costear un pasaje aéreo para su familia no era posible ni en sueños con un salario que entre dos no llegaba ni a los 30 dólares mensuales.
Trompiz tenía alguna idea de lo que afrontaría en Perú: "Yo iba mentalizada, consciente de que migrar no es sencillo".
Camino a los papeles
Pero la realidad superó su imaginación. Durante más de seis meses estuvo sin papeles: "Me tocó trabajar en la calle, vender en la calle; yo no me había mentalizado que iba a llegar a hacer eso, pero me tocó hacerlo mientras conseguía empleo y de alguna manera tenía que sobrevivir".
📝 REPORTAJES Por Esther Yáñez Illescas
— Sputnik Mundo (@SputnikMundo) January 21, 2020
📎📷 La migración venezolana y la dura realidad de los niños
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A su esposo le tocó la parte más difícil. Consiguió trabajo en el área de construcción y percibía un salario muy bajo a pesar de que trabajaba más horas de las reglamentarias.
En ocasiones le tocó hacer trabajo de carga trasladando sacos de 50 kilos durante extensas jornadas, algo que jamás había hecho en su país.
Única recompensa
En los últimos años, la atención de salud pública en Venezuela se había deteriorado, por lo que contar con una mejor asistencia sanitaria para sus hijos fue la única recompensa para Trompiz en Perú. Cada mes, una doctora iba a visitarlos a su casa.
Pero con la educación no tuvo la misma suerte. No tuvo más opción que inscribirlos en institutos privados, cuyas cuotas eran muy caras.
"Son extremadamente altos, en comparación con los ingresos que teníamos nosotros como migrantes", señaló, y aclaró que además "como migrante siempre te van a pagar salario básico indiferente de la labor que realices".
Xenofobia a cuestas
Al principio se sintió bien recibida por los peruanos, pero con el tiempo la situación cambió.
"Llegó un momento donde evitaba hablar en público [con acento venezolano] porque apenas te escuchaban hablar y ya como que les generaba incomodidad, porque de repente quizá sentían que les estabas invadiendo su espacio", narró.
Trompiz también sintió xenofobia en su trabajo y pensó que era mejor callar cuando a diario afrontaba comentarios despectivos sobre sus connacionales.
Volver a casa
En dos años y tres meses, la crisis económica, política y social de Venezuela no ha cambiado. Trompiz sabe qué afronta al regresar, pero aun así dice que no volvería a abandonar su país.
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados calcula que más de 4 millones de venezolanos habrían salido del país desde finales de 2015.
El Gobierno venezolano niega estas cifras, aunque no ha dado detalles precisos de cuántos ciudadanos se han ido de su territorio en los últimos años.