—¡Hombre, qué alegría! Voy a ponerme una mascarilla y vuelvo. ¿Tenéis Heineken en cristal? ¿Y tónica? Es para mi suegro.
Un vecino de Usera se sorprende al ver subida la verja del establecimiento Dong Xing España XL. En este barrio de Madrid, considerado el Chinatown de la ciudad, la mayoría de los locales ha guardado 50 días de luto. El Estado de Alarma decretado por el gobierno el 14 de marzo y las precauciones tomadas por los propios tenderos lo habían convertido en un espacio meramente residencial. Sólo rechinaban al amanecer las cortinas metálicas de algún supermercado o de alguna frutería con productos latinos.
No quieren dar pasos en falso. El dueño de este almacén con cerveza y refrescos prefiere no hablar. Carga cajas en una furgoneta a las órdenes de alguien de dentro, que grita tras una lona de plástico. "Solo hacemos clientes de los alrededores, para pedidos", señala. Otro compatriota le imita a pocos metros. No prepara ningún encargo: está desalojando lo que queda de su panadería. El COVID-19 ha sentenciado el negocio de uno de los cerca de 11.000 ciudadanos de origen chino que reside en este distrito (en total, en Madrid hay 62.046, según el censo de 2019; y en España, la población asciende a los 224.559).

Recoge al lado de una señal que ofrece Billares y Bar. En otra acera, una academia de idiomas aún cuelga en la oscuridad un horario para clases en grupo. El Milo Café anuncia una docena de cigalas por tres euros y un abanico de platos típicos de comida oriental. Enfrente, la cristalera de otro restaurante deja al aire un conjunto de sillas apiladas, varias mesas con recipientes de soja y dos envases de productos de limpieza.
Solo parece dar señales de vida un establecimiento con el cartel en chino. "Abrimos a las tres para pedidos", resume la encargadas tras una trinchera de mesas. "Nosotros lo hemos vuelto a abrir hoy porque la ley nos ha dejado", justifican dos empleados de una tienda de alimentación próxima. "Hemos estado cerrados durante todo el tiempo", cortan al unísono, antes de dar más explicaciones: pocos de los consultados por Sputnik han querido contar la experiencia del retorno. Y ninguno quiere dar su nombre. Ni siquiera en el restaurante Chuan Shui Yao, donde anotan una serie de platos en una libreta. "Hoy, sin clientes", dicen con un español escaso.
"Va muy lento", coincide Johnny Baquedano, un hondureño de 34 años que tiene una gestoría en esta misma arteria urbana. "Nosotros estamos atendiendo a dos personas cada mañana", expresa en medio de un despacho vacío. Lleva un año en el puesto y de 13 empleados que forman la plantilla, apenas acuden tres estos días. Le pasa lo mismo a Jesús García, el propietario del restaurante colombiano La Fonda. De una decena que eran habitualmente, se quedará con un cocinero y un repartidor.
"Mañana comienzo el servicio, a partir de las 10", dice García mientras desinfecta la barra y los diferentes utensilios. "Tengo muy pocas esperanzas", confiesa este hostelero de 50 años que montó el negocio en 1999 y nunca se ha visto en esta situación. Una situación que ha dejado a más de 800.000 personas sin trabajo y que provocará una caída del 9,2% del Producto Interior Bruto (PIB), según cálculos del gobierno (la Confederación Española de Organizaciones Empresariales lo aumenta a un 12%).
Tampoco muestra esperanza la responsable de una tienda de moda en Cobo Calleja, polígono al sur de Madrid que reúne un gran número de empresas mayoristas chinas. La encargada exige anonimato tanto suyo como del nombre de la compañía. "Solo estamos atendiendo online. En estos días he ido dos veces. Y estamos en duda de qué hacer, porque si nuestros clientes no trabajan, ¿para qué seguir?", pregunta.
Junto a esta nave ha abierto Bonbon Collection, otro local de ropa. Xao, uno de los encargados, de 25 años, afirma que se ha trabajado de vez en cuando. "Un día venía dos horas, otro cuatro... Las que hicieran falta para algún cliente suelto. Pero hemos sido los únicos", apunta. José Gómez, redactor de la web Tiendascobocalleja.es, cree que solo han abierto dos o tres tiendas. "La semana que viene ya será el 70%", aventura. "Los chinos son muy cautelosos y esperarán", comenta por teléfono.

Puede ser: cuando se propagaba el virus a pequeña escala, eligieron la salud al dinero. "Sin lo primero no hay lo segundo", afirmaban. La salida de metro de Usera apareció en las noticias porque algunos voluntarios de esta comunidad estaban repartiendo mascarillas. Hoy, sus escaleras lucen vacías y en el entorno solo resuena el eco de restaurantes como Las Planchitas o La Cuchara, de cocina boliviana. De repente, en una peluquería china se ve a una mujer con las mechas en proceso.
"Solo ella y otras dos amigas en toda la mañana", indica el dueño, sin dar pistas de compatriotas con locales abiertos. En otras calles de la ciudad, no obstante, sí que se percibe ese incipiente bramido del dragón. En Vallecas, dos tiendas sirven chucherías tras un mostrador y un plástico. En una de ellas, el dueño ha puesto un aviso. Reza así: "Lo siento que uso la mascarilla para trabajar. El motivo de usar la mascarilla es para proteger mejor nuestro medio ambiente español, porque ninguno de nosotros se atreve a garantizar que estemos sanos".