Cuando M. G. se vio de camino a Madrid con maleta, como si se fuera de vacaciones, pensó: "Esto es real". Aquel viaje no tenía como destino un resort de playa ni una ruta de machete abriendo selva. Era el mismo trayecto que hace a diario desde Toledo, una ciudad a unos 70 kilómetros al sur, hasta el Gregorio Marañón, en Madrid. La diferencia, en este caso, no era ni más ni menos que una pandemia mundial. El coronavirus había empezado a campar por España y el gobierno acababa de decretar Estado de Alarma, impidiendo las salidas del domicilio.
"Llevaba toda la semana anterior tardando el doble de tiempo y no sabía qué hacer. Me lo plantearon desde recursos humanos y me acomodaron en tres días", recuerda M. G., que prefiere mantenerse en el anonimato. Como empleada esencial en esta emergencia, el trabajo continuaba y ella se enfrentaba a dos problemas. El primero, el de ser capaz de llegar a su puesto en hora. El segundo, estar expuesta al virus y después contagiarlo en casa, a su familia. Así que le otorgaron una habitación en uno de los 35 hoteles que ha dispuesto la Comunidad de Madrid para pacientes y profesionales (13 y 22, respectivamente).
"Me echo unas siestas del copón", comenta M. G.. Al llegar al Room Mate Mario —hotel de diseño del empresario Kike Sarasola— come, se echa en la cama, habla con su familia, cena y duerme. "Las tecnologías nos están salvando", reconoce, aludiendo a la posibilidad de verse a través del móvil con los seres queridos y sentirse junto a ellos. En el edificio donde pasa todo este tsunami ha trabado amistad con el resto de inquilinos, pero "no es lo mismo" que estar "en tu cama". "El trato es cordial, pero no son tus amigos o familiares más cercanos", esgrime.
Según estima, la mitad de los alojados en el inmueble son de fuera de Madrid. Desconoce si ha habido casos de contagio o qué puesto tiene cada uno. Tampoco quiere narrar las escenas de las que ha sido testigo. "Sí que sé que en nuestro equipo de la UVI del Gregorio Marañón ha habido positivos", apunta lacónica quien espera a hacerse una prueba serológica que analice cómo están sus anticuerpos.
Nunca se hizo M. G. a la idea de cuánto duraría este viaje. Ahora, mes y medio después, comienza a intuir el final. "Es una castaña: quieres volver, pero no puedes", resopla, "aunque parece que con lo de dejar salir a los niños y lo de hacer ejercicio el próximo día 2 de mayo se empieza a pasar". Lo nota en la situación de su centro. "La UVI tiene el espacio que tiene y sigue llena, pero sí que se ha ido relajando el resto de estancias", deja caer, precisando que no lo sabe a ciencia cierta, porque dentro del hospital cada zona es "un mundo".
Unos servicios que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, quiso reconocer con unas placas el pasado 25 de abril. "El objetivo es que todo el mundo sepa y recuerde que en esos establecimientos se salvaron vidas y se protegió a aquellos que las han estado salvando durante estos días tan difíciles", anotó, señalando la "solidaridad y entrega" de "todos los hosteleros, a los empresarios, a la colaboración público-privada que estos días están dando grandes muestras de altruismo y empuje y, precisamente, la recuperación de Madrid vendrá de su mano".
Eso espera también M. G., que cree que "ha habido bastante concienciación de la gente" para no propagar el virus.
"Hay de todo, pero lo de quedarse encerrados se ha cumplido y en la calle, quienes pueden o tienen que salir, van con mascarillas y guantes en un 98%", estipula.
También considera que ha sufrido un cambio de actitud. "Se valoran las cosas más pequeñas. A lo mejor ya no hace falta pensar en unas vacaciones lejísimos sino disfrutar de lo cercano", concluye quien hace más de un mes cogió una maleta con un destino poco exótico y ha experimentado su mayor aventura.